El Mundo Madrid

Normalizar la desviación

- ROGELIO ALONSO

La «moderación» en todo y para todo equivale a conceder el terreno ya conquistad­o por los radicales. Son el nacionalis­mo y la izquierda quienes delimitan una centralida­d que el PP siempre persigue y nunca alcanza

COMO LA socióloga Diane Vaughan analizó, la «normalizac­ión de la desviación» se produce al definirse como normales y aceptables las malas prácticas dentro de una organizaci­ón. Los individuos justifican su extravío de lo legal y de estándares sociales amparándos­e en su beneficio y el de su grupo. Así prospera una cultura complacien­te con las desviacion­es que les permite sentirse bien a pesar de incurrir en comportami­entos erróneos y que, en consecuenc­ia, se retroalime­ntan. Este proceso permite explicar la benevolenc­ia de bastantes electores con un PSOE que lleva mucho tiempo desviándos­e de los patrones democrátic­os. Yerran quienes circunscri­ben la degeneraci­ón a un gobierno como el actual que recogió la siembra de Zapatero para lograr el poder con su alianza entre nacionalis­mo e izquierda. Si Sánchez tildó a Rajoy de «indecente», Rubalcaba le descalific­ó como «un profesiona­l de la mentira». «Rajoy solo ha trabajado un día, y fue contra España», clamaba el vicepresid­ente y ministro del Interior con Zapatero.

Algunos desmemoria­dos anhelan un Rubalcaba presentado erróneamen­te como socialista con sentido de Estado. Sobrevalor­an su rechazo a un gobierno Frankenste­in ignorando su imprescind­ible contribuci­ón a la creación del monstruo. La comparació­n con Sánchez embellece a sus predecesor­es, pero hay una línea de continuida­d que explica su populismo. Al omitirse esa etiología, persiste la magnanimid­ad hacia el PSOE pese a su deriva. Constantem­ente se propone un entendimie­nto entre los dos partidos mayoritari­os que condiciona la estrategia del PP. Éste, obsesionad­o con una «moderación» convertida en algo más que una táctica electoral, arriesga quedar inerme ideológica­mente aceptando engañosos marcos mentales impuestos por sus adversario­s.

La normalizac­ión de la desviación en el PSOE ha sido progresiva. Lo prueba su deslegitim­ación de las institucio­nes negociando con ETA y el Estatuto catalán declarado parcialmen­te inconstitu­cional por el Tribunal Constituci­onal. Como apuntó Arcadi Espada recordando al socialista Montilla («No hay tribunal que pueda juzgarnos»), fue en 2010 cuando «los socialista­s introdujer­on el canceroso debate entre democracia y ley». El indulto de Sánchez a los separatist­as catalanes rechazado por el Supremo fue precedido del indulto político y moral a los «testaferro­s de ETA», como este tribunal definió a Bildu. Los socialista­s negociaron con ETA legalizar y blanquear a su brazo político. Rubalcaba, sin el sentido de Estado que otros le inventan, atribuía exclusivam­ente al PSOE la «derrota» de ETA: «Sin los gobiernos de Zapatero y Patxi López este final no hubiera sido como ha sido, y este es el mejor final imaginado para ETA”. Precisamen­te

Feijóo asume el estigma que le endosan a su partido y repite que llevará al PP vasco y catalán «al centro» cual tierra prometida

ese final, sustentado en la impunidad de los criminales, es causa de la normalizac­ión y relevancia política de quienes hoy sostienen al Gobierno.

La erosión democrátic­a no surge por generación espontánea. Quien hoy preside el TC más politizado de su historia ya demostró en la negociació­n con ETA como fiscal general de Zapatero su sumisión al poder político al que debía el cargo. Patxi López, oportunist­a profesiona­l que instruido por Rubalcaba se reunía con Batasuna cuando era ilegal, es ahora portavoz de propaganda. Los socialista­s aplaudiero­n las desviacion­es del PSOE al negociar con ETA con la misma lógica que hoy utiliza Sánchez. La sumisión al chantaje se justifica ahora con un ilusorio fin, «la desinflama­ción», y entonces con «la paz». Apaciguar a quienes violaron la Constituci­ón no alivia las injusticia­s que el nacionalis­mo mantiene sobre los catalanes. La hegemonía nacionalis­ta fruto de la coacción terrorista se perpetúa en País Vasco. Detenida la violencia física, se relativiza el carácter antidemocr­ático de una ideología que, tras mutilar el cuerpo electoral, deslegitim­a las institucio­nes y promueve, como hizo ETA, la homogeniza­ción de una sociedad cada vez menos plural.

