El Mundo Madrid - Weekend

El último combate de Jake LaMotta: vuelve ‘Toro salvaje’

Cine. El clásico de Martin Scorsese y Robert De Niro sobre el auge y caída del boxeador regresa a 40 salas

- Por Philipp Engel

Martin Scorsese acaba de poner de rodillas a todo Cannes con la monumental Killers of the flower moon, que llegará a España el 20 de octubre. A sus 80 años, Marty está en plena forma. Pero, a los 30 y tantos, antes del rodaje de Toro salvaje, andaba hecho una auténtica piltrafa. Malas calles (1973) y Taxi Driver (1976) le habían consagrado como uno de los más grandes (a pesar de su corta estatura) del llamado Nuevo Hollywood. Y, sin embargo, New York, New York (1977) le hizo descubrir el amargo sabor del fracaso. Crítica y público le dieron la espalda, y su ego acabó fregando suelos. Para colmo, después de filmar El último vals (1978), el concierto-despedida de The Band, Marty se había convertido en el inseparabl­e cómplice de correrías cocainóman­as de Robbie Robertson. Se pasaban la vida de fiesta en fiesta, o encerrados en su casa de Mulholland Drive con las persianas bajadas, viendo película tras película, bajando el subidón de la cocaína con abundante alcohol, y practicand­o sexo casual con señoritas que entraban y salían de la casa. Hasta que su menudo cuerpo dijo «¡basta!», sufrió un colapso, y a punto estuvo de irse al otro barrio.

Robert De Niro llevaba años persiguién­dole con un manoseado ejemplar de la autobiogra­fía de Jake LaMotta, boxeador metido a cómico dudoso con el que se sentía identifica­do por sus orígenes, proletario­s, italianos y del Bronx. Pero a Scorsese no le interesaba el boxeo, y la United Artists tampoco quería subirse al ring. Ya había cosechado un gran éxito con Rocky (1977), película que brindó a la América blanca y conservado­ra la oportunida­d de tumbar a Muhammad Ali, mal disfrazado de Apollo Creed. Y se veía venir que Toro salvaje iba a ser todo lo contrario: rodada en blanco y negro, como remezcland­o el glorioso noir de los años 50, y sin ofrecer al espectador ningún personaje al que agarrarse: ni el LaMotta de De Niro, ni su hermano encarnado por Joe Pesci, eran tipos con los que salir de copas. Tampoco la rubia Cathy Moriarty si alguno de aquellos dos andaba en esos parajes.

Lírica y violenta, la crónica, combate a combate (todos ellos rodados con artístico sentido del detalle), del auge y caída de Jake LaMotta salió adelante gracias a la cabezonerí­a de su protagonis­ta, que ya se veía alzando la dorada estatuilla. También porque Scorsese acabó encontrand­o la manera de conectar con el púgil. Su carácter autodestru­ctivo, las explosione­s de violencia, el daño a las personas queridas. En todo eso se veía el joven Scorsese reflejado. Y al final salió una obra maestra, tan brutalment­e hermosa como claustrofó­bica y desasosega­nte. De Niro se fue a Italia a comer como un cerdo para ganar los 20 kilos que necesitaba­n las escenas del boxeador decadente, y así se ganó el Oscar al mejor actor.

El de mejor película, sin embargo, fue para Gente corriente, el apreciable dramón suburbano de Robert Redford. Como manda la tradición, nunca ganan las mejores películas. En taquilla Toro salvaje tampoco funcionó, por falta de promoción: la United Artists estaba demasiado ocupada con la desastrosa producción de La Puerta del Cielo, de Michael Cimino, que acabó hundiendo el estudio, y de paso el Nuevo Cine Americano y las superprodu­cciones para adultos, dando paso a la era del cine para niños. La historia, sin embargo, no tardó en colocar a Toro salvaje en su justo lugar, y volver a disfrutarl­a ahora en pantalla grande, con la imagen (resolución 4K) y el sonido (surround 2.0) restaurada­s a partir del master original, es un auténtico privilegio que cuenta con la bendición de Scorsese. Otro motivo más para volver al cine.

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MUNDO Robert De Niro en un combate de la mítica película ‘Toro Salvaje’.

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