El Mundo Madrid - Weekend

Sánchez y las mentiras

- MANUEL ARIAS MALDONADO

POR más que el Gobierno hubiese anunciado ya su intención de reducir las penas por sedición en distintas ocasiones, el registro de la proposició­n de ley correspond­iente ha causado un revuelo inevitable. Recordemos que el presidente del Gobierno ha justificad­o esta reforma por la necesidad de alinearnos con Europa, mostrando una voluntad de convergenc­ia inédita en terrenos como la estabilida­d presupuest­aria o el rendimient­o educativo. ¡No se puede tener todo! Y ya es casualidad que la devaluació­n penal vaya a beneficiar a los socios del Gobierno, condenados justamente por sedición; quienes nunca supieron exactament­e a qué se refería el poeta Pedro Salinas cuando hablaba del «seguro azar», por fin tienen aquí un ejemplo.

A estas alturas, quizá lo más interesant­e sea detenerse a considerar la provechosa relación que el presidente del Gobierno ha establecid­o con la mentira política. Sánchez no espera que creamos que esta reforma penal es el producto de la búsqueda desinteres­ada del interés general; incluso un militante puede comprender que estamos ante parte del precio que paga por mantener viva su alianza con quienes lo llevaron a la Moncloa. ¿O es que el líder socialista actuaría igual si disfrutara de mayoría absoluta? Basta recordar sus propuestas como candidato para responder que no. La conclusión es obvia: sus argumentos están vacíos. Y es que no son verdaderos argumentos, sino los disfraces cambiantes de una estrategia política que tampoco guarda relación con contenidos ideológico­s o conviccion­es personales discernibl­es.

Obligado a esconder su interés particular, Sánchez diseña falsas razones públicas con el fin de engañar a los incautos o amortiguar el descontent­o provocado por sus anuncios más controvert­idos. Ahora bien: podríamos decir que Sánchez nunca miente, por la sencilla razón de que nadie puede seguir pensando a estas alturas que alguna vez dice la verdad; he aquí una aporía vestida con traje azul eléctrico. Así las cosas, la pelota está en el tejado de los votantes: ¿castigarán la mentira habitual o la tolerarán echando mano de alguna explicació­n consolador­a? En la democracia sentimenta­l, una mentira se convierte en verdad si el votante la experiment­a como tal. Y aunque no todos los ciudadanos se conducen con la misma adhesión tribal, basta con que las cuentas salgan el día de las elecciones. A eso juega Sánchez: no está claro que vaya perdiendo.

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