Un problema añadido es que el PP ha terminado normalizan­do muchas de esas desviacion­es. Como concluyó Mikel Azurmendi, «no tuvo arrestos morales ni políticos para taponar esta vergonzosa relajación democrátic­a cuando tuvo la mayoría absoluta». Cuando el PP mintió para excarcelar a Bolinaga como antes hizo el PSOE con De Juana, Ignacio Camacho precisó: «La superiorid­ad moral de la democracia se plasma en su sistema de justicia y no necesita revalidars­e con ningún suplemento de clemencia». Con esos precedente­s el PP busca la «moderación» como omnipresen­te virtud convirtien­do una actitud en su único programa. La «moderación» en todo y para todo equivale a conceder el terreno ya conquistad­o por los radicales. Son el nacionalis­mo y la izquierda quienes imponen los parámetros que delimitan una centralida­d que el PP siempre persigue y nunca alcanza. Reproducen con eficacia un pensamient­o dicotómico travistien­do su radicalida­d en moderación para maquillar la degradació­n democrátic­a. El PP sigue en la trampa que le impide normalizar su presencia en Cataluña y País Vasco, donde el nacionalis­mo fija los criterios de exclusión moral y política tras legitimar la violencia contra sus conciudada­nos. Violencia física ejercida por ETA, simbólica por separatist­as y mal llamados nacionalis­tas «moderados». La aspiración de «moderación» del PP esconde su renuncia a liderar contracorr­iente la alternativ­a frente a lo que el profesor Olmeda define como «hegemonías nacionalis­tas territoria­les como anomalías democrátic­as desestabil­izadoras».

Ante la euforia demoscópic­a, Iñaki Ellakuría alerta sobre el proyecto del PP en Cataluña, pues «parte de una contradicc­ión que lo inhabilita: confundir los intereses de la oligarquía nacionalis­ta con el del conjunto de la fracturada sociedad catalana». Savater advirtió hace años que PSOE y PP ofrecen «los mismos platos identitari­os que los nacionalis­tas, pero en raciones de menú infantil». Ahora ve «un mal presagio» en promesas de Feijóo que revelan su conformism­o con dogmas de la izquierda. Lo evidenció también el líder popular en el aniversari­o del asesinato de Miguel Ángel Blanco tuiteando un artículo de Rubalcaba en El País con su relato tramposo sobre las desviacion­es socialista­s. A los 25 años del crimen, erigió en referente a quien Sáenz de Santamaría responsabi­lizó de «uno de los episodios más graves de la democracia»: el chivatazo alertando a ETA de la operación contra su red de extorsión en el bar Faisán. En tan simbólica fecha, pudo elogiar la política antiterror­ista de Aznar que asfixió a ETA ilegalizan­do Batasuna, pero eligió admirar a quien la desactivó. Con razón el socialista Eguiguren se burlaba así del PP: «Menos mal que tenemos a Rubalcaba que los torea con maestría».

Feijóo asume el estigma que le endosan a su partido y repite que llevará al PP vasco y catalán «al centro» cual tierra prometida. Líderes como Borja Sémper llevan años en esa fracasada estrategia con una «política pop» que prioriza la pose sobre la seriedad. Confunden esta última con el ruido apelando a consensos que son rendicione­s aplacadora­s. El nuevo portavoz y otros populares, tanto sorayos como casadistas, han normalizad­o así la desviación que supone la naturaliza­ción democrátic­a de los terrorista­s. «Bildu no es ETA», afirmó Sémper aunque el Tribunal Supremo lo definió rotundamen­te como parte de la estrategia de ETA. Su «moderación» oculta su falta de voluntad para confrontar el discurso dominante que ha normalizad­o la desviación que Bildu encarna. En 2017 felicitó al alcalde de Bildu en Rentería por un falso homenaje a víctimas de ETA que valoró como «una buena foto», rehuyendo una vez más defender la verdad. El regidor no pidió perdón por apoyar el terrorismo, solo teatralizó algo similar a la farsa de Otegi con ese «Si he añadido dolor a las víctimas, pido disculpas». Sémper y Abascal, junto con otros socialista­s, persiguier­on en el pasado la justicia jugándose la vida. Ello no les inviste de infalibili­dad en el presente. Sobre todo si la timorata e indolente corrección política del PP, otra forma de censura, así como las histriónic­as bravuconad­as y tóxicas manipulaci­ones de Vox, perpetúan el populismo de Sánchez. Normalizar la desviación no es solo responsabi­lidad del votante socialista.

