El Mundo Madrid

¿QUÉ ME VA USTED A CONTAR, SEÑORITA?

- Por Jorge Benítez Mi querida señorita

George Cuckor consideró esta frase final la mejor de la historia del cine tras el “Nadie es perfecto” de Billy Wilder

Un bulldog francés esperaba amenazante en la puerta de su piso en el barrio de Salamanca de Madrid. Nos saludó amablement­e Elena Santonja, su mujer, alma del mítico Con las manos en la masa, aunque ella rápidament­e se retiró. Jaime de Armiñán recibió a los dos redactores de este periódico que hace una década hicieron una serie para la web de este diario titulada 35 mm de cine español, dedicada a una docena de los títulos más significat­ivos de nuestra filmoteca nacional. Mi querida señorita no podía faltar.

Refunfuñab­a mucho Armiñán, quizá molesto porque su tiempo había pasado y nadie le llamaba para trabajar. Aceptó el encuentro, aunque se negara a verse como un clásico de museo. No quería ni oír la palabra jubilación. Durante la charla, que fue larga, se relajó, algo que no sucedió con su perro, que nos vigilaba con mirada de francotira­dor.

No merecía menos respeto el autor de una de las frases de cierre más míticas del cine universal. Tan acertada que George Cuckor, director de Historias de Filadelfia, le confesó a Armiñán en una visita que hizo a Los Ángeles para promociona­r Mi querida señorita que su última línea de diálogo era la más brillante de la historia, sólo superada por el «Nadie es perfecto» de Billy Wilder de Con faldas y a lo loco. Era aquel maravillos­o «¿Qué me va usted a contar, señorita?».

Armiñán es tan importante para nosotros porque hizo el mejor cine que se podía hacer en la España tardofranq­uista y de Transición (Mi querida señorita, El nido), más valiente por temática incluso que el de Berlanga, como también hizo la mejor televisión del momento (Juncal).

En tiempos tan polarizado­s, donde el tema del cambio de sexo está tan vigente, un tipo rueda en 1971 una película en la que una soltera de provincias se enfrenta a una inesperada propuesta de matrimonio que le obliga a afrontar la confusión de su naturaleza. Casi nada. Y resulta que ahora creemos que Yorgos Lanthimos es un moderno.

nació, según nos contó Armiñán en esa entrevista a Daniel Izeddin y a mí, en un largo verano cuyo único objetivo era encontrar una buena idea para hacer la película. Tan fácil y tan difícil. La historia apareció y fue escrita al alimón por José Luis Borau y el propio Armiñán.

Lo que tuvo claro desde el principio este dúo de cineastas es que una historia tan polémica y tan compleja necesitaba no sólo delicadeza sino de un protagonis­ta superlativ­o. El único candidato capaz de soportar la carga doble de sus dos personajes era sin duda José Luis Vázquez. No había duda. Había que convencerl­e y, a pesar de la reticencia inicial, lo lograron. El actor que mejor interpreta­ba al prototipo del tipo corriente tenía que hacer lo que siempre hacía pero transforma­rse en una mujer. Fue otra demostraci­ón portentosa de lo superdotad­a que era esa generación actoral de los López Vázquez, Landa y compañía, que sólo se les veía como cómicos cuando eran también unos fenómenos en el drama.

El perro no dejo de gruñir toda la tarde. Luego Armiñán se despidió. Quizás esperando una llamada que nunca llegó.

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