Normalizar la desviación
La «moderación» en todo y para todo equivale a conceder el terreno ya conquistado por los radicales. Son el nacionalismo y la izquierda quienes delimitan una centralidad que el PP siempre persigue y nunca alcanza
COMO LA socióloga Diane Vaughan analizó, la «normalización de la desviación» se produce al definirse como normales y aceptables las malas prácticas dentro de una organización. Los individuos justifican su extravío de lo legal y de estándares sociales amparándose en su beneficio y el de su grupo. Así prospera una cultura complaciente con las desviaciones que les permite sentirse bien a pesar de incurrir en comportamientos erróneos y que, en consecuencia, se retroalimentan. Este proceso permite explicar la benevolencia de bastantes electores con un PSOE que lleva mucho tiempo desviándose de los patrones democráticos. Yerran quienes circunscriben la degeneración a un gobierno como el actual que recogió la siembra de Zapatero para lograr el poder con su alianza entre nacionalismo e izquierda. Si Sánchez tildó a Rajoy de «indecente», Rubalcaba le descalificó como «un profesional de la mentira». «Rajoy solo ha trabajado un día, y fue contra España», clamaba el vicepresidente y ministro del Interior con Zapatero.
Algunos desmemoriados anhelan un Rubalcaba presentado erróneamente como socialista con sentido de Estado. Sobrevaloran su rechazo a un gobierno Frankenstein ignorando su imprescindible contribución a la creación del monstruo. La comparación con Sánchez embellece a sus predecesores, pero hay una línea de continuidad que explica su populismo. Al omitirse esa etiología, persiste la magnanimidad hacia el PSOE pese a su deriva. Constantemente se propone un entendimiento entre los dos partidos mayoritarios que condiciona la estrategia del PP. Éste, obsesionado con una «moderación» convertida en algo más que una táctica electoral, arriesga quedar inerme ideológicamente aceptando engañosos marcos mentales impuestos por sus adversarios.
La normalización de la desviación en el PSOE ha sido progresiva. Lo prueba su deslegitimación de las instituciones negociando con ETA y el Estatuto catalán declarado parcialmente inconstitucional por el Tribunal Constitucional. Como apuntó Arcadi Espada recordando al socialista Montilla («No hay tribunal que pueda juzgarnos»), fue en 2010 cuando «los socialistas introdujeron el canceroso debate entre democracia y ley». El indulto de Sánchez a los separatistas catalanes rechazado por el Supremo fue precedido del indulto político y moral a los «testaferros de ETA», como este tribunal definió a Bildu. Los socialistas negociaron con ETA legalizar y blanquear a su brazo político. Rubalcaba, sin el sentido de Estado que otros le inventan, atribuía exclusivamente al PSOE la «derrota» de ETA: «Sin los gobiernos de Zapatero y Patxi López este final no hubiera sido como ha sido, y este es el mejor final imaginado para ETA”. Precisamente
Feijóo asume el estigma que le endosan a su partido y repite que llevará al PP vasco y catalán «al centro» cual tierra prometida
ese final, sustentado en la impunidad de los criminales, es causa de la normalización y relevancia política de quienes hoy sostienen al Gobierno.
La erosión democrática no surge por generación espontánea. Quien hoy preside el TC más politizado de su historia ya demostró en la negociación con ETA como fiscal general de Zapatero su sumisión al poder político al que debía el cargo. Patxi López, oportunista profesional que instruido por Rubalcaba se reunía con Batasuna cuando era ilegal, es ahora portavoz de propaganda. Los socialistas aplaudieron las desviaciones del PSOE al negociar con ETA con la misma lógica que hoy utiliza Sánchez. La sumisión al chantaje se justifica ahora con un ilusorio fin, «la desinflamación», y entonces con «la paz». Apaciguar a quienes violaron la Constitución no alivia las injusticias que el nacionalismo mantiene sobre los catalanes. La hegemonía nacionalista fruto de la coacción terrorista se perpetúa en País Vasco. Detenida la violencia física, se relativiza el carácter antidemocrático de una ideología que, tras mutilar el cuerpo electoral, deslegitima las instituciones y promueve, como hizo ETA, la homogenización de una sociedad cada vez menos plural.
Un problema añadido es que el PP ha terminado normalizando muchas de esas desviaciones. Como concluyó Mikel Azurmendi, «no tuvo arrestos morales ni políticos para taponar esta vergonzosa relajación democrática cuando tuvo la mayoría absoluta». Cuando el PP mintió para excarcelar a Bolinaga como antes hizo el PSOE con De Juana, Ignacio Camacho precisó: «La superioridad moral de la democracia se plasma en su sistema de justicia y no necesita revalidarse con ningún suplemento de clemencia». Con esos precedentes el PP busca la «moderación» como omnipresente virtud convirtiendo una actitud en su único programa. La «moderación» en todo y para todo equivale a conceder el terreno ya conquistado por los radicales. Son el nacionalismo y la izquierda quienes imponen los parámetros que delimitan una centralidad que el PP siempre persigue y nunca alcanza. Reproducen con eficacia un pensamiento dicotómico travistiendo su radicalidad en moderación para maquillar la degradación democrática. El PP sigue en la trampa que le impide normalizar su presencia en Cataluña y País Vasco, donde el nacionalismo fija los criterios de exclusión moral y política tras legitimar la violencia contra sus conciudadanos. Violencia física ejercida por ETA, simbólica por separatistas y mal llamados nacionalistas «moderados». La aspiración de «moderación» del PP esconde su renuncia a liderar contracorriente la alternativa frente a lo que el profesor Olmeda define como «hegemonías nacionalistas territoriales como anomalías democráticas desestabilizadoras».
Ante la euforia demoscópica, Iñaki Ellakuría alerta sobre el proyecto del PP en Cataluña, pues «parte de una contradicción que lo inhabilita: confundir los intereses de la oligarquía nacionalista con el del conjunto de la fracturada sociedad catalana». Savater advirtió hace años que PSOE y PP ofrecen «los mismos platos identitarios que los nacionalistas, pero en raciones de menú infantil». Ahora ve «un mal presagio» en promesas de Feijóo que revelan su conformismo con dogmas de la izquierda. Lo evidenció también el líder popular en el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco tuiteando un artículo de Rubalcaba en El País con su relato tramposo sobre las desviaciones socialistas. A los 25 años del crimen, erigió en referente a quien Sáenz de Santamaría responsabilizó de «uno de los episodios más graves de la democracia»: el chivatazo alertando a ETA de la operación contra su red de extorsión en el bar Faisán. En tan simbólica fecha, pudo elogiar la política antiterrorista de Aznar que asfixió a ETA ilegalizando Batasuna, pero eligió admirar a quien la desactivó. Con razón el socialista Eguiguren se burlaba así del PP: «Menos mal que tenemos a Rubalcaba que los torea con maestría».
Feijóo asume el estigma que le endosan a su partido y repite que llevará al PP vasco y catalán «al centro» cual tierra prometida. Líderes como Borja Sémper llevan años en esa fracasada estrategia con una «política pop» que prioriza la pose sobre la seriedad. Confunden esta última con el ruido apelando a consensos que son rendiciones aplacadoras. El nuevo portavoz y otros populares, tanto sorayos como casadistas, han normalizado así la desviación que supone la naturalización democrática de los terroristas. «Bildu no es ETA», afirmó Sémper aunque el Tribunal Supremo lo definió rotundamente como parte de la estrategia de ETA. Su «moderación» oculta su falta de voluntad para confrontar el discurso dominante que ha normalizado la desviación que Bildu encarna. En 2017 felicitó al alcalde de Bildu en Rentería por un falso homenaje a víctimas de ETA que valoró como «una buena foto», rehuyendo una vez más defender la verdad. El regidor no pidió perdón por apoyar el terrorismo, solo teatralizó algo similar a la farsa de Otegi con ese «Si he añadido dolor a las víctimas, pido disculpas». Sémper y Abascal, junto con otros socialistas, persiguieron en el pasado la justicia jugándose la vida. Ello no les inviste de infalibilidad en el presente. Sobre todo si la timorata e indolente corrección política del PP, otra forma de censura, así como las histriónicas bravuconadas y tóxicas manipulaciones de Vox, perpetúan el populismo de Sánchez. Normalizar la desviación no es solo responsabilidad del votante socialista.
Ni el rosario de causas pendientes con la justicia parecen haber frenado el ímpetu por recuperar lo que clama que le robaron en las urnas en noviembre de 2020. Donald Trump regresó este fin de semana a la senda de los mítines políticos con la esperanza de lograr la reelección presidencial y tras dos meses de relativo silencio, con el interrogante de hasta qué punto el desgaste de las investigaciones pendientes por los papeles oficiales retenidos en su mansión de Florida, y su papel en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 harán mella en sus opciones de victoria.
El republicano, que lanzó su campaña hace dos meses, reapareció en dos plazas pequeñas, la primera en un instituto de Salem, New
Hampshire, y la segunda en el parlamento estatal de Columbia, en Carolina del Sur, ante menos público del que solía congregar en anteriores campañas pero con un estilo calcado al que ha marcado su carrera política. Trump ha hecho de la mentira y la descalificación sus señas de identidad y de momento no parece dispuesto a variar la estrategia.
Sus discursos del sábado recordaron a los primeros que dio en 2016, cuando logró imponerse en las primarias de su partido y eventualmente derrotar a Hillary Clinton en su camino hacia la Casa Blanca. El millonario recuperó sus viejas promesas, como la de reforzar la frontera y continuar con un muro que dejó incompleto y que no ha servido para frenar los cruces ilegales hacia Estados
El ex presidente republicano relanza su carrera a la Casa Blanca «más comprometido que antes» Arranca la campaña con mítines menos multitudinarios, su mismo discurso de odio y criticado por su falta de entusiasmo
Unidos. De hecho, han aumentado en los últimos años.
El aspirante a la Casa Blanca dijo, como aquel entonces, que los inmigrantes que llegan en busca de asilo y un futuro mejor son «violadores» y «asesinos», cargando contra el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el presidente mexicano, y alardeando de haber impuesto su ley
rios seguidores de Trump. Sugieren al Departamento de Justicia que presenten cuatro cargos que inhabilitarían al magnate para cualquier cargo público, incluyendo el de insurrección y conspiración para cometer fraude a Estados Unidos. Y por otro, la investigación por los papeles clasificados que Trump retuvo de forma indebida en su mansión de Florida y que se negó a devolver, en manos de un fiscal especial tras la designación de Merrick Garland, el fiscal general de EEUU.
Intenta acallar a los que especulan sobre su desgaste y la mella de las investigaciones
Las encuestas apuntan que no lo tendrá fácil contra Ron DeSantis
Un artículo de la revista New York publicado en diciembre hablaba de la factura que le habían pasado los años de Presidencia a Trump y de que «se había perdido la magia», citando a fuentes cercanas de asesores y ex asesores. El ex mandatario no dudó en insultar a la periodista que escribió el artículo.
Chris Sununu, gobernador de New Hampshire y uno de los nombres que se especulan que podrían estar en esa lista de las primarias, se refirió a la falta de entusiasmo del ex presidente. «Ya no tiene la energía de antes», indicó en una entrevista con CNN, convencido de que no logrará repetir el logro de 2016, cuando se impuso en las primarias de New Hampshire.
Sin embargo, parece evidente que Trump comienza la campaña desde una de las posiciones más comprometidas y débiles de su trayectoria política, con algunos de sus antiguos contribuyentes dándole la espalda y la cúpula del partido animando a otros candidatos a presentarse, ansiosos por renovar la formación.
«No hay duda de que el ex presidente Trump ha perdido a algunas personas independientes y gente de su base», afirmó Jim Renacci, ex congresista por Ohio y uno de los fieles al neoyorquino.
En los mítines del sábado no faltaron las descalificaciones que tanto entusiasman a sus seguidores. De DeSantis dijo que es «muy desleal» y le acusó de haber cerrado su Estado durante la pandemia, al contrario que otros gobernadores republicanos. Las encuestas hablan de que Trump no lo tendrá fácil tampoco para imponer su candidatura, con Ron DeSantis como el favorito de los votantes republicanos. El gobernador de Florida lleva 12 puntos de ventaja, de acuerdo a la Universidad de New Hampshire. Trump está obligado a apretar el acelerador, a imprimirle más entusiasmo a su causa.