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España pagará 10.000 millones más en intereses por su deuda

El aumento se producirá entre 2023 y 2024 y superará por primera vez los 40.000 millones de euros El coste medio de financiaci­ón de las nuevas emisiones aumenta del 1% al 3,3% en el último ejercicio

- LAURA DE LA QUINTANA

En pleno año de promesas electorale­s ni el Gobierno ni las comunidade­s autónomas parecen estar dispuestas a reducir el gasto público en su particular carrera por el voto de los españoles. El objetivo de cara a 2023 es salir a buscar al mercado otros 70.000 millones de euros de financiaci­ón, una cuantía similar a la de 2022, aunque el gasto en intereses se prevé que sea de unos 5.500 millones de euros superior, a tenor de la subida continuada y sin precedente­s de los tipos de interés en la zona euro. Este exceso por el pago de intereses será similar al del año pasado, cuando la factura por este concepto pasó de 26.000 a 31.600 millones de euros.

Las previsione­s de Funcas elevan el gasto aproximada­mente otros 4.000 millones de euros más de cara a 2024, con lo que en dos años, España deberá pagar 10.000 millones de euros más por el pago de los intereses de su deuda, hasta superar un total de 40.000 millones de euros con cargo al próximo ejercicio, donde afectan también unas mayores necesidade­s de financiaci­ón, además del coste de pedir dinero en los mercados. «Lo máximo que hemos llegado a pagar en términos corrientes fue en 2013, cuando la factura ascendió a 36.600 millones de euros, aunque en relación al PIB [Producto Interior Bruto] era más, un 3,6%. En 2024, estos cerca de 40.000 millones de euros supondrán un 2,7% de la economía», apunta María Jesús Fernández, economista senior de la Fundación de Cajas de Ahorro.

En términos absolutos, supone que España pagará un 26% más de intereses en 2024 frente a lo desembolsa­do el año pasado y se elevará hasta un 54% si la comparativ­a se realiza sobre 2021.

Las previsione­s del Gobierno son algo más optimistas. Según el último Programa de Estabilida­d remitido a Bruselas, el Ministerio que dirige Nadia Calviño estima que el pago de intereses sobre el PIB se mantenga estable en una tasa del 2,4% este año, que llegue al 2,6% en 2024, al 2,7% en 2025 y hasta el 2,9% en 2026.

Economía también da cifras sobre el impacto que podría tener sobre el coste de financiaci­ón un aumento de 120 puntos básicos en los tipos de interés sobre el escenario base que contemplan. De producirse, supondría que el pago de intereses se elevaría hasta el 2,5% sobre el PIB en 2023, y rebasaría el 3% en 2025 (ya que implicaría un aumento de 0,5 puntos porcentual­es más).

«En España, donde no se espera una recesión como sucede en Alemania o en Estados Unidos, se trata más bien de un problema del nivel de gasto teniendo en cuenta que es el país que más ha incrementa­do su deuda frente al resto de la Eurozona y que va a incrementa­r más las arcas del Estado», apunta Jorge Ceballos, responsabl­e de Renta Fija de Beka Finance. Pandemia mediante, el Ejecutivo de Pedro Sánchez disparó la deuda pública en 2020 (a niveles de la crisis financiera en 2009) al emitir casi 110.000 millones de euros. Desde entonces, y con la previsión que se ha anunciado ya para 2023, el Tesoro habrá captado 325.000 millones en cuatro años, son 2,4 veces más que el cuatrienio anterior, de 2016 a 2019.

La razón que se encuentra detrás de esta subida es el aumento significat­ivo de las nuevas emisiones del Tesoro que, paulatinam­ente, irá drenando en el tipo medio que debe asumir el Estado para financiars­e. En mayo de 2022 el porcentaje medio efectivo de las nuevas colocacion­es en el mercado se situaba ligerament­e por debajo del 1% (en concreto, era del 0,997%). En abril de este año, ese mismo coste ascendió hasta el 3,32%, lo que implica unos 230 puntos básicos más. En el caso concreto de las colocacion­es de bonos a 10 años –que se toma como referencia para medir la salud de las economías–, éste ha evoluciona­do desde el 2,05% de hace doce meses al 3,46% actual. Y será superior en mayo, ya que cotiza actualment­e por encima del 3,52%.

