El Mundo Madrid

El druida de Vladimir Putin propone sacrificar­lo

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Cuando empezó la guerra, el Kremlin se encargó de reprimir a los pacifistas para que no le creciesen los enanos. Pero, contra todo pronóstico, quienes se han sublevado ante el domador son los leones del circo, los fieros defensores de la

guerra contra Ucrania. Los pacifistas fueron acallados cuando las tropas rusas avanzaron destruyend­o el país vecino en febrero. Los ultranacio­nalistas rusos, a los que el Gobierno entregó el micrófono para que jaleasen la llamada Operación Militar Especial, han elevado el tono con cada retroceso ruso.

El último en tronar ha sido Alexander Dugin, el filósofo ultranacio­nalista a quien el asesinato de su hija en agosto —presuntame­nte a manos de agentes ucranianos— había elevado a la categoría de santo entre la feligresía de los radicales rusos. Vladimir Putin le envió un telegrama de condolenci­a en esos días. Pero tras la retirada de Jersón, Dugin incluso se atreve a sugerir el sacrificio o por lo menos el derrocamie­nto de Putin. En un reciente mensaje en Telegram, ha dicho que un autócrata como Putin tiene la responsabi­lidad de salvar a su nación o afrontar «el destino del Rey de las Lluvias», señalando que se refiere a La rama dorada de James Frazer. Se trata de un estudio sobre magia y religión donde se relata cómo un rey fue asesinado porque no pudo traer lluvia en medio de una sequía.

En su comentario Dugin define con crudeza las reglas de la autocracia que gobierna Rusia: «Le damos al gobernante la plenitud absoluta del poder, y él nos salva a todos, al pueblo y al Estado, en un momento crítico. Si para esto se rodea de espíritus malignos o escupe a la justicia social, esto es desagradab­le, pero que por lo menos nos salve».

El recado a Putin ha corrido por las redes sociales: «La autocracia tiene un inconvenie­nte. Plenitud de poder en caso de éxito, pero también total responsabi­lidad en caso de fracaso». Dugin ha pasado a catalizar la decepción rusa ante una guerra expansioni­sta que está expandiend­o más bien poco.

La marcha atrás en Jersón «no es una traición, es un paso hacia el Armagedón. Las condicione­s de un Occidente vencedor, esa civilizaci­ón de Satán, nunca serán aceptables para Moscú», abunda el druida de Putin, que durante años alimentó con sus pócimas chovinista­s la idea del Ruski Mir, el Mundo Ruso, que debía prevalecer en Europa del Este y Eurasia, considerad­as tierras vacías de contenido político y cultural más allá del galope imperial moscovita.

Dugin no está sólo en sus críticas. A Putin le encanta adornarse con referencia­s al heroísmo de la Segunda Guerra Mundial, y ahí mismo tiende su emboscada argumental Oleg Pajolkov, redactor jefe de Bloknot, que le recuerda que los defensores de Stalingrad­o tenían la opción de retroceder al otro lado del Volga, pero no lo hicieron. Optaron por «romper al enemigo y aplastarlo, demostrar que podemos». «La rendición de Jersón dice al mundo lo contrario», lamenta.

El dictamen de Dugin es claro: tras entregar Jersón, ni un paso atrás. O será el propio zar el que tendrá que entregarse.

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MOSCÚ
XAVI COLÁS MOSCÚ

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