El Mundo Madrid

El «monstruo mental» tiene cara de niño

FUTBOLISTA DEL BAYERN. Llegó a Múnich en 2015 de la mano de Guardiola, que le alternó como central y pivote. Ganó la Champions en 2020 jugando de lateral, el puesto al que ha vuelto a las órdenes de Tuchel

- MIGUEL A. HERGUEDAS MADRID Sports Illustrate­d.

Los viajes en coche para un niño de 12 años se hacían largos. Había que recorrer más de 100 kilómetros para cada partido y cada entrenamie­nto. Aquella rutina suponía más de una hora al volante para Berthold Kimmich, su padre, que había cambiado los turnos en el trabajo para cumplir con la formación del pequeño Joshua. A menudo no quedaba más remedio que turnarse con otros familiares del equipo, pero Beppo aprovechab­a cada minuto. Mientras conducía reiteraba sus mensajes al chaval, más bajito y enclenque que sus compañeros, pero capaz de procesar mejor que el resto. Desde Bösingen, un pueblo de poco más de 3.000 habitantes, hasta las instalacio­nes del VfB Stuttgart, Joshua no sólo aprendió las leyes fundamenta­les del fútbol, sino que fue construyen­do unos lazos que jamás se quebrarían. Nadie iba a cuidarle mejor que su familia. Ningún técnico de la cantera podría motivarle como su padre, cuyo fuerte carácter ya se había ganado cierta fama por los contornos. Hoy, casi dos décadas después, Kimmich sigue sin representa­nte. Su ficha anual ronda los 20 millones de euros y su vínculo con el Bayern expira en junio de 2025, pero nadie, salvo él y los más cercanos, tomará decisiones en su nombre.

Durante aquellos trayectos en coche, Beppo hablaba sin cesar a su hijo de un mediocentr­o zurdo llamado Krasimir Balakov, el antiguo ídolo de la hinchada del Stuttgart, considerad­o el mejor futbolista búlgaro de la historia, por detrás de Hristo Stoichkov. Joshua idolatraba a Zinedine Zidane y Xavi Hernández, aunque durante los Mundiales sólo tenía ojos para Bastian Schweinste­iger. Pese a su notoria inferiorid­ad física, Kimmich siempre quiso sentir que el juego pasaba por sus pies. Desde muy niño se sintió centrocamp­ista, no lateral derecho. Y cuando aterrizó en Leipzig, con 18 años, ni siquiera intuía la dureza de la Dritte Liga, la tercera categoría alemana. Cada partido se resolvía en los duelos aéreos, las disputas a ras de hierba, los pelotazos en largo... Además, desde hacía tiempo arrastraba molestias de pubis. Todos le superaban en altura y velocidad y él se sentía un alfeñique. «Me decían que el salto había sido demasiado grande, que me iban a devorar. Me sentí muy decepciona­do y enfadado. Desde entonces sólo quise demostrar lo equivocado­s que andaban», admitió, durante una entrevista con

Si no llega a ser por la paciencia de Ralf Rangnick, máximo responsabl­e técnico del Red Bull, nunca hubiese podido llamar la atención de Pep Guardiola. El Bayern pagó 8,5 millones de euros por un chico de 20 años del que Marcus Sorg y Horst Hrubesch, desde

las divisiones inferiores de Alemania, ya hablaban maravillas. Su pasión desbordant­e en los entrenamie­ntos, su deseo de aprender, encandilar­on a Guardiola. Un material tan dúctil resultaba demasiado tentador para Pep, que empezó a alternarle como central y pivote defensivo, con algunas aparicione­s esporádica­s en el lateral o el flanco derecho del ataque. «Es un profesiona­l absoluto, un monstruo de la mentalidad. Siempre está en el partido y nunca se rinde. Presiona como nadie, aunque le sobre calidad». El elogio de Hansi Flick compendia un peculiar modo de entender la profesión. El mismo que le había transmitid­o su padre. «Rendirse nunca fue una opción. Hasta el día de hoy, mi lema es creer siempre en uno mismo», sostiene durante uno de los capítulos del documental de Jan Mendelin para el diario Bild.

Kimmich marcó en sus dos últimas visitas al Bernabéu, durante los cuartos de 2017 y las semifinale­s de 2018, pero sólo tras regresar al lateral derecho, cubriendo la ausencia del

lesionado Benjamin Pavard, pudo alzar la sexta Copa de Europa del Bayern. Desde aquella fase final a puerta cerrada en Lisboa, su liderazgo en el vestuario se ha multiplica­do. Allí donde otros prefieren la discreción ante los micrófonos, Kimmich se descuelga con una feroz autocrític­a. «No es de los que hablan mucho y luego no dicen nada. Se pone a sí mismo bajo presión, pero también parece dispuesto a cumplir con lo que exige a los demás. Y eso me gusta», elogiaba el ex presidente Uli Hoeness. Desde que en el verano de 2015 se ejercitó por primera vez en Saebener Strasse bajo la tutela de Philipp Lahm y Manuel Neuer, comprendió el papel de los veteranos a la hora de mantener la cultura ganadora del Bayern. Y eso fue, precisamen­te, lo que se ha propuesto con Jamal Musiala. Después de cada partido, Kimmich envía mensajes de WhatsApp a sus compañeros, sea con cumplidos o con críticas. Es su manera de ganarse el respeto. No conviene enfadar al líder del Bayern, aunque tenga esa cara de niño.

‘Beppo’, su padre, ha sido tan influyente que aún hoy sigue sin representa­nte

Alecciona a sus compañeros con mensajes de Whatsapp y es el mentor de Musiala

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ANNA SZILAGYI / EFE Kimmich, durante el calentamie­nto previo al partido ante el Real Madrid en el Allianz Arena.

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