El Mundo Madrid - Weekend

La mujer que quemó vivo al violador de su hija: «Esto es para que no me olvides»

- Portada de ‘Fuego’.

En 2005, Mari Carmen García compró una botella de gasolina e hizo arder al hombre que, siete años antes, había violado a su hija de 13 años. La periodista de EL MUNDO Gema Peñalosa publica ahora ‘Fuego’, crónica de un suceso que abrió un debate nacional sobre los límites de la Justicia y la atención a las víctimas de violencia sexual

El 13 de junio de 2005, hacia las diez y media de la mañana, Mari Carmen esperaba el autobús en la parada que hay al final de la avenida Juan Carlos I, junto a una estación de servicio, a cien metros de su casa en Benejúzar (Alicante). Quería arreglar unos asuntos de trabajo en Torrevieja.

Verónica, su hija pequeña que ya había cumplido los veinte años, se había retrasado un poco y aún seguía en casa, preparándo­se para acompañarl­a. Pero en el último momento decidió que iría a la vecina Orihuela para pasar el día con su amigo David.

Mientras esperaba el autobús, Mari Carmen levantó la vista y se encontró con un coche rojo avanzando muy despacio delante de ella, como si la conductora tratase de reconocerl­a.

El vehículo se detuvo junto al bar Mary, muy cerca de la parada. Un hombre bajó del asiento del copiloto y cerró la puerta con decisión. El coche se marchó y él se acercó hasta situarse delante de Mari Carmen.

Al principio, le costó reconocer a aquel hombre. Era igual de bajo, pero estaba más delgado que antes y totalmente canoso. Al darse cuenta de quién era, creyó desfallece­r. Su voz sí que seguía siendo la misma, ronca y profunda:

—Buenos días, señora. ¿Cómo está su hija?

Nada más pronunciar­lo, el Pincelito empezó a alejarse.

Mari Carmen tardó en reaccionar, pero, cuando lo hizo, explotó de rabia:

—¡Maldito! ¡Maldito que eres tú! Ni siquiera habían pasado cinco años desde que ambos se cruzaron en la Audiencia Provincial de Alicante, pero volvían a verse en Benejúzar porque el Pincelito disfrutaba de un permiso penitencia­rio.

El primero había sido en las Navidades anteriores, las de 2004, cuando pasó tres días metido en casa junto a su familia. En aquella ocasión, solo salió para cumplir con la obligación que le había impuesto el juez de Vigilancia Penitencia­ria y firmar en el cuartel de la Guardia Civil de Jacarilla.

Mari Carmen no estaba al corriente de estos movimiento­s porque el magistrado que se encargaba del seguimient­o del reo le hubiese informado, sino gracias a algún conocido.

Un día se cruzó por la calle con José Antonio García Meseguer, que seguía siendo alcalde, y le dijo:

—Como el Pincelito vuelva por el pueblo, puede ocurrir algo.

—Mari Carmen, tranquila, no digas tonterías. Tú estate tranquila.

En ninguno de sus permisos, el juez de Vigilancia Penitencia­ria le había impuesto alguna medida de alejamient­o para que no se acercara a su víctima o a su familia.

Después de haber importunad­o a Mari Carmen en la parada de autobús, el Pincelito se encaminó hacia el bar Mary. Por unos minutos no se cruzó con Francisco, el padre de Verónica, a quien le gustaba desayunar ahí mientras leía el periódico deportivo. Pero esa mañana, Francisco ya se había marchado a casa.

En un primer momento, Mari Carmen se quedó inmóvil en la parada ‘Justicia en una botella de gasolina’. Autora: Gema Peñalosa. Fecha de publicació­n: 14 de noviembre de 2022. Páginas: 116.

Precio: 16,90. Editoral: Libros del KO. de autobús. Pensó en la amenaza que el Pincelito le había hecho a su hija Verónica el día en que la violó:

—Te dejo ir, pero si se lo cuentas a tu madre, te corto el cuello con una corvilla.

Mari Carmen llevaba siete años conviviend­o con esa advertenci­a que apenas le dejaba vivir y que alimentaba su miedo. Y temió que pudiera llevarla a cabo. Casi de manera refleja, se levantó y echó a correr hacia la gasolinera.

—¡Dame una botella! ¡Dame una botella! —le gritó al empleado.

—No tengo botellas, tiene que ser una lata —respondió el joven sin comprender bien la situación, pero viendo a Mari Carmen muy nerviosa.

—¡No! ¡Tiene que ser una botella!

Pero el trabajador no tenía ninguna.

En ese momento, Verónica llegó a la parada de autobús para marcharse a Orihuela. A lo lejos, vio a su madre muy alterada, como si discutiera con el empleado de la gasolinera. Se acercó corriendo para ver qué ocurría, y Mari Carmen le salió al encuentro desesperad­a: —¡Está aquí otra vez! —Mamá, ¿qué dices?

—¡El Pincelito!

—No puede ser, serán imaginacio­nes tuyas.

Verónica le pasó el brazo por encima del hombro y la condujo hasta su casa. Pero, durante el camino, Mari Carmen no dejaba de repetirlo:

—Que está aquí, Vero, que está aquí, en el bar.

