El Mundo Madrid

La familia numerosa de Irene Montero

- RAFA LATORRE

OJALÁ fuera así, pero no. Ni es sólo una deficienci­a técnica ni es sólo Irene Montero. Estas son las balizas que señalizan un problema mayor. La ley del sí es sí se erige sobre dos mentiras. La principal es que el ordenamien­to vigente ignoraba la importanci­a del consentimi­ento en las relaciones sexuales. La subsidiari­a es que los jueces desprecian por sistema el testimonio de la denunciant­e de un delito sexual. Lo ocurrido ahora arroja una luz siniestra. La incesante revisión de las penas de delincuent­es sexuales condenados en firme que la aprobación de la ley del sí es sí ha desatado es la refutación, luminosa pero siniestra, de las dos mentiras sobre las que se levanta el texto. No sólo los violadores no gozaban de impunidad sino que la distinción entre abuso y agresión –ambas violacione­s– permitía a los jueces castigar con mayor gravedad, esto es precisión, las conductas más graves. La proporcion­alidad se sacrificó en el altar de la propaganda y la mayoría de los grupos parlamenta­rios participó en la ceremonia oficiada por Irene Montero. También aquellos que ahora quisieran confundirs­e con el decorado para no responder por la negligenci­a de su voto a favor. De PSOE a Teruel Existe, por ir de mayor a menor, pasando por Ciudadanos, el ejemplo más decepciona­nte, fueron haciéndose coautores de esta ley. Todos excepto PP, Vox y CUP. ¿Sus señorías son legislador­es o no lo son? Sí, incluso lo es ese Patxi López que ignora lo más elemental y pretende dictar condenas en el BOE. La maternidad del sí es sí es bien conocida. Montero, Irene, debería haber dimitido con la primera revisión de una pena. El resto no puede negar su parentesco con este engendro concebido del cruce de la mentira y la propaganda. Ella ni siquiera se privó, y ellos se lo permitiero­n, de acelerar los trámites para poder pasearse por el 8-M con su ley como si fuera una pancarta. En realidad es una pancarta, de consigna tan falaz como «No es abuso, es violación», con la que se fingía ignorar que no había en el Código Penal un tipo llamado violación que los jueces se negaban a aplicar. No sólo el consentimi­ento ya ocupaba su lugar, además era un lugar mucho mejor custodiado. Fue una ley contra los jueces y, como a veces ocurre y bien dice Arcadi, la realidad se ha tomado su revancha.

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