El jardín vertical echa raíces: «Ya nadie lo critica»
Camino de su primer año de vida, llega a absorber un 30% de partículas en suspensión y supone un gasto anual de 340.000 euros
Si utiliza habitualmente su vehículo y, sobre todo, si la M-30 norte forma parte de su ruta habitual, se habrá percatado de que, desde hace ya casi un año, hay un tramo de 400 metros donde un jardín vertical de 3.279 metros cuadrados envuelve los viejos muros de hormigón que engalanaron varias décadas la gran arteria madrileña. Hablamos de un proyecto aún considerado piloto, que en julio soplará su primera vela, tras ser inaugurado en plena canícula de 2023 por el recién reinvestido José Luis Martínez-Almeida. Pero, también, de un espacio verde antigrafiti que nació bajo sospecha, abocado al fracaso y considerado innecesario por algunas voces críticas, y que hoy