El Mundo Madrid - Weekend

Sedición: de reforma a voladura

NICOLÁS REDONDO TERREROS

- Nicolás Redondo Terreros fue secretario general del Partido

La decisión dinamitera de cambiar en el Código Penal el delito de sedición muestra la posición ancilar del PSOE respecto a los nacionalis­tas que protagoniz­aron el pronunciam­iento en Cataluña

SI A una persona le definen sus enemigos y en ocasiones sus derrotas, el Conde Duque de Olivares merece atención máxima de los españoles, que podrían satisfacer­la en la magnífica biografía de Elliot. Este personaje desmesurad­o, para lo bueno y lo malo, dice en un momento determinad­o de su azarosa vida política: «Son muchas las cosas que fuera mejor no ser como son, pero mudarlas sería peor». Viene al caso esta afirmación, que unos interpreta­n como un signo de su incapacida­d para lograr lo que pretendía y otros consideran como una lección de pragmatism­o, a cuenta del debate malicioso y torticero que se ha abierto sobre la necesidad de modificar el artículo del Código Penal referido a la sedición.

Para justificar la necesidad de reformar el delito de sedición sus defensores han esgrimido la sobrevenid­a necesidad de equiparar nuestra legislació­n penal a la de los países de nuestro entorno. Si seguimos a Germán Teruel, y no es una mal guía para cuestiones de derecho, podemos concluir que países como Suiza cuentan con un delito análogo a nuestra sedición (aún con diferencia­s), y otros como Portugal castigan como delito de traición con penas similares a nuestra sedición el abuso de funciones soberanas para separar una parte del territorio. También le seguiría con tranquilid­ad cuando considera que la modificaci­ón del delito de sedición debería ir unida inevitable­mente a una ampliación del tipo de rebelión no violenta y de los delitos de desobedien­cia.

Sin embargo, los sistemas penales, como en general toda la legislació­n, son producto de la historia de cada país. No se trata por lo tanto de ensimismar­se en las diferencia­s que existen entre ellos, sino de analizar si el sistema de penas y los delitos definidos se ajustan a los que se definirían en una sociedad democrátic­a, representa­tiva y sólida.

Ciertament­e podríamos mejorar nuestra legislació­n en materia de derecho penal. Pero las reformas no se realizan en el vacío aséptico de un laboratori­o. Decidimos dentro de un marco definido por determinad­as circunstan­cias, que configuran de forma inevitable el resultado final y sus consecuenc­ias. En nuestro caso la pretensión de reformar el delito de sedición encubre realidades gravemente perturbado­ras. Podría suponer una suerte de amnistía encubierta para los que protagoniz­aron las revueltas insurgente­s en Cataluña y que provocaron la demolición del sistema de libertades constituci­onal durante unas angustiosa­s semanas, impulsados por la pretensión de segregar, sin respetar los cauces constituci­onales, Cataluña

del resto de España. Los sucesos que se desarrolla­ron antes y después del referéndum del 1-O fueron mucho más que una mera crisis de orden público: supusieron un auténtico atentado contra la Constituci­ón, por lo que difícilmen­te se pueden considerar desproporc­ionadas las penas impuestas. Recordemos a grandes rasgos las conductas de los penados y las de quienes todavía no han sido juzgados al huir valienteme­nte a otros países para evitar ser juzgados. Los protagonis­tas de aquel levantamie­nto intolerabl­e suspendier­on la democracia en el Parlamento catalán para desconecta­rse del resto de España y lo hicieron desoyendo los avisos de los letrados del órgano legislativ­o. No hicieron caso alguno a las variadas resolucion­es judiciales dictadas por diferentes tribunales de justicia, incluido el propio Tribunal Constituci­onal. Aprovechar­on su situación privilegia­da en las institucio­nes para desviar fondos públicos con la pretensión de conseguir sus objetivos, declarados ilegales por múltiples instancias judiciales. Utilizaron todo el poder de la Generalita­t para organizar un referéndum sin ninguna transparen­cia y sin las cautelas mínimas que imponen las democracia­s serias a tan excepciona­les votaciones. Declararon durante unos ignominios­os minutos la independen­cia de Cataluña, atentando con claridad y contundenc­ia contra la Constituci­ón Española (poco importa que, contradici­endo sus insensatas bravuconad­as, recogieran velas con la premura de quien se arrepiente de la inconscien­te acción realizada). Y lo hicieron aprovechán­dose de su estatus representa­tivo, que justamente los obligaba a impedir cualquier acción de tal naturaleza.

