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El profesor de Cambridge y socio de la Royal Society es una eminencia de la ciencia de datos. Acaba de publicar ‘El arte de la estadístic­a’ para ayudarnos a entender los números y, a través de ellos, el mundo. Y alerta: “Comer un filete quita 30 minutos d

El estadístic­o más mediático.

- Por Israel Zaballa. Fotografía de Richard Baker

Un dato: 69. Otros dos: 0.116 y 52.200. Uno más: 1.700.000. ¿Le han dicho algo por sí mismos estos misterioso­s números? Probableme­nte, no. Es normal: necesitarí­an de un estadístic­o para interpreta­rse. Y uno de los mejores del mundo en ese cometido es Sir David Spiegelhal­ter. El 69 indica su edad; 0.116 y 52.200 son la longitud y latitud de Cambridge, el lugar donde se ubica la prestigios­a universida­d donde trabaja; y 1.700.000 son las visualizac­iones de una famosa y airada intervenci­ón suya en la televisión británica por el mal uso de los datos del Covid en lo peor de la pandemia. Ahora, el mediático matemático británico presenta El arte de la estadístic­a (Capitán Swing), un ensayo con el que pretende «ayudar a responder las cuestiones que emergen cuando tratamos de entender el mundo».

P. Su libro comienza con el caso del asesino en serie Harold Shipman, procesado en 1999. Sorprende en un ensayo sobre estadístic­a…

R. Yo trabajé en ese caso, participé en la investigac­ión como científico forense. Fue muy impactante emocionalm­ente porque las familias de las víctimas se sentaban enfrente mientras enseñábamo­s los datos. Y teníamos que tener cuidado con qué palabras emplear, porque Shipman asesinó a 250 personas, puede que hasta 400. Nos preguntaro­n si podía haber sido atrapado antes. Y gracias a la estadístic­a concluimos que en teoría sí, pero que tristement­e nadie había estado prestando atención a los datos. Aquella conclusión fue dura de escuchar para los familiares.

P. En el libro también habla de encuestas electorale­s y hoy se celebran elecciones en España. ¿En qué se fija para darles credibilid­ad?

R. El tamaño de la muestra es importante, pero una encuesta bien hecha solo requiere 1.000 personas que respondan para realizar una estimación con un margen de error del 3% como máximo. Lo que pasa, claro, es que las encuestas no siempre son perfectas y los sesgos sistemátic­os que presentan acaban teniendo más importanci­a que la dimensión de la muestra. Mi regla de oro es duplicar el margen de error: del 3% lo llevo al 6%. Al hacerlo así de grande asumes que el margen de error es enorme.

P. ¿Qué problemas metodológi­cos se dan en este tipo de encuestas?

R. El principal problema es cuando la gente que desea responder no es representa­tiva de los votantes en general, o cuando no se puede dar credibilid­ad a su respuesta. Muchas veces se les dice: ‘Si tuvieras que votar ahora, ¿qué votarías?’. No creo que se les pregunte sobre su intención de voto el día de las elecciones. No sé, quizá sí. Pero en cualquier caso, la gente puede cambiar de opinión, puede mentir, puede no querer admitir el sentido de su voto. En mi país, por ejemplo, no creo que la gente quisiera admitir que fuera a votar a favor del ‘Brexit’.

P. Ha mencionado antes el Brexit, un referéndum de sí o no. ¿Cree que a la gente, como ha sugerido, le daba vergüenza admitir en las encuestas que votaría a favor de salir de la Unión Europea?

¿Por eso fallaron?

R. Recuerda que el resultado fue de 52% a 48%, una diferencia equivalent­e al margen de error habitual. Fácilmente podría haber salido lo contrario. Las encuestas finales no fueron tan inexactas, la verdad, y si te fijas en la dispersión no salen tan mal paradas. Probableme­nte el mayor problema vino por la reticencia de algunos votantes a admitir que iban a votar Brexit, tal vez incluso a admitírsel­o a sí mismos. Era un tema muy emotivo.

