El Mundo Madrid

“Aún recreo el ataque. Se me lanzó con dos cristales en cada mano”

La Justicia ha condenado al interno a 10 años de cárcel y la sentencia habla de que la Administra­ción no protegió al trabajador ni con material necesario ni con informació­n

- GEMA PEÑALOSA

El ataque fue tan rápido que no se dio cuenta de que el cristal casi le corta la yugular. Pasó mucho en poco tiempo. Fue un compañero el que se lo advirtió al verle el cuello de la camisa del uniforme empapada. La sangre brotaba a borbotones. Acababan de reducir a un preso indómito, reincident­e y extremadam­ente peligroso. «Esa herida no pinta bien», le dijo mientras pedía visiblemen­te preocupado que alguien avisara al médico de la cárcel.

El funcionari­o herido, jefe de Servicio de la prisión de Cuenca (que prefiere no revelar su identidad), sólo recuerda cómo el interno se lanzó a por él desde la parte de arriba de una puerta con dos cristales en cada mano cuando entraron para que dejara de destrozar la celda. Lo siguiente fue una primera cura atropellad­a e infértil en la prisión y el ingreso en el hospital. Sucedió el 27 de octubre de 2021 en el centro penitencia­rio de Cuenca. «Todavía recreo aquel ataque en la vida diaria, en conversaci­ones o viendo una película. No sólo son pesadillas», admite el trabajador penitencia­rio. Continúa en tratamient­o psicológic­o y psiquiátri­co.

El «trauma» le persigue, tal como reconoce. Le ha dado una y mil vueltas a lo que sucedió. «He pentensida­d sado mucho en cómo fue la actuación y son planteamie­ntos que no te dejan descansar». Decide contar su experienci­a a EL MUNDO después de que la Audiencia Provincial de Cuenca haya condenado a su agresor a 10 años por homicidio en grado de tentativa y atentado. Los jueces le aplicaron un atenuante al quedar probado que tiene un residuo patológico de esquizofre­nia. La tarde-noche de la agresión, el jefe de Servicio de la cárcel de Cuenca resolvió que lo mejor era entrar en la celda del preso. Había pasado la tarde muy nervioso y estaba molestando al resto de internos. El reo insistía en que quería hacer una llamada de teléfono.

«Era la hora del cierre de puertas (cuando cada preso tiene que estar en su celda) y le dije que no podía ser. Empezó a destrozar la celda y lo puse en conocimien­to del director de la prisión. Determinam­os entrar más que nada por su propia seguridad», relata. El funcionari­o se parapetó tras un escudo y accedió junto a otros compañeros. No contaba con que su agresor estaba subido a la puerta del baño. «Recuerdo verle lanzarse hacia a mí desde arriba con dos cristales en cada mano y yo intentar ponerme el escudo para protegerme. Después lo reduje junto a otro compañero». Para entonces ya tenía una profunda herida en el cuello (tres centímetro­s) que estuvo a punto de seccionarl­e la yugular y la tráquea. «Me acuerdo de que lo último que les dije a mis compañeros fue que no se les ocurriese pegarle». El médico penitencia­rio urgió su traslado al hospital. «Fue un ataque totalmente gratuito porque no hubo una situación de tensión previa. Simplement­e él quería hacer una llamada y le dijimos que no era el momento. Su intención era atacar y hacer daño. Afortunada­mente puedo contarlo».

Aquella agresión no es residual en las cárceles españolas. Las denuncias de los trabajador­es penitencia­rios por los ataques y la «desprotecc­ión» que sufren son constantes aunque en este caso el ataque fue especialme­nte severo. Así se refleja en una sentencia que además de describir el calvario por el que ha pasado el funcionari­o, llama la atención de la Administra­ción por no protegerle ni con material necesario ni tampoco con informació­n para que estuviera prevenido. «No consta», resuelve el tribunal en su fallo, que al funcionari­o «se le informara en momento alguno del historial penitencia­rio del acusado».

Tras alertar de la «insuficien­cia del material antidistur­bios (...) No había escudos suficiente­s», los jueces entran a discutir la idoneidad de que el preso, por sus especiales caracterís­ticas, estuviera en una celda ordinaria. «No concurrió una absoluta protección de especial inque también para los funcionari­os se realiza (...) ya que de haber existido cascos para todos o de haber sido ingresado el acusado en una celda especial no se hubiera propiciado la situación acaecida», recoge el fallo. «Esta cárcel no está acondicion­ada para albergar internos de este tipo. Aun así, este hombre se podía haber ubicado en otras celdas de mayor seguridad y, evidenteme­nte, de esa manera el riesgo habría sido menor. En las de más seguridad, por ejemplo, no hay un cristal entre el baño y la habitación sino que todo está unido. La Administra­ción podía haber obrado de otra manera porque advertenci­as hubo», lamenta el funcionari­o agredido. Una vez recuperado de las lesiones, el trabajador quiso volver cuanto antes a la rutina como una forma de recuperar su vida. «Quise probarme», añade.

«Mi intención fue normalizar mi vida, incorporar­me al trabajo y probar si era capaz de conseguirl­o». Continúa en la cárcel de Cuenca pero ahora se encarga de tareas administra­tivas. No trabaja en contacto con los internos. A lo largo de la conversaci­ón con este periódico intenta en varias ocasiones volver al momento posterior a la agresión pero le resulta imposible. «No tuve conciencia de lo que me había pasado hasta que me dijeron la gravedad. Cuando mi compañero me alertó de la sangre y de la herida yo continuaba reduciendo al preso».

Reconoce que en 30 años de servicio ha habido muchos momentos críticos aunque ninguno como el que sufrió. «Nunca me pasó que un interno tuviera esa determinac­ión, esa iniciativa». Su agresor es un preso con un amplio historial delictivo –le detuvieron dos días después de salir de prisión por agredir sexualment­e a una joven de 22 años y arrancarse la pulsera telemática– que ya había dado problemas en otras prisiones con agresiones a funcionari­os y comportami­entos extremos. Fue detenido por una agresión sexual después de haber salido en libertad del centro penitencia­rio de Estremera.

Tras la detención fue trasladado a la cárcel de Cuenca, donde protagoniz­ó un incidente grave después de que se advirtiera de que era un interno que no cumplía el perfil para estar en ese centro penitencia­rio por falta de medios para hacerle frente. «Se avisó a los servicios centrales del ingreso de este interno y de esta prisión no contaba con los servicios de seguridad necesarios para atenderle», recuerdan desde el sindicato mayoritari­o de prisiones ACAIP, cuyos servicios jurídicos han ejercido la acusación particular en este caso.

«Se podría haber obrado de otro modo porque advertenci­as sobre el preso hubo»

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BERNARDO DÍAZ El funcionari­o de prisiones de Cuenca agredido por un interno posa para EL MUNDO.

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