Sánchez y las mentiras
POR más que el Gobierno hubiese anunciado ya su intención de reducir las penas por sedición en distintas ocasiones, el registro de la proposición de ley correspondiente ha causado un revuelo inevitable. Recordemos que el presidente del Gobierno ha justificado esta reforma por la necesidad de alinearnos con Europa, mostrando una voluntad de convergencia inédita en terrenos como la estabilidad presupuestaria o el rendimiento educativo. ¡No se puede tener todo! Y ya es casualidad que la devaluación penal vaya a beneficiar a los socios del Gobierno, condenados justamente por sedición; quienes nunca supieron exactamente a qué se refería el poeta Pedro Salinas cuando hablaba del «seguro azar», por fin tienen aquí un ejemplo.
A estas alturas, quizá lo más interesante sea detenerse a considerar la provechosa relación que el presidente del Gobierno ha establecido con la mentira política. Sánchez no espera que creamos que esta reforma penal es el producto de la búsqueda desinteresada del interés general; incluso un militante puede comprender que estamos ante parte del precio que paga por mantener viva su alianza con quienes lo llevaron a la Moncloa. ¿O es que el líder socialista actuaría igual si disfrutara de mayoría absoluta? Basta recordar sus propuestas como candidato para responder que no. La conclusión es obvia: sus argumentos están vacíos. Y es que no son verdaderos argumentos, sino los disfraces cambiantes de una estrategia política que tampoco guarda relación con contenidos ideológicos o convicciones personales discernibles.
Obligado a esconder su interés particular, Sánchez diseña falsas razones públicas con el fin de engañar a los incautos o amortiguar el descontento provocado por sus anuncios más controvertidos. Ahora bien: podríamos decir que Sánchez nunca miente, por la sencilla razón de que nadie puede seguir pensando a estas alturas que alguna vez dice la verdad; he aquí una aporía vestida con traje azul eléctrico. Así las cosas, la pelota está en el tejado de los votantes: ¿castigarán la mentira habitual o la tolerarán echando mano de alguna explicación consoladora? En la democracia sentimental, una mentira se convierte en verdad si el votante la experimenta como tal. Y aunque no todos los ciudadanos se conducen con la misma adhesión tribal, basta con que las cuentas salgan el día de las elecciones. A eso juega Sánchez: no está claro que vaya perdiendo.