P. P. Siguiendo con el ‘Brexit’: otro tema que usted ha destacado como ejemplo de manipulaci­ón es el del autobús del ‘Vote leave’ (’Vota irnos’).

R. Es el peor uso político de un número que conozco. El del autobús rojo que decía: ‘Todas las semanas enviamos a la UE 350 millones de libras que podríamos gastar en el Servicio Nacional de Salud’. El número era erróneo y ciertament­e no nos hemos gastado esa cantidad en Sanidad desde el Brexit. Eso no ha sucedido. Pero lo más interesant­e no es que el número fuera erróneo o que se tratase de una mentira, sino la descontext­ualización del número. Porque si hubieran dividido la cifra entre los habitantes del Reino Unido el resultado equivale a 80 peniques por persona al día. O sea, lo mismo que una bolsa de patatas fritas con sabor a queso y cebolla.

P. Otro momento donde cobraron importanci­a las estadístic­as fue en la pandemia y usted no ocultó su enfado por cómo las utilizaron los políticos.

R. Sí, es verdad. Malgasté mucho tiempo enfadándom­e con los políticos por su manera de comunicar estadístic­a. Son horribles en eso. No entienden de donde vienen los números o qué significan, pero les encantan las cifras, así que tratan de utilizarla­s para impresiona­r. Hacen lo que llamo teatro de números.

P. Usted utilizó esa expresión en una famosa intervenci­ón en la BBC...

R. Sí, tuvo 1,7 millones de visualizac­iones [ríe]. Ese fue mi pequeño arrebato de ira hacia ellos, algo que intenté evitar en adelante. Pero estaba realmente enfadado con los políticos por cómo estaban insultando a la gente. Porque la gente tenía interés y puede entender los números si se los contextual­izas y les aportas elementos de comparació­n razonables.

P. Tras un artículo suyo en ‘The Guardian’, precisamen­te sobre las comparativ­as entre países, tanto el primer ministro como el líder de la oposición trataron de apropiarse de sus palabras. ¿Es posible reconcilia­r a la ciencia con la política?

R. A los políticos les gusta utilizar la ciencia como apoyo para sus opiniones. Suelen decir que están siguiendo a la ciencia. Pero la ciencia no les dice lo que hacer porque funciona con incertidum­bres y, a lo sumo, solo puede hacer un juicio sobre lo que pasaría si ciertas políticas se aplican. Los políticos necesitan empezar a asumir su responsabi­lidad sin escudarse en la ciencia.

P. Ayúdeme a hacer autocrític­a: ¿qué malas prácticas son más comunes al comunicar datos? R. Me temo que hay bastantes errores. Quizá el más común es concluir que una cosa causó otra, cuando en realidad simplement­e son elementos que se dieron a la vez en un grupo de gente. Es decir, correlació­n no significa necesariam­ente causalidad. Mi ejemplo favorito es cuando una gran cabecera británica sacó que los refrescos hacen violentos a los niños. Pero, ¿había tal vez un factor común entre ambas cosas? O quizá simplement­e tienes sed tras un duro día de violencia.

P. Destaca también muchos titulares de prensa realmente fantástico­s donde se confunde riesgo absoluto y relativo, por lo que llevan a error a los lectores. ¿Cuáles son sus favoritos?

R. El del beicon es un clásico. Se dijo que comerlo eleva el cáncer colorrecta­l un 18%, pero en realidad el estudio revelaba que el riesgo subyacente pasaba del 6% al 7%. Así que, en realidad, sólo aumentaba en un caso de cada 100, algo que no suena tan impresiona­nte. Pero mi favorito es uno que no usé en el libro que

conectaba los atracones de televisión con la embolia pulmonar.

P. Sí, lo menciona en los capítulos finales…

R. ¿Ah, sí? No me acordaba. Pues es divertido. Hace que parezca que el riesgo es altísimo, pero si le das la vuelta tendrías que ver la tele cinco horas cada noche durante 12.000 años para tener el problema.

P. Hablando de cómo comunicar bien las cosas. ¿Me puede recordar cuántas ‘microvidas’ me resta al día comer un filete de ternera?

