El sastre imposible de Bruselas
FRANCISCO RODRÍGUEZ
Andan liados esta semana en Bruselas tratando de encontrar un sastre que pueda coser 27 trajes con distintos estilos y patrones. Quieren una regla fiscal para cada estado miembro. Esto puede tener sus ventajas, pero, al no ser común, dista de poder ser llamado «regla» europea. La intención es aportar realismo porque no es posible que, dadas las diferencias en deuda, déficit y otros indicadores, todos puedan llegar al mismo tiempo a ajustar sus cuentas públicas. Aunque esto puede hacer que cada país tenga un margen
de respiración más ajustado a sus circunstancias, es posible que desde la Comisión Europea se estén sentando incentivos inadecuados. Las propias previsiones que han presentado este viernes plantean interrogantes que van más allá de la capacidad de la economía de la UE para recuperarse y reimpulsare. Alcanzan incluso cuestiones que ilustran que la política monetaria y la fiscal van en direcciones demasiado opuestas.
Las proyecciones de la Comisión señalan que la UE sufrirá una recesión que todos verán
de cerca, aunque algunos la eviten de forma técnica. Ya veremos si en primavera esto sigue siendo así. Sitúan la inflación de la Eurozona en el 8,5% este año y el 6,1% el próximo. No es fácil imaginar cómo podría el Banco Central Europeo relajar su política contractiva el próximo año cuando el dato medio estimado triplica su objetivo de largo plazo. ¿Acaso debemos asumir (como también pareció indicar el FMI) que la lucha contra la inflación no va a ser cosa de un invierno duro sino de dos? Es precisamente el
principal órgano político de la UE el que debería explicar cómo el que cada país actúe a su libre albedrío fiscal no va a ayudar a contener la inflación. Alemania, otrora motor europeo, está gripado porque esta crisis político-económica le ha pillado en medio de un cambio de modelo productivo y expuesta energéticamente. Esta última preocupación ha llegado tarde. La inflación teutona, Bruselas dixit, será del 7,5% el próximo año. No es la hiperinflación de la República de Weimar, pero es suficiente para
que en Fráncfort se hayan instalado los halcones. En Washington parecen animarse con un IPC menguante, pero en la Eurozona tiene picos y valles que desconciertan.
España, entre tanto, navega como tuerto en país de ciegos, pero con riesgo de perder el ojo sano. El mercado de trabajo resiste, pero el paro aún está lejos de converger con la media europea. La situación energética es más favorable que en otras localizaciones y eso es bueno. Pero el final de este partido no se va a jugar en el terreno de la energía,
sino en el de la responsabilidad fiscal y en el de las oportunidades de la gran última expansión de gasto. En este partido, el VAR ha pillado a Alemania en fuera de juego, subvencionando energía por un lado y echando fuego a los precios por otro. También el video-arbitraje ha detectado que España gasta los fondos europeos de forma lenta y no siempre para mejorar la productividad. Oportunidad perdida para marcar y pasar a la Champions europea. El final del partido va a consistir en no parecerse a Reino
Unido. Esto implica reconocer las debilidades, transformarlas y saber qué modelo de país queremos. Podrán venir nuevos shocks, pero el mantra de que las expansiones fiscales siempre son posibles y necesarias morirá. No hay sastre que tenga un patrón que sirva para cuerpos tan distintos y dietas tan variopintas.