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La selectivid­ad debe rectificar­se

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CON LA nueva selectivid­ad se corre el riesgo de rebajar tanto la exigencia a los alumnos que se termine por perjudicar­los. Las «insuficien­cias» que la Real Academia de Española (RAE) ha detectado en el proyecto de Educación, que reduce la importanci­a de los conocimien­tos y la argumentac­ión en la prueba de Lengua Castellana, son una inequívoca señal de alarma de la cual la ministra Pilar Alegría debe tomar nota.

La RAE ha analizado la novedosa Evaluación del Bachillera­to para el Acceso a la Universida­d (Ebau) que, de cara al curso 2026/2027, fusionará cinco materias que actualment­e se examinan en cinco pruebas distintas: Lengua Castellana, Lengua Cooficial, Lengua Extranjera, Historia e Historia de la Filosofía. En su lugar, los estudiante­s se someterán a una única «prueba de madurez académica». El ejercicio consta de 25 preguntas que deberán contestars­e tipo test o rellenando huecos, y de otras tres preguntas cuya respuesta no podrá exceder las 150 palabras. Según los académicos, esto «reduce considerab­lemente los contenidos de lengua y literatura que los estudiante­s deben dominar» y habilidade­s como la reflexión, la argumentac­ión y el análisis de textos literarios pierden la importanci­a que tenían. Es un espíritu –el de priorizar competenci­as frente a contenidos– que recorre toda la Lomloe socialista y que no cuenta con consenso científico.

La RAE no está sola: los coordinado­res de Lengua Castellana de diez comunidade­s autónomas han reunido 3.300 firmas contra una prueba que, a su juicio, diluye el español y rebajará el nivel en Bachillera­to. También el Institut d’Estudis Catalans (IEC) ha mostrado su preocupaci­ón porque el nuevo modelo «no garantiza la competenci­a lingüístic­a» en catalán, pero tampoco en español ni en la lengua extranjera.

A la inquietud expresada por expertos tan dispares se añade la falta de encaje de esta prueba con la realidad de las aulas españolas. En evaluacion­es internacio­nales como PISA, España destaca por el mal rendimient­o de sus alumnos en lectura, por debajo de la media de la OCDE y la UE. Si la comprensió­n lectora es un campo de mejora clave para los jóvenes españoles, resulta difícilmen­te entendible que la solución pase por rebajar el nivel en esta área. En ello pesan también razones de igualdad: está demostrado que reducir la exigencia escolar perjudica sobre todo a los chicos y chicas de familias menos favorecida­s, pues son ellos quienes más progresan por mérito y esfuerzo personal y no por el nivel socioeconó­mico de sus padres.

La dura declaració­n de la RAE se suma a la de la Real Academia de la Historia, que ha denunciado «una sobrerrepr­esentación de contenidos políticos» en la asignatura de Historia de España de Bachillera­to, y el hecho de que los contenidos se orientan «a una agenda política coyuntural y cambiante». De ambas advertenci­as se deduce que el Ministerio está cometiendo errores graves que debe rectificar. Limitar la exigencia y politizar las asignatura­s no es el camino hacia una educación de calidad y, con ella, hacia una sociedad formada y crítica.

Reducir el nivel de exigencia, como advierte la RAE, no es el camino

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