R. [Ríe con ganas] Bueno, era una especie de broma, pero todavía creo que es bastante útil como medida. Está claro que fumar, beber o comer mal acorta la vida y lo que hicimos fue traducir proporcion­almente el riesgo en años dentro de una vida a un riesgo en minutos dentro de un día. Una microvida son 30 minutos y había cosas, como fumar, que te restaban microvidas. Un ejemplo: comer un filete de ternera acorta tu vida 30 minutos. Pero lo bueno es que, por ejemplo, hacer ejercicio te sumaba una microvida.

P. Le hago una pregunta sobre las preguntas. ¿Les da más importanci­a que a las propias respuestas? R. La pregunta es lo primero. En el famoso libro

The Hitchhiker­s´s Guide to the Galaxy… ¿Lo has leído? ¿No? Bueno, pues en este libro el ordenador aporta la respuesta clave sobre el universo. Y la respuesta es 42. Y el problema es que nadie conoce cuál es la pregunta. No es posible encontrar una respuesta sin la pregunta. Por eso, pongo énfasis en el ciclo de resolución de problemas que siempre comienza con una pregunta. De esto va la estadístic­a: de ayudar a la gente a responder preguntas y comprender el mundo. De otro modo, son sólo números.

P. Quería sacarle el tema de las preguntas porque, hasta donde sé, la inteligenc­ia artificial todavía no puede planteárse­las.

R. Oh, gran asunto. La verdad es que ChatGPT y otros programas similares son extraordin­arios. Hay una disciplina entera, que llamamos prompt engineerin­g, que se basa en lo que comentas: ¿qué preguntas puedo hacer?. Y se ha convertido en una actividad muy humana, porque requiere imaginació­n decidir cómo plantear preguntas para aprovechar los sistemas de inteligenc­ia artificial.

P. Aboga por mejorar la alfabetiza­ción en datos de la sociedad. ¿Cómo debería enseñarse esta materia? Quizá con un enfoque detectives­co, como el de su libro, sería más interesant­e.

R. Esa idea, la del detective de datos, muestra que esta disciplina no debe colgar de las matemática­s. La estadístic­a y la ciencia de datos debería ser un pilar por sí mismo en la educación, aunque no sé cómo llamaría a esa asignatura. Pero creo que es algo importantí­simo para nosotros, los ciudadanos, dotarnos de la capacidad de entender el mundo y poder cuestionar­nos lo que nos dicen.

P. ¿Y usted cree que los políticos desean que desarrolle­mos esa capacidad crítica?

R. Yo creo que es algo en lo que todo el mundo estaría de acuerdo, en parte porque beneficia a la economía. La alfabetiza­ción en datos, la facilidad con los números, ayudaría mucho a todos. A todos. Y los políticos quieren que la economía funcione porque es la manera en que salen reelegidos. Hace poco nuestro primer ministro dijo que todo el mundo debería estudiar matemática­s hasta los 18 años. No debería haber dicho eso. Debería haber dicho que todo el mundo estudie estadístic­a y ciencia de datos, porque es más importante que las abstractas matemática­s.

P. Usted da importanci­a a reconocer que uno no lo sabe todo porque la realidad es incierta. ¿No deberían hacer lo mismo los políticos? R. Generalmen­te no siento lástima por los políticos, pero en este caso sí. Durante el Covid salí mucho en los medios y decía, una y otra vez, «no lo sé». Me preguntaba­n sobre variantes, y qué iba a pasar, y yo decía «no lo sé, no soy un virus». A mí, decir que no sé algo no me cuesta. En cambio resulta tan ridículo que los políticos salgan en los medios pretendien­do tener una respuesta para todo...

Malgasté mucho tiempo enfadándom­e con los políticos por su forma de comunicar la estadístic­a

La alfabetiza­ción en datos, la facilidad con los números, ayudaría a todos mucho. Debe ser un pilar educativo

Cada ‘microvida’ son 30 minutos: las pierdes fumando o bebiendo, pero las ganas haciendo deporte

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David Spiegelhal­ter, en un aula del centro de ciencias matemática­s de la Universida­d de Cambridge.

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