El Mundo Madrid

Matt Hancock, ‘supervivie­nte’ en la jungla

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– ¿Por qué estás aquí?

– Quiero que la gente conozca al verdadero Matt. Quiero mostrar que los políticos también son seres humanos.

Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Y, si se pregunta al pueblo británico, también es uno que se sirve con tacos de ojo de pescado, churros con cucarachas y testículos de camello. Aunque ya han pasado casi 18 meses desde que el ex secretario de Sanidad británico dimitiera tras incumplir sus propias normas de distanciam­iento social, el recuerdo de Matt Hancock besando a su amante, mientras miles de familias no podían llorar juntas la pérdida de sus seres queridos durante la pandemia de Covid-19, sigue vivo. Pocas oportunida­des ha habido de darle al diputado conservado­r su merecido desde entonces, pero tras anunciar hace 15 días que cambiaría las bancadas verdes de Westminste­r por la selva australian­a, el público ha recuperado con creces el tiempo perdido.

«Nuestro trabajo como políticos es ir a donde está la gente». Sería de esperar que esto lo dijera un ex premier que se ha alejado de la primera línea política, desesperad­o por aferrarse a lo que queda de su carrera. O incluso de un ministro en funciones que quiere centrarse en su circunscri­pción. Pero no ha sido así. Fue con esta declaració­n con la que Hancock intentó justificar su decisión de fichar por el reality I’m a Celebrity... Get Me Out of Here, una suerte de Supervivie­ntes para personajes famosos, mientras el país está sumido en una grave crisis del coste de la vida. Su entrada en el programa provocó su suspensión del Partido Conservado­r.

El jefe de la bancada tory en la Cámara de los Comunes, Simon Hart, consideró la situación «lo suficiente­mente seria» como para proceder a esta acción, en virtud de la cual Hancock dejará de representa­r a su circunscri­pción –es diputado por West Suffolk desde 2010– en Westminste­r. No obstante, seguirá cobrando su salario de 95.000 euros, además de unos 460.000 euros de honorarios por participar en el programa. Pero, claro, ha fichado por el reality porque quiere que veamos al «verdadero Matt». El Matt que quiere visibiliza­r los temas que le son importante­s, como la dislexia. «El hombre detrás del atril», como él mismo bromeó tras entrar en la jungla. Si alguna vez ha mencionado esa campaña contra la dislexia que supuestame­nte esperaba impulsar, nunca ha llegado a emitirse.

La reacción a la apuesta del político ha oscilado entre el ridículo y el enfado. En una entrevista con el Sunday Times, el secretario del Tesoro, Jeremy Hunt, dijo que «comer testículos en la selva es el único trabajo en el mundo que es peor que el mío». El laborista Andrew Gwynne se burló de su decisión: «Tranquilo, Matt, yo también preferiría comer el ano de un ualabí antes que ser un diputado tory». Por su parte, el nuevo premier, Rishi Sunak, expresó su decepción con su colega el martes durante la cumbre del G-20 en Bali. «Los diputados no sólo de mi partido, sino de todos los partidos, están trabajando día y noche para resolver los problemas a los que se enfrenta nuestro país ahora mismo. Debería estar en Londres, no en la otra punta del mundo». La petición de Covid-19 Bereaved Families for

Justice, que pide la expulsión de Hancock del programa, ha recibido más de 45.000 firmas en menos de dos semanas. El grupo, que lucha por una investigac­ión pública sobre la gestión de la pandemia, argumenta que el político «trata de sacar provecho de su terrible legado después de que miles de personas murieran bajo su mandato».

Desde luego, no es el único concursant­e con un pasado turbio –el cantante Boy George fue condenado a 15 meses de cárcel en 2009–, pero es el primero que está vinculado con la muerte de más de 200.000 personas.

Poco sorprende que el público quiera vengarse de él.

Desde su dramática y torpe entrada en el campamento –nada más llegar se tropezó en un puente desvencija­do y cantó una versión de Perfect de Ed Sheeran–, Hancock ha nadado con cocodrilos, le han encerrado en un ataúd subterráne­o rodeado de serpientes, y se ha comido el ano de una vaca y la vagina de una oveja; todo ello a manos del público, que vota cada noche a la persona que le gustaría ver enfrentars­e a la próxima prueba bushtucker para conseguir comida para los concursant­es.

Durante cinco noches consecutiv­as, el nombre de Matt fue leído por los presentado­res Ant y Dec, que no han tenido reparo en hacer sus propias bromas sobre la decisión del político de recurrir al programa para lavar su imagen, para informarle de que los espectador­es, una vez más, se habían vengado. Pero en la sexta noche, se leyó su nombre por otro motivo: le habían elegido como líder del campamento. Su crisis emocional tres días después de llegar a la jungla había calado en la gente: no es un monstruo, es una persona «que busca el perdón». Antes, los concursant­es le evitaban; ahora, se ríen con él. Aunque no puede compensar sus errores del pasado, quizá Matt tenía razón. Los políticos, en su mayoría, son personas normales con sentimient­os.

El ex titular de Sanidad británico, criticado por su gestión de la pandemia, acapara titulares por comer testículos de camello en un ‘reality’, mientras cobra del Estado

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