El Mundo Madrid - Weekend

Trapicheos y grafitis en la ‘Selva’ del Ramiro

Junto al famoso colegio de Serrano se ubicaba un terreno silvestre donde la juventud exprimía los límites de las normas

- IÑAKI DOMÍNGUEZ

Hay un extraño y curioso paraje urbano, con una larga historia para numerosos jóvenes de la capital, ubicado en las inmediacio­nes de varios lugares emblemátic­os de Madrid. Hablo de la Selva o el Terreno, dependiend­o de la persona que haga referencia a él. Se trataba de un lugar indómito ubicado entre el instituto Ramiro de Maeztu, el CSIC, la Escuela de Ingenieros Industrial­es y el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Antaño era un espacio salvaje, accesible saltando vallas (desde el propio Ramiro) o caminando, sin más, desde el lateral del Museo de Ciencia Naturales. Los alumnos del Ramiro lo llamaban la Selva. Ahí acudían cuando estaban de pellas a fumar un cigarrillo o a toquetears­e chicos y chicas. Muchos adolescent­es se dieron allí su primer beso.

Era un área neutra y silvestre a la que acudir para realizar todo tipo de actividade­s prohibidas; un espacio de libertad y creativida­d en el corazón de la ciudad. Uno podía acudir de día o de noche, de diario o en fin de se semana, durante el curso o en vacaciones; cuando le viniese en gana sin que nadie le molestase. Por otro lado, los primeros raperos y grafiteros de la capital, gente como los QSC (Quicksilve­r Crew) o MC Randy, acudían a pintar sus muros, bautizando el lugar, allá por los 80, como el Terreno. No muy lejos está Nuevos Ministerio­s, donde se reunían durante el fin semana los hiphoperos capitalino­s originario­s (para pintar o hacer break). Hasta hace unos años todavía se conservaba­n en la Selva los graffitis old school del Kool y otros miembros de los QSC. Sobrevivía­n grandes kekos, o muñecos, pintados típicament­e en la mencionada década. Hablamos de una estética retrofutur­ista, de videojuego de la época. Es una pena que las institucio­nes de esta ciudad desconozca­n la historia alternativ­a de sus calles, y decidiesen pintar sobre esas pinturas de indudable valor arqueológi­co.

Bajando desde la Selva hasta la Castellana, está el Parque de la

Constituci­ón, o la Consti. Se trata de otra zona merodeada por jóvenes de muy distintos lugares, particular­mente en primavera. Ahí también se fumaba y, en fin de semana, se hacía botellón. De este parque y su famoso monumento me habla un informante, el grafitero Elipse, antiguo alumno del Ramiro de Maeztu: «Nosotros íbamos a menudo a la Consti. El monumento a la Constituci­ón, que está en el parque, es un cubo blanco que contaba antaño con unas escaleras interiores en su parte superior. Hace años alisaron esa parte superior e interior del monumento. Los chavales nos subíamos al cubo y fumábamos porros, bebíamos cerveza y nos relacionáb­amos».

Continúa: «Había que hacer un pequeño esfuerzo para subirse, pero ya dentro del cubo uno no era visible desde el exterior. Recuerdo una ocasión en que subimos con dos o tres pipas árabes, muy grandes. Unos policías debieron ver nuestras cabezas y nos ordenaron bajar. Dejamos las pipas y todos nuestros porros y bártulos en el cubo, y bajamos como si no tuviésemos nada. Gracias a dios, los policías no asomaron la cabeza a la parte interior del cubo, porque se habrían llevado una sorpresa y nos habrían puesto una multa. Esperamos a que se fuesen y subimos de nuevo a seguir a lo nuestro».

Sigue: «En otra ocasión, recuerdo estar de tripi con mi amigo Alfredo. Habíamos tomado un tercio de las famosas Bicicletas del 95 (tripis de la época), que vendía un hippy que andaba siempre con el diávolo. Primero subió mi amigo Alfredo al monumento de la Consti, para luego tenderme la mano. Miré hacia arriba y, con el efecto del LSD, me encontré con las nubes blancas, que contrastab­an con el cielo azul. Al ver a mi amigo tendiendo la mano desde unas escaleras blancas, parecía que me invitasen a subir al cielo». Justo encima de la Selva está el Internado, unas canchas de mini basket en las que se empleaban a fondo los jugadores del Estudiante­s en sus categorías inferiores, hasta los 13 años. También ahí hacían pellas y fumaban porros los estudiante­s del Ramiro de Maeztu; y en esas canchas además se trapicheab­a, ¿cómo no?

Al final del Internado está ubicada la Residencia de Estudiante­s, donde se conocieron Lorca, Buñuel y Dalí. La panorámica desde el Internado consistía, y consiste, en la cúpula de la Escuela de Ingenieros Industrial­es, los tejados de los primeros edificios de Ríos Rosas y el skyline de AZCA, más adelante. Dicen que el cielo de Madrid luce mejor desde el Internado.

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