Mari Carmen estaba sometida a tratamient­o psicológic­o desde la violación de su hija. Perdió peso hasta quedarse en apenas cuarenta kilos. Las pastillas para dormir se convirtier­on en una necesidad. Y, en ocasiones, sus hijas le escuchaban frases inconexas y carentes de significad­o. Verónica pensó que, segurament­e, estaría sufriendo algún tipo de crisis.

Pese a todo, quiso comprobar si su madre estaba en lo cierto. Después

de dejarla en casa y antes de subirse al autobús hacia Orihuela, Verónica echó un vistazo dentro del bar Mary. Y, efectivame­nte, ahí estaba el Pincelito.

Salió corriendo de inmediato, sin que su violador hubiera tenido tiempo para verla. Su primera reacción fue llamar a su amigo David para contárselo. La segunda, huir de Benejúzar y marcharse a Orihuela.

Nada más subir al autobús, sonó su móvil. Era su padre. —¿Dónde estás?

—En el autobús, camino de Orihuela.

—Tu madre está en la cocina muy nerviosa.

—Papá, hablamos más tarde. Francisco le había preguntado a Mari Carmen qué le ocurría, pero no había obtenido respuesta. Ella revolvía los cajones llena de determinac­ión. Después de un rato, salió de casa con una botella de plástico vacía con capacidad para un litro y medio y con la caja de cerillas que usaba para encender los fogones.

Otra vez en el surtidor, le dijo al empleado:

—Échame un litro de gasolina aquí dentro.

El joven dependient­e, sin saber lo que ocurría en la cabeza de Mari Carmen, abrió el surtidor y llenó el envase.

Mari Carmen pagó un euro y se dirigió hacia el bar Mary.

En ese momento, había unos quince clientes en el local. Nada más verla, el propietari­o del establecim­iento salió de la barra. Creyó que la intención de Mari Car

«Dame una botella, dame una botella», gritó al gasolinero tras encontrarl­o

«Antonio, aparta, que sólo quiero hablar con él», dijo al dueño del bar

«Con usted no tengo nada que hablar», respondió el violador antes de arder

«¿Cómo está su hija?», le preguntó en la calle antes de que ella lo quemara

men era agredir al Pincelito. —¿A dónde vas, Mari Carmen? —Antonio, aparta, que solo quiero hablar con él.

Antonio le hizo caso y se colocó junto a una mesa cercana. El Pincelito estaba enfrascado en una conversaci­ón con otros dos hombres, y ninguno de ellos advirtió la presencia de Mari Carmen. Cuando llegó hasta él, le tocó el hombro derecho.

—¿Te acuerdas de mí?

—Con usted no tengo nada que hablar —respondió él, girándose otra vez para darle la espalda.

Mari Carmen dio un pequeño paso atrás y desenroscó el tapón de la botella, que estaba envuelta en papel de periódico. El ruido hizo que el Pincelito se girara levemente para mirarla. En ese momento, la mujer volvió a dirigirse a él.

—¡Pues para que no me olvides! Y le derramó la gasolina por el cuerpo. Al notarlo, el Pincelito dio un brinco e intentó repeler el ataque. Le puso las dos manos en el pecho y la empujó hacia atrás, pero no logró derribarla. Entonces, Mari Carmen encendió una cerilla.

Uno de los hombres con los que charlaba el Pincelito intentó arrebatárs­ela. A causa del forcejeo, la cerilla cayó al suelo y prendió el reguero de gasolina que conducía hasta el Pincelito. Antonio Cosme comenzó a arder como una antorcha, de pies a cabeza. En cuestión de segundos, una densa humareda negra cubrió el local. Uno de los clientes abrió el extintor para apagar las llamas, tanto en el suelo como en el cuerpo del Pincelito. Otro se dirigió hacia las ventanas para abrirlas. Y otros salieron corriendo al exterior en busca de aire respirable.

En el momento en que se disiparon las llamas y se levantó el humo, Antonio Cosme estaba en el baño de mujeres, a donde se había dirigido para echarse agua por encima.

Los hombres avisaron a los servicios de emergencia­s y sentaron al Pincelito en una silla. Tenía quemaduras por todas partes y el rostro en carne viva, pero seguía consciente. Uno de sus acompañant­es le dijo:

—Antonio, dame tu documentac­ión. ¿Sabes dónde la tienes?

El Pincelito se señaló el bolsillo. Ante la gravedad de las heridas, los sanitarios decidieron trasladarl­o en helicópter­o al Hospital La Fe de Valencia. Tenía el 60% del cuerpo abrasado. Aunque suene paradójico, haber usado el extintor directamen­te sobre el cuerpo de Antonio Cosme hizo que la superficie orgánica quemada fuese mayor. La explicació­n hay que buscarla en que el polvo químico seco, al contacto con el fuego, se descompone y produce un residuo venenoso y corrosivo que se llama ácido metafosfór­ico. El estado del Pincelito fue empeorando a diario. Hasta que, diez días después de que Mari Carmen lo rociara con gasolina, murió.

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 ?? EFE ?? Mari Carmen García, en el centro, junto a su abogado Joaquín Galant (izquierda) y su hija Verónica en 2014.
EFE Mari Carmen García, en el centro, junto a su abogado Joaquín Galant (izquierda) y su hija Verónica en 2014.
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