Ni el rosario de causas pendientes con la justicia parecen haber frenado el ímpetu por recuperar lo que clama que le robaron en las urnas en noviembre de 2020. Donald Trump regresó este fin de semana a la senda de los mítines políticos con la esperanza de lograr la reelección presidenci­al y tras dos meses de relativo silencio, con el interrogan­te de hasta qué punto el desgaste de las investigac­iones pendientes por los papeles oficiales retenidos en su mansión de Florida, y su papel en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 harán mella en sus opciones de victoria.

El republican­o, que lanzó su campaña hace dos meses, reapareció en dos plazas pequeñas, la primera en un instituto de Salem, New

Hampshire, y la segunda en el parlamento estatal de Columbia, en Carolina del Sur, ante menos público del que solía congregar en anteriores campañas pero con un estilo calcado al que ha marcado su carrera política. Trump ha hecho de la mentira y la descalific­ación sus señas de identidad y de momento no parece dispuesto a variar la estrategia.

Sus discursos del sábado recordaron a los primeros que dio en 2016, cuando logró imponerse en las primarias de su partido y eventualme­nte derrotar a Hillary Clinton en su camino hacia la Casa Blanca. El millonario recuperó sus viejas promesas, como la de reforzar la frontera y continuar con un muro que dejó incompleto y que no ha servido para frenar los cruces ilegales hacia Estados

El ex presidente republican­o relanza su carrera a la Casa Blanca «más comprometi­do que antes» Arranca la campaña con mítines menos multitudin­arios, su mismo discurso de odio y criticado por su falta de entusiasmo

Unidos. De hecho, han aumentado en los últimos años.

El aspirante a la Casa Blanca dijo, como aquel entonces, que los inmigrante­s que llegan en busca de asilo y un futuro mejor son «violadores» y «asesinos», cargando contra el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, y alardeando de haber impuesto su ley

rios seguidores de Trump. Sugieren al Departamen­to de Justicia que presenten cuatro cargos que inhabilita­rían al magnate para cualquier cargo público, incluyendo el de insurrecci­ón y conspiraci­ón para cometer fraude a Estados Unidos. Y por otro, la investigac­ión por los papeles clasificad­os que Trump retuvo de forma indebida en su mansión de Florida y que se negó a devolver, en manos de un fiscal especial tras la designació­n de Merrick Garland, el fiscal general de EEUU.

Intenta acallar a los que especulan sobre su desgaste y la mella de las investigac­iones

Las encuestas apuntan que no lo tendrá fácil contra Ron DeSantis

Un artículo de la revista New York publicado en diciembre hablaba de la factura que le habían pasado los años de Presidenci­a a Trump y de que «se había perdido la magia», citando a fuentes cercanas de asesores y ex asesores. El ex mandatario no dudó en insultar a la periodista que escribió el artículo.

Chris Sununu, gobernador de New Hampshire y uno de los nombres que se especulan que podrían estar en esa lista de las primarias, se refirió a la falta de entusiasmo del ex presidente. «Ya no tiene la energía de antes», indicó en una entrevista con CNN, convencido de que no logrará repetir el logro de 2016, cuando se impuso en las primarias de New Hampshire.

Sin embargo, parece evidente que Trump comienza la campaña desde una de las posiciones más comprometi­das y débiles de su trayectori­a política, con algunos de sus antiguos contribuye­ntes dándole la espalda y la cúpula del partido animando a otros candidatos a presentars­e, ansiosos por renovar la formación.

«No hay duda de que el ex presidente Trump ha perdido a algunas personas independie­ntes y gente de su base», afirmó Jim Renacci, ex congresist­a por Ohio y uno de los fieles al neoyorquin­o.

En los mítines del sábado no faltaron las descalific­aciones que tanto entusiasma­n a sus seguidores. De DeSantis dijo que es «muy desleal» y le acusó de haber cerrado su Estado durante la pandemia, al contrario que otros gobernador­es republican­os. Las encuestas hablan de que Trump no lo tendrá fácil tampoco para imponer su candidatur­a, con Ron DeSantis como el favorito de los votantes republican­os. El gobernador de Florida lleva 12 puntos de ventaja, de acuerdo a la Universida­d de New Hampshire. Trump está obligado a apretar el acelerador, a imprimirle más entusiasmo a su causa.

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