El Mundo Madrid - Weekend

Un pacto que acorrala a Puigdemont

- IÑAKI ELLAKURÍA

Celebrada por ERC como otra derrota de la democracia española, con la frase pronunciad­a por Pere Aragonès en su comparecen­cia triunfal en el Palau –«hemos llegado a un acuerdo con el Estado para eliminar el delito de sedición»– como obscena acta notarial de la última pero no definitiva concesión de Pedro Sánchez, la derogación de la sedición ha sido, en cambio, encajada por Junts y Carles Puigdemont como un serio contratiem­po. El anticipo del revés final en el pulso con ERC por el pastoreo hegemónico del electorado nacionalis­ta y las fuentes de financiaci­ón de la Generalita­t.

El alborozo de los dirigentes republican­os, superior incluso al de unos socialista­s catalanes que sacaron de urgencia a Salvador Illa para pedir calma ante la euforia nacionalis­ta y asegurar que al Estado siempre le quedará el 155 en la manga, contrasta con el enfurruñam­iento de Junts. Perfectame­nte consciente­s de que, al reforzar con el acuerdo por la sedición la mesa de negociació­n como centro neurálgico de la relación entre Barcelona y Madrid, ERC y el PSOE desplazan a la exótica marginalid­ad el Consejo por la República. Institució­n que Puigdemont se inventó para tutelar a su antojo la Generalita­t desde Waterloo.

La derogación de la sedición, con la que el Gobierno pone el Código Penal al servicio de ERC, es el segundo gran triunfo republican­o después de los indultos a los líderes del golpe de Estado de 2017, y el primero del que se lleva todo el crédito en exclusiva un Aragonès que crece como líder nacionalis­ta. Al confirmars­e que mientras la superviven­cia política de Sánchez dependa únicamente de los votos republican­os en el

Congreso, habrá más y nuevas concesione­s para desmantela­r el Estado de derecho en Cataluña y garantizar, así, la impunidad judicial de los sediciosos.

«Simplement­e cambia el nombre del delito», es el desdén con el que Puigdemont reaccionó ante una medida que rehabilita­rá como candidato a su enemigo más íntimo, Oriol Junqueras –al tiempo, un problema de cohabitaci­ón para Aragonès– y que achica el espacio del fugado

para continuar viviendo en una permanente escapada a la nada.

Cada vez con menos autoridad como líder nacionalis­ta, incluso con contestada influencia en la cúpula de Junts, donde Laura Borràs y Jordi Turull pugnan por su control sin consultar con Waterloo, con la derogación de la sedición y la probable modificaci­ón de la malversaci­ón Puigdemont pierde argumentos para no volver a Cataluña, al verse rebajada su probable condena y con ello los motivos para el victimismo. El presidente «legítimo» se había resistido a pisar España por su reconocido pánico a entrar en prisión, aunque sea por unos meses y con el indulto avanzado por Miquel Iceta. Sin embargo, PSOE y ERC le han dejado sin excusas para alargar la leyenda del líder fugado y evitar enfrentars­e a algo que le preocupa más que el trullo: descubrir en su retorno que es considerad­o por una mayoría de catalanes como una antigualla revolucion­aria.

ANÁLISIS

«Más que a la cárcel, el ex ‘president’ teme descubrirs­e como una antigualla»

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