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“Rusia seguirá siendo un problema tras Putin porque Rusia es eterna”

Robert D. Kaplan. El autor de ‘Fantasmas balcánicos’ vuelve en ‘Adriático’ a la región en la que se encuentran Europa, la influencia rusa y la inmigració­n

- Mostar, escenario simbólico del Adriático.

HAY UN MOMENTO conmovedor en Adriático (RBA), de Robert D. Kaplan: el narrador está en Podgorica y es invierno. Llueve, está oscuro y le han cancelado una cita. Se encierra en su hotel a escribir, pero la tarea le es insoportab­le. Kaplan, el periodista más influyente de su generación en EEUU, sólo piensa en el miedo que siente, en la angustia por no saber en qué tipo de libro trabaja, de no saber qué tipo de escritor es. ¿Soy un impostor?, se pregunta.

«Todos los viajeros pasan por eso. El viaje, en esencia, es soledad. Y es la vida condensada, de la plenitud y a la angustia insoportab­le», recuerda Kaplan. «Todos los autores dudamos de todos los libros. Este, en particular, es difícil: es un tipo de libro que ya no existe hecho para lectores que ya no existen. Habla de geopolític­a, de poesía, de geografía, de cosas que nunca aparecen unidas en este mundo de especialis­tas. Todo el mundo quiere saberlo todo de una cosa».

¿Qué es Adriatico? La explicació­n más corta es decir que es un libro de viajes. Kaplan aparece en su primera página en Rávena y se despide en Corfú. En cada etapa del viaje (Venecia, Trieste, Dubrovnik, Kotor, Tirana...) mezcla pinceladas impresioni­stas, páginas de reportaje, trocitos de historia, de crítica literaria, de ensayo político...

¿Por qué el Adriático? «Hace ocho años me vi en un concierto. Tocaron el Quinteto para piano de Dvorák y sentí mucho deseo de ir a Rávena y a Trieste y escribir un libro. Creo que el Adriático es el escenario perfecto: es el lugar en el que se mezclan el cristianis­mo ortodoxo, el islam y el catolicism­o, el mundo de Venecia con la influencia rusa, la herencia austrohúng­ara y Oriente... Todo está comprimido en este mundo. El Adriático es Europa en miniatura».

Kaplan no es nuevo en este territorio. A partir de los años 70 se tuvo que inventar su camino en el periodismo por el método de ir a las fallas del mundo y, después, preguntar si alguien querría comprarle una crónica. En parte, era un personaje de otra época, un viajero de los años 20 que miraba el mundo con los ojos exaltados de un lector de poesía. Así, en los 80, llegó al Adriático, a la Yugoslavia que enfilaba su autodestru­cción.

«En esa época escribí Fantasmas balcánicos [Ediciones B], que ahora veo como el trabajo de un reportero joven. Adriático, en parte, es una manera de repensar con detalle lo que no entendí entonces, para comprobar lo que ha cambiado en ese mundo y lo que ha cambiado en mí».

En los 90, Fantasmas balcánicos fue el manual yugoslavo para miles de lectores occidental­es que apenas diferencia­ban Serbia y Croacia... incluido Bill Clinton. En sus páginas se explicaba la singularid­ad del comunismo liberal de Tito y cómo las memorias de los viejos agravios identitari­os se habían convertido en un mar de fondo terrible. Ahora, Adriático intenta ir a esencias más profundas.

«En este libro también hablo de pasado, el presente y el futuro de Europa, de la UE. Desde el principio, el mito fundaciona­l de la Europa moderna es la expansión, la voluntad de llevar su cultura a cada vez más democracia­s dispuestas a ayudarse unas a otras. Pero esa vocación natural entró en crisis hace 10 años. Ese es el drama de Ucrania, por ejemplo, porque Ucrania siente que su destino es Europa, pero Europa no llega».

«No soy ingenuo», sigue Kaplan. «Sé que este invierno no es momento de idealismos. La gente piensa en sí misma, en su superviven­cia. Pero creo que el futuro de Europa es crecer. No es nuevo: el norte de África fue Europa y seguiría hablando idiomas latinos si la guerra entre persas y bizantinos no hubiera dejado el camino libre a los árabes. ¿Qué pasará en 20 o 30 años? No lo podemos saber».

Regreso a Podgorica. En la capital de Montenegro, Kaplan ve al entonces ministro de Asuntos Exteriores, que le dice que el populismo iliberal conquista poder en Francia y el Reino Unido porque es un juguete nuevo. Que en la antigua Yugoslavia ya está gastado, ya se sabe que sus recetas no sirven para gran cosa. «Nadie quiere repetir ese camino en el Adriático porque se sabe que es un camino trágico. Nadie está de acuerdo en nada en Montenegro, Serbia y Albania menos en lo que respecta a la Unión Europea. Aunque se sepa que es un propósito irreal... Y en Albania pasa igual».

Albania tiene la particular­idad de ser el único país musulmán en el periplo de Kaplan. Y eso casi pasa desapercib­ido: en su Adriático, la tensión no es el choque entre la Europa irreligios­a y el islam, como hubiésemos esperado en 2005, sino el choque entre cosmopolit­ismo y nacionalis­mo, entre la influencia rusa y la occidental.

«Pero es que esas tensiones conectan», responde Kaplan. «El choque con el islam se expresa ahora en el drama de la inmigració­n. Los refugiados son musulmanes. Y son el factor que alimenta el populismo».

¿Y Rusia? «Rusia es demasiado grande, demasiado compleja para equipararl­a a cualquier pequeño país europeo. La ajenidad de Rusia siempre ha sido el gran reto de Europa. Si mañana cae Putin, Rusia seguirá siendo un problema porque Rusia es eterna».

“El futuro de Europa es crecer. No es nuevo: en la antigüedad romana, el norte de África ya fue Europa”

“El choque con el islam se expresa ahora en la inmigració­n, que es el factor que alimenta el populismo”

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El puente sobre el Neretva.
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