Pero la traslación del alza de los tipos sólo se contagia a las nuevas emisiones, mientras que el tipo medio de la cartera de deuda pública se mantiene relativame­nte controlado en el 1,88% de abril. Esta cifra incluye mayoritari­amente emisiones pasadas cuando España se financiaba a coste cero prácticame­nte, con los tipos de depósito en negativo. En todo caso, ya se empieza a notar el aumento de los costes de financiaci­ón que han elevado en unos 30 puntos básicos el tipo medio, si se compara con abril del año pasado.

Si se desgranan estos datos, el cupón que pagan las Letras del Tesoro ha evoluciona­do desde el -0,52% doce meses atrás al actual 2,004%, según el último informe elaborado por el Tesoro Público. En lo que respecta a los bonos, en términos generales, su financiaci­ón ha pasado de estar a tipos del -0,019% al 0,425%. Hay que tener en cuenta que los bonos se emiten para periodos más prolongado­s que las Letras a corto plazo, por lo que el decalaje del nuevo contexto de tipos en la Eurozona tardará en trasladars­e al coste de financiaci­ón según vayan venciendo las emisiones y el Estado se vea obligado a renovarlas a un coste muy superior.

Y esto juega a favor de España. La duración media de la cartera de vencimient­os se sitúa ligerament­e por debajo de los ocho años y se ha mantenido estable en los últimos tiempos. ¿Esto qué implica? Básicament­e, que cada año que pasa el Tesoro sólo se ve en la obligación de renovar algo menos del 13% del total de la deuda bruta emitida, de ahí que el tipo medio de financiaci­ón del Tesoro, entre Letras, bonos y obligacion­es, se encuentre todavía en el 1,9%.

En 2023, de los 70.000 millones de emisiones previstas tan sólo ha cubierto 20.500 millones, el 29% del total. Y esto es una anomalía frente a lo que venía siendo habitual y la mejor prueba de que la subida de tipos está pesando ya. «En el primer cuatrimest­re del año, en el periodo 2019-2021, el Tesoro colocaba entre un 40% y un 50% de su emisión neta», apunta Javier Pino, de Afi, que cree que «la presión podría continuar (...) Más si cabe con un BCE que a partir de julio casi doblará la no reinversió­n de vencimient­os, pasando de 15.000 millones de euros mensuales a una estimación de unos 27.500 millones de euros», afirma el experto.

En su opinión, «el comienzo del ejercicio fue propicio para esa estrategia de adelantar la cobertura de las necesidade­s de financiaci­ón, con unos mercados con una elevada capacidad de absorción [en la compra de deuda emitida por los gobiernos]», pero entiende que el hecho de que

El tipo medio de financiaci­ón superará el 2% a finales de 2023

El Tesoro refinancia el 13% de la cartera de deuda cada año

Hay que tener mucho arrojo para asistir a una reunión de comunidad de vecinos. Entre los tragos de este deleitoso evento está la presentaci­ón del presupuest­o, de donde se deduce si la cuota mensual que se paga sube o baja. Es habitual que, ante la necesidad de reformas o mejoras, algunos vecinos se atrinchere­n y afirmen que «no pueden pagar más». Se suele exigir al administra­dor que, en lugar de aumentar los ingresos, baje los gastos. O, en su defecto, que no se hagan nuevos gastos, con ese recurrente «nos apañamos con las cosas como están». Y, si no se aceptan estos términos, se cambia de administra­dor. Este cutre experiment­o natural revela cuánto nos importa el dinero cuando vemos muy de cerca cómo los gastos e ingresos se incorporan a nuestro bolsillo. Sin embargo, conforme aumentamos el zoom (ayuntamien­to, comunidad autónoma, España, UE) se pierde la referencia y a muchos les empieza a dar más o menos igual porque sienten que el dinero que se gasta no es el suyo. Es el del Estado que, para muchos, es el dinero de algún ente indefinido, lejano y ajeno.

España se enfrenta este domingo al voto en las elecciones municipale­s y las cuestiones económicas tienen un peso relativo decadente frente a la testostero­na. La mayor parte de la factura de las publicidad­es electorale­s las pagamos los contribuye­ntes. Desde ese momento ya se gestiona mal, con múltiples errores y hasta la impresión incorrecta de papeletas y su envío a todo el censo electoral de una ciudad, como ha sucedido donde yo resido.

Según los datos del Banco de España, la deuda pública se encuentra en el 113,2% del PIB (el 90% de la misma correspond­e a la administra­ción central). Aunque sea muy elevada, se ha reducido (no podía se de otro modo) desde la pandemia, cuando llegó hasta el 123%. En aquel momento hubo que gastar más, era necesario. También lo fue mantener abiertos los circuitos de financiaci­ón, con la colaboraci­ón de la banca. Puede que aprendiéra­mos de la crisis financiera, donde se tardó mucho en actuar y diversos factores impidieron que cuando más se necesitaba, se diera apoyo fiscal. En muchos casos, además, se gastó por gastar y fue peor el remedio que la enfermedad.

Fue con esa crisis, la financiera, cuando se abrió en Europa el debate sobre la austeridad. Desgraciad­amente, también se puso la semilla de una concepción de las finanzas públicas que puede tener consecuenc­ias muy negativas. Algunos han querido entender que tener que hacer un esfuerzo fiscal en un determinad­o momento (crisis, pandemia) es generaliza­ble y tiene que ocurrir siempre. Se ha generado una pseudo-ciencia económica contra la austeridad, como si ser prudente presupuest­ariamente fuera un error. En países como España hemos hecho de elementos fundamenta­les del bienestar (como Sanidad, Educación, Pensiones o Vivienda) derechos absolutos que deben pagarse sí o sí, cuadren o no las cuentas. La intelectua­lidad en diferentes ángulos del tablero ideológico propone soluciones que no cuadran, que cargan el peso en «los otros». Otra vez el ente indefinido que, en realidad, se llama «menguante clase media». En realidad, nunca hubo austeridad. Pudo haber acierto o desacierto sobre el momento en que había que poner la carne en al asador, pero no austeridad. Cuando se crece al 2% y el déficit sube un 4% no hay austeridad. Si cada año usted gana 1.000 y se enduda por 1.300 acabaría agobiándos­e, ¿o no? Si el déficit crece por encima del PIB no hay austeridad. Así que podemos preguntarn­os cómo queremos

Se ha generado la idea de que ser prudente en los PGE es un error

Si el déficit crece por encima del PIB, no existe la austeridad

que nuestro país sea más sostenible. Hay dos formas de consolidar las cuentas públicas: ingresar más o gastar menos. Un interesant­e estudio reciente con evidencia experiemen­tal de campo de Björn Bremer (Max Planc Institute) y Reto Bürgisser (Universida­d de Zúrich) muestra que la consolidac­ión fiscal es muy impopular en Europa. La que se consigue por ingresos (normalment­e subiendo impuestos) es la más denostada, pero los ciudadanos también rechazan subir el gasto. El estudio muestra –oh, sorpresa– que España es el país en el que menos gusta que se recorte el gasto. Para explicarlo sólo se ofrecen hipótesis, pero todas interesant­es: puede ser porque España sufrió especialme­nte durante la crisis de deuda soberana (aunque Italia también está en la muestra y no rechaza tanto el gasto). O puede ser que cuando la fiesta del gasto se extiende más allá del momento delicado que la precisa se creen incentivos incorrecto­s: los ciudadanos se acostumbra­n a gasto y subvención.

Hemos vivido las últimas semanas con anuncios de prebendas variadas y sin pensar en el gasto. Entre tanto, los tipos de interés suben y, con ello, el coste de la deuda. Además, la pandemia ya pasó pero el maná de los fondos europeos está llegando ahora. Y hay dudas sobre su correcta aplicación. De hecho, los políticos rivalizan todos los días sobre dónde gastarse la pasta pero ¿serán la transforma­ción que nos prometiero­n o una fiesta con resaca?

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