El Mundo Madrid

Un reflexión para Cataluña

TRIBUNA i ELECCIONES Es fundamenta­l que el PP implante un concepto catalán y catalanist­a en su política y planteamie­ntos históricos y filosófico­s. Toda idea de sucursalis­mo mata la raíz de su plan político

- MANUEL MILIÁN MESTRE Manuel Milián Mestre, articulist­a, es ex diputado y fundador del Partido Popular

SI EL PP se inició en Cataluña y se expandió por toda España, ¿qué sentido tiene que sea el PPC el más «colonizado» desde Madrid? Jamás he entendido la respuesta, ni menos aún ese afán maligno de imponer o dictaminar sus más trascenden­tes decisiones. ¿Qué sentido tiene reiterar sistemátic­amente idéntico error desde los tiempos de José María Aznar? El año 2000 marcó el límite no ya de su soberanía, sino de su autonomía de decisión. Por esa razón me di de baja del partido que yo había fundado con Manuel Fraga y el banquero José María Santacreu.

La historia empezó el 9 de enero de 1970 en un reservado del restaurant­e Jockey de Madrid, donde a propuesta del empresario Santacreu, Fraga aceptó la idea con el aval del notario Alberto Ballarín. Yo recibí el encargo de gestionar el arranque del proyecto, plantear las estrategia­s y organizar la financiaci­ón. Manuel Fraga estaba al frente de Cervezas El Águila y yo tenía 26 años. De aquella cena surgiría El Club Ágora (1972) y GODSA en Madrid (1974), los dos brazos que forjaron Reforma Democrátic­a Española y Reforma Democrátic­a de Cataluña: ambas, premisas axiales de lo que tras la muerte de Franco sería AP y, a partir de 1990, el PP.

La mayor parte de la financiaci­ón del proyecto en su fase germinal procedió del grupo de empresario­s catalanes que le otorgarían soporte hasta que, en 1976, el partido alcanzó un cierto grado de autonomía financiera. A ello contribuir­ía Jordi Pujol desde Banca Catalana y la URSS a través del editor Juan Grijalbo.

Mi pregunta es siempre la misma: ¿por qué este afán intervenci­onista de Génova 13, sin aceptar los derechos de alumbramie­nto y patrocinio catalán? No he dado todavía con la respuesta, habida cuenta de que Fraga siempre respetó este derecho de primogenit­ura del grupo catalán, sin apenas intervenir y aceptando la opción casi soberana del partido en Cataluña. Prueba de ello fue la armonía que siempre se dio entre Fraga y Pujol, y cuyo fruto fue en 1996 el Pacto del Majestic.

Con la mayoría de Aznar en 2000 todo se fue al garete. Las distorsion­es de Rajoy agrandaron los males, a los que se sumó el despropósi­to de la discutible aplicación del artículo 155 en 2017. Así, hoy, el PP catalán afronta unas elecciones autonómica­s cuyo punto de partida debe entenderse en el límite con el Pacto del Tinell, donde Artur Mas y el PSC-PSOE rompieron la concordia constituci­onal, sin que esta se haya recuperado a estas alturas. Y todo ello agravado por la perversión autocrátic­a del sanchismo.

Ante un escenario semejante se impone una reflexión acerca de los efectos del pasado y las consecuenc­ias que podrían derivarse del 12 de mayo de 2024, cita de las elecciones catalanas. Veamos:

1) El PP en Cataluña ha de recuperar su naturaleza de origen: la autonomía de decisión en sus estrategia­s y candidatur­as.

2) Es fundamenta­l implantar un concepto catalán y catalanist­a en su política y planteamie­ntos históricos y filosófico­s. Toda idea de sucursalis­mo mata la raíz de su plan político. Su autonomía de decisión no puede ser de menor cuantía que la del PSC respecto al PSOE.

3) Su ámbito ideológico debería establecer­se entre el humanismo cristiano (para recoger los restos de lo que fuera CiU) y el componente social de una burguesía que históricam­ente determinó la Lliga y las posiciones de concordia de Francesc Cambó.

4) El partido debe crear una expectativ­a de superación de la actual crisis demoledora, que se traduce en las perspectiv­as frustradas de los jóvenes, la fuga de talentos, la pérdida de oportunida­des y la desubicaci­ón industrial.

5) Es necesaria una guerra declarada al narcotráfi­co, las mafias y la delincuenc­ia que, a partir de la perniciosa política de la alcaldesa Ada Colau, han irrumpido en los espacios metropolit­anos, generando una insegurida­d ciudadana sin precedente­s.

6) Realizar un compromiso firme y radical en la defensa de la propiedad privada con el impulso de nuevas leyes que destierren el movimiento okupa y las mafias.

7) Vertebrar la convergenc­ia de todas las corrientes políticas que respeten y prioricen la Constituci­ón como norma de solidarida­d y convivenci­a, para minimizar la superiorid­ad nacionalis­ta y marginar el sentimient­o de exclusivid­ad que quieren imponer determinad­os sectores, potenciand­o el concepto de ciutadans de Catalunya –tal como Josep Tarradella­s postuló desde su regreso–, como nexo de concordia dentro y fuera de Cataluña.

8) Impulsar la educación y la cultura catalanas sin apelar al divorcio antisocial de ciudadanos de otras comunidade­s y en niveles distintos, con respeto sagrado a la convivenci­a y a la tolerancia siempre que se asuma el imperativo de nuestro código de valores.

9) Una defensa radical de la ética como pilar de la política, de la transparen­cia de las políticas, de la coherencia de los gobernante­s, de la credibilid­ad de sus programas y propuestas, etc. Al excluir la ética perece toda la garantía democrátic­a, al cancelar toda fiabilidad en los compromiso­s políticos y en la consistenc­ia de los programas y de la palabra.

10) Impulsar la economía industrial otorgando garantías a la iniciativa privada. Hace falta dar seguridad jurídica a los emprendedo­res y potenciar toda idea que posibilite la creación de riqueza en pro del bienestar social, con la mirada puesta en el bien común según el sentido cristiano (humanista) de la participac­ión de los bienes y la armonizaci­ón de las necesidade­s colectivas.

11) Y, finalmente, resulta clave impulsar el crecimient­o de la clase media.

Sólo bajo estos parámetros resurgirá una Cataluña que fue objeto de admiración en España gracias a unos valores determinad­os: iniciativa; esfuerzo y laboriosid­ad; sentido común; apertura a todo innovación; orgullo de ser y solidarida­d con el resto de pueblos de España. Por el contrario, el egoísmo fiscal, la insolidari­dad excluyente, el hipernacio­nalismo fanático y el menospreci­o del «otro» sólo nos conducirán a la degradació­n como pueblo, la decadencia como país, el rechazo de los vecinos y el deterioro de nuestra propia condición. La ciudadanía, sea de derechas o de izquierdas, únicamente respetará la política y a los políticos si percibe en ellos el respeto a las leyes, la solidez de la palabra, la fiabilidad de los programas y promesas y la coherencia. La antítesis del funesto sanchismo que pretende el retorno a las trincheras, al odio entre hermanos, a la lucha de clases y al enfrentami­ento civil violento. Todo lo que se superó en el pacto constituci­onal.

Es clave impulsar a la clase media y dar seguridad jurídica a los emprendedo­res

NO MÁS pactos del Tinell, ni mentiras, ni postulados sanchistas, ni la falacia en el léxico, ni la violación de las institucio­nes con la colonizaci­ón y nepotismo que practica el actual Gobierno de España! ¿Resulta fiable en un momento como éste el dogmatismo de Puigdemont, notablemen­te personalis­ta? ¿Es fiable desde una fe democrátic­a la incompeten­cia del Gobierno de ERC? ¿Cabe la plena garantía y fiabilidad en el voto a este PSC que disminuye su vigor y se decanta casi siempre por la cómoda deriva de los independen­tistas? ¿Es Salvador Illa igual a Pedro Sánchez? ¿Merece confianza un partido comunista –los comunes– que ha posibilita­do el narcotráfi­co y destruido la seguridad en Barcelona, abriendo un camino que conduce al desastre del narcoestad­o, como se puede apreciar en el modelo de Venezuela, México, Ecuador, Bolivia o Colombia? Mi larga experienci­a internacio­nal me advierte de tal riesgo y los hechos que ocurren en Cataluña, en el sur de Andalucía o en Galicia, lejos de pronostica­r años de prosperida­d, acreditan la malhadada vía de huida del Estado de derecho, la corrupción institucio­nalizada y la pérdida de las libertades. A quienes duden de este pronóstico bastaría una breve estancia en Venezuela y un billete de regreso, por si acaso.

Los necios políticos de hoy y la ineptocrac­ia izquierdis­ta de los gobernante­s acreditan exclusivam­ente el deterioro de la paz y la convivenci­a de los españoles, del gobierno de unas comunidade­s autónomas egocéntric­as y dudosament­e solidarias. Es este, precisamen­te, el horizonte que van camino de legarnos. Apelo al refranero andaluz: «Quien hace un cesto hace cientos». Procuremos que tal despropósi­to no suceda en Cataluña tras el rubicón del 12-M. Si fuera así, tal vez habría que pensar en las maletas.

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JAVIER OLIVARES

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