El Mundo Madrid

Marinesko: el capitán ucraniano que hundió el ‘Wilhelm Gustloff’

Atacó desde un submarino soviético el barco alemán hace 78 años y fue nombrado héroe por la URSS

- CARLOS TORO

Fue la mayor tragedia marítima de la Historia. En la gélida noche (20 grados bajo cero) del 30 de enero de 1945, la mole sombría del transatlán­tico alemán Wilhelm Gustloff, de 25.000 toneladas de desplazami­ento, zarpó lentamente del puerto de Danzig, en el Mar Báltico. Llevaba a bordo, atestando sus camarotes, cubiertas y bodegas, una ingente e indetermin­ada cantidad de pasajeros de toda condición: soldados heridos, personal médico y civiles, que huían atropellad­amente del imparable Ejército Rojo.

Construido en Hamburgo por orden del mismo Hitler y puesto en servicio en 1938, portaba en los costados, a proa, el nombre del político alemán, residente por razones de salud en Davos y fundador de la rama suiza del Partido Nacional Socialista. Gustloff, curiosamen­te, había nacido un 30 de enero, en 1895. El barco, lujoso y moderno, se concibió y empleó para recreo vacacional y propagandí­stico de la clase obrera alemana.

La guerra cambió drásticame­nte sus funciones. Reconfigur­ado como transporte de tropas, buque nodriza de submarinos, cuartel flotante dotado de algún armamento o buque hospital, había repatriado en 1939, desde el puerto de Vigo, a los miembros de la Legión Cóndor. Intervino también en la invasión de Noruega y fue puesto en disposició­n de apoyar la Operación León Marino, la (fallida) invasión de las Islas Británicas.

Aquella helada noche de enero navegaba con las luces apagadas para tratar de pasar inadvertid­o para los sumergible­s soviéticos que, acechantes, sigilosos, patrullaba­n por la zona. Se vio forzado a encenderla­s a fin de no correr el riesgo de colisionar con otras embarcacio­nes. Nunca lo hiciera. Fue descubiert­o por el submarino S-13 bajo el mando del capitán de corbeta Aleksandr Marinesko, un ucraniano nacido en Odesa que acababa de cumplir, el 15 de enero, 32 años. Marinesko ordenó el disparo de cuatro torpedos. Los tres primeros impactaron en el paquebote. El cuarto no llegó a abandonar el tubo y fue desactivad­o.

La nave se hundió despacio e irremediab­lemente en 44 minutos y sus restos, divididos en pedazos, reposan, asimismo, a 44 metros de profundida­d. Nunca se sabrá el número exacto de víctimas porque es imposible conocer, en aquellas circunstan­cias caóticas y angustiosa­s, cuántas personas iban realmente a bordo. El historiado­r inglés Antony

Beevor calcula que el número de muertos «estaría entre los 5.300 y los 7.400».

Una cantidad escalofria­nte en su vaguedad. Un estudio cifra, con extraña precisión, en 9.613 esa triste estadístic­a. Otro, en 9.343. Alguno estima las pérdidas humanas en «unas 10.500». Sobrevivie­ron alrededor de 1.200 pasajeros.

Se trató de una matanza gratuita. El barco no suponía ninguna amenaza ni peligro alguno para los ya vencedores de la contienda. Todavía, pocos días después, el 10 de febrero, Marinesko echó a pique un barco parecido, el General von Steuben, otra de las naves involucrad­as, por orden del almirante Karl Dönitz, en la Operación Aníbal. Una humanitari­a acción desesperad­a, destinada a salvar el mayor número posible de vidas de soldados supervivie­ntes, muchos de ellos heridos o enfermos. Y, si era físicament­e posible por la capacidad de los buques, de refugiados civiles. Perecieron unas 3.000 personas y pudieron ser rescatados unas 300.

Marinesko, responsabl­e de esos y otros actos de guerra, el comandante soviético de submarinos con el mayor número de toneladas hundidas, no recibió entonces el título de Héroe de la Unión Soviética. No gustaba a la superiorid­ad. No era un buen ejemplo. No daba buena imagen, incluso en tiempos poco escrupulos­os. Bebía demasiado, llevaba una vida desordenad­a y era indiscipli­nado. Llegó a pisar la cárcel, entre 1949 y 1951, condenado por delitos económicos. Muchos altos oficiales lo considerab­an un criminal de guerra.

Pero, en 1990, años después de su muerte, ocurrida en San Petersburg­o en noviembre de 1963 a causa de un cáncer de estómago, fue reivindica­do. Se le otorgó póstumamen­te ese título máximo de Héroe de la URSS y se le erigieron monumentos en Kaliningra­do y Kronstadt, lugares emblemátic­os de la Marina soviética. Y, claro, en Odesa.

Es uno de los personajes principale­s de la novela de Günter Grass, Premio Nobel de Literatura en 1999, titulada A paso de cangrejo (Im Krebsgang). Una obra de ficción entreverad­a de hechos históricos en la que el Wilhelm Gustloff cobra un destacado papel inicial y de fondo. Quizás porque Grass había nacido en Danzig y su segundo nombre era Wilhelm.

Fue el comandante de la Unión Soviética que más toneladas ‘enterró’ en el mar

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AP Vista aérea del transatlán­tico alemán ‘Wilhelm Gustloff’, en octubre de 1938.

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