“No me gustan el blandiblú y los ofendiditos, se confunde la bondad con el beatismo”
Nos cita en el hotel Fénix, en el que se queda cada vez que viene a Madrid. ¿Por qué? Porque en él se instalaron los Beatles cuando actuaron en Las Ventas en 1965. Y es que, bajo esos casi dos metros aún de atleta y el tupé en que sólo las canas delatan la edad, siempre se ha escondido un romántico. «Un romántico al estilo germánico: el yo por encima del todo», puntualiza con sorna Loquillo (Barcelona, 1960). O José María Sanz. Es difícil saberlo. Su último disco, La vida es de los que arriesgan, recupera sus conciertos íntimos durante la pandemia y ahora retoma otra gira que, volviendo a lo del ego, se llama… P. ‘El Rey’. Bien de modestia ahí.
R. A ver, a estas alturas ya… [Risas]
P. En la pandemia, ¿llegaste a pensar que era el fin? R. Suspendieron nuestras libertades individuales, todos los conciertos previstos volaron por los aires y, ante esa situación, tomé la decisión de seguir adelante con una gira de poesía contemporánea. Fue un acto de fe defender a Gil de Biedma, a Atxaga, a Luis Alberto de Cuenca, a Jacques Brel, a Aute… Sabía que iba a ser una misión suicida, pero era eso o morir. Era épico y la épica siempre ha estado en el ADN de Loquillo. De ahí salí con un bocio nodular y se me recomendó operarme. Me negué. En vez de eso, me puse a grabar un disco sabiendo que podía ser el último.
P. ¿En serio?
R. Sí. Ya estoy perfecto, pero desde entonces me levanto todas las mañanas pensando que puede ser la última. Mientras haya mala hostia en mi cuerpo y siga enfrentado con el mundo, seguiré haciendo discos, pero soy consciente de que se puede acabar cualquier día.
P. ¿Qué queda de José María Sanz dentro de Loquillo? R. Hay un Loquillo para cada persona, pero lo cierto es que José María Sanz es el tipo que sale al escenario y Loquillo, el que baja y se pone el personaje por montera para defenderse de la realidad. El que ves ahí arriba es José María Sanz. Es como la frase de Baudelaire: el mayor truco del diablo es hacernos creer que no existe. P. Has citado a Luis Alberto de Cuenca. Tu defensa de un poeta de derechas, ¿te ha pasado factura?
R. Por supuesto. En un periódico de izquierdas, el crítico de un concierto mío definió a Luis Alberto de Cuenca como «la máxima representación del fascio de pata negra». En cambio, no he leído en ningún periódico de centroderecha llamar a Luis García Montero comunista. De mierda, por añadir. Es curioso, ¿verdad? Me parece tan absurda una cosa como la otra, de la misma manera que me parece cojonudo que Ismael Serrano tenga un compromiso político y Sabino Méndez lo haya tenido. Es bueno para la democracia de mi país.
P. ¿Tú no lo tienes?
R. Yo creo que cuando consigues molestar a izquierda y derecha es que estás en el buen camino.
P. A la derecha le molestas menos...
R. Te puedo contar bastantes anécdotas de gente de derechas que me odia. Amo Francia y allí, cuando un artista se posiciona políticamente, es considerado un acto a favor de la Constitución. En este país, desgraciadamente, se le señala y eso es muy peligroso. P. Tienes 62 años, entrenas a diario y estás como un toro. El sexo, drogas y rock and roll se ha reducido básicamente a rock and roll.
R. Cuando estás dos horas en un escenario, estar en forma es un acto de respeto al público y hacia ti. No dejé la vida disoluta porque el cuerpo no aguantara, sino porque me aburrí. Con 50 años, estar con las ventanas bajadas de día es ridículo. Hay etapas que un hombre tiene que superar y, si no las supera, se convierte en un Peter Pan. Desgraciadamente, en el mundo de la música lo que más habita es el peterpanismo.
P. ¿Se sobrevaloran los 80? ¿Se han idealizado?
R. Nos olvidamos de algo: en la época de la Movida salías de Madrid y las carreteras tenían polvo, llegar a Galicia te costaba dos días en una furgoneta y a las chicas que iban vestidas como Alaska en el autobús las llamaban putas. ¿Nadie se acuerda de eso? ¿O es que se piensan que todo el mundo en esa época era moderno? P. Se ha puesto de moda decir que había más libertad que hoy en día.
R. Mira, quienes dicen que en la Transición y en los 80 había más libertad es porque vivieron muy bien en el franquismo. Punto. Están haciendo revisionismo histórico. En esos años, en Barcelona todos los días se manifestaban por sus derechos las feministas, los gays y las lesbianas. Si esas personas no hubieran hecho ese trabajo, no gozaríamos de estas libertades actuales, impensables entonces. ¿Cuándo vivíamos mejor? ¿Con Carrero Blanco? Igual los que dicen eso vivían muy bien porque eran la élite del franquismo, pero te aseguro que en el barrio de El Clot eso no pasaba.
P. ¿Te has sentido amenazado por la cancelación? R. Nah. No tengo la formación intelectual de Arturo Pérez-Reverte, el rollo punk de Carlos Boyero o el punto libertario de Fernando Fernán Gómez, pero los admiro a los tres porque nunca han dejado de ser irreverentes y políticamente incorrectos. Ahora sí noto que falta eso. Y no me estoy refiriendo al rebote porque sí. Transgresión no es decir «caca, culo, pedo, pis», es poner en duda el statu quo, esa es la Biblia del disidente. Creo que es casi una obligación para los creadores y da igual la ideología. No me gustan el blandiblú, la queja porque sí y los ofendiditos que nos han taladrado en los últimos dos años. Se confunde la bondad con beatismo. Yo no le pertenezco al Estado o, como se decía en El prisionero, yo no soy un número, soy un hombre libre.