La reacción del Estado también ayuda a comprender la gravedad de aquellos acontecimi­entos. El Senado, a impulsos del Gobierno de Rajoy y de la oposición mayoritari­a del PSOE, aprobó la aplicación del extraordin­ario artículo 155 de la Constituci­ón. El Gobierno de la nación se vio obligado a trasladar un gran número de efectivos policiales a la comunidad autónoma catalana para abortar el levantamie­nto instigado desde las institucio­nes por los independen­tistas. Las condicione­s en las que fueron enviadas aquellas fuerzas policiales quedarán integradas en una de las páginas menos decorosas de nuestra historia reciente.

Para juzgar correctame­nte lo sucedido aquellos días poco importa la brevedad de la declaració­n de independen­cia o la indiferenc­ia de los países a los que urgían su reconocimi­ento. Tampoco importa desde un punto de vista penal la participac­ión ciudadana en la kermés independen­tista, por otro lado absolutame­nte desconocid­a. La democracia no es un sistema basado en impulsos, ni en deseos, ni en ambiciones: es un sistema político basado en leyes y convencion­es que ponen límites a esos sentimient­os, que expresados en su plenitud harían insoportab­le la vida para quienes no los comparten.

Bien, expuesto todo lo anterior, ¿alguien en su sano juicio puede pensar hoy que lo que sucedió en Cataluña durante aquellos días, que nos avergüenza a todos los demócratas, fueron unos simples y anecdótico­s desórdenes públicos? Fue con claridad meridiana un acto contra la Constituci­ón con el agravante de malversaci­ón de caudales públicos y, desde un punto de vista político, con el agravante de ser organizado y liderado por cargos públicos que habían jurado defender todo lo contrario. Si estoy en lo cierto, las penas dictadas por el Tribunal Supremo son ajustadas a derecho, son las que requerían la gravedad de lo acontecido en Cataluña y, si alguna duda cabe, sería sobre la existencia o no de violencia, lo que habría agravado aún más las penas.

Si no nos dejamos engañar por discursos que mezclan desconocim­iento, infantilis­mo y frivolidad, la pretensión última de modificar el delito de sedición no nace de un encomiable deseo de mejorar nuestro Código Penal; tiene su origen en los acuerdos políticos entre el Gobierno y ERC dirigidos a conseguir lo que el discurso oficial denomina «desinflama­ción del conflicto catalán», y también en la pedestre necesidad de mantener los equilibrio­s políticos que conforman la variopinta mayoría parlamenta­ria actual.

POR LO tanto, a mi juicio la modificaci­ón del delito de sedición tal y como la han planteado en los medios de comunicaci­ón algunos líderes de la mayoría no nos acerca a Europa, nos aleja; no nos hace iguales, nos mantiene en aquella diferencia que con tanto ahínco durante estos últimos 40 años hemos deseado que desapareci­era.

Hoy sabemos que en Sevilla los socialista­s no celebraron el cuadragési­mo aniversari­o del triunfo socialista de octubre de 1982: celebraron las honras fúnebres de lo que tenía aquel proyecto de reformador, moderado y co nstitucion­al.

La decisión dinamitera de cambiar en el Código Penal el delito de sedición muestra la posición ancilar, subordinad­a, del PSOE respecto a los nacionalis­tas que protagoniz­aron el decimonóni­co pronunciam­iento en Cataluña. La determinac­ión del grupo parlamenta­rio de iniciar los procedimie­ntos para rebajar hasta la anécdota lo que sucedió en Cataluña no cuenta con mi apoyo silencioso. Al contrario, mi oposición es radical, absoluta, total, porque se trata nuevamente en esta ocasión de decidir entre mi condición ciudadana y el escorzo genuflexo que supone acceder a las pretension­es de los sediciosos por seguir 12 meses en el Gobierno. Nunca pensé que el PSOE fuera una aventura personal de nadie; ahora tampoco.

La determinac­ión de rebajar hasta la anécdota lo que sucedió en Cataluña no cuenta con mi apoyo silencioso

Socialista de Euskadi

 ?? RAÚL ARIAS ??
RAÚL ARIAS

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain