Boicot, dice
El domingo estuve en la manifestación para la defensa de la Sanidad pública. Fuimos cientos de miles. Ciudadanos, no banderas. Ni siglas. Ni partidos. Ciudadanos jóvenes y mayores. Mujeres, hombres y demás. De izquierdas, de centro, quizá alguno que votó en su día a la presidenta de la CAM. Todos.
La reprobación política más radical se da en la calle cuando gente de aquí y de allá se siente llamada a decir basta e informar del descontento en los despachos oficiales. De una manifestación como la del domingo en el centro de Madrid, cuando se hace por lógica, por decencia y por desengaño, no es fácil salir sin mácula. La Sanidad pública y la Educación pública son dos estamentos delicados, contundentes. Lo son por necesarios. Isabel Díaz Ayuso no lo cree así. Y eso es un problema cuando se preside algo también público y colectivo. Ganas de meterse en líos capaces de torrefactar a cualquiera.
Advertir de la degeneración en los ambulatorios, en los centros de salud, en los hospitales, no es deslealtad, ni boicot, ni guerrilla. Tampoco convierte en rojos sulfúricos a los profesionales que protestan. Tan sólo es un ejercicio de responsabilidad civil.
De concebir la Sanidad pública como uno de los espacios de equilibrio social que quedan en pie. La buena salud de un hospital dispensa más opciones de sobrevivir.
Lo del domingo no fue una declaración de guerra, sino el ejercicio democrático de un derecho. O de dos. O de tres. Una protesta masiva con afán de preservar lo común. Estas cosas a veces salen bien. El domingo fue uno de esos días.
A Isabel Díaz Ayuso conviene hacerle saber desde la sala de control que rectificar tampoco es ceder, quizá mejorar. Y que los desplantes chulapos y la espontaneidad campechana funcionan poco y mal si no es en el ferial de la pradera de San Isidro. El asunto va en serio. Y le puede dañar la carrera sideral. Aunque le echen en el oído frases de regaliz sobre próximas mayorías absolutas y otras estadísticas de horizonte color miel, la otra verdad estuvo en las calles.
La Sanidad pública lleva en su sitio 40 años –Felipe González y Ernest Lluch la echaron a rodar–. Ha logrado sobreponerse a presidentes, a ministros y ministras, a subsecretarios, a algunos profesionales del sector, a tropa infraleve y descualificada. También a algunos pacientes y usuarios. Pero somos más los convencidos (y agradecidos) al sistema público de salud. Allá vos.