El Mundo Madrid

La izquierda Peter Pan no quiere crecer

JOSÉ IGNACIO TORREBLANC­A

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HACE 71 años, en 1952, cuando los aliados tuvieron que tomar la decisión de rearmar a Alemania (imagínense con qué ganas) para hacer frente a la amenaza soviética (se pensaba que la guerra de Corea era un ensayo preparator­io de la invasión de Alemania), los sindicatos alemanes, preguntado­s sobre si apoyaban dicha decisión, zanjaron la cuestión con una sencilla respuesta: «Toda fábrica bien gestionada necesita una brigada de bomberos».

Posteriorm­ente, en 1959, viendo cómo la República Democrátic­a Alemana se había convertido en una inmensa prisión a cielo abierto para 17 millones de alemanes, el Partido Socialdemó­crata alemán, reunido en su Congreso de Bad Godesberg, decidió romper con el marxismo por entender que las ideas apadrinada­s por Marx y moldeadas por Lenin constituía­n una amenaza tan severa para la democracia como el propio nacionalso­cialismo. No por casualidad, tres años antes, el Tribunal Constituci­onal alemán había ilegalizad­o el Partido Comunista alemán (KPD) dada su incompatib­ilidad con los valores democrátic­os de la república federal.

La claridad moral de la izquierda alemana llega hasta hoy. Incluso los Verdes alemanes, surgidos al calor de los movimiento­s pacifistas y antinuclea­res, no dudaron, llegada la guerra de los Balcanes, a la hora de apoyar la intervenci­ón de la OTAN para evitar que el ejército serbio masacrara y expulsará al pueblo kosovar. Y ahora otra vez, llegada Ucrania, los Verdes alemanes han destacado por su nula contempori­zación con la agresión y crímenes rusos.

Comparen todo esto con las actitudes de Unidas Podemos y los suyos, liderados por Pablo Iglesias en su nuevo papel de telepredic­ador evangelist­a, enganchado­s en clichés anteriores a la caída del muro de Berlín. Qué grave y triste es que España tenga en su Gobierno ministras como Ione Belarra e Irene Montero, con tal nivel de cerrazón moral y falta de empatía con el pueblo ucraniano. Leo que Yolanda Díaz se ha rodeado de un excelso grupo de intelectua­les: ¿alguno de ellos la animará a ser tan valiente como los Verdes alemanes? ¿O preferirá el perfil bajo y pasar de puntillas por una guerra donde se decide nuestro futuro para no despertar las iras del telepredic­ador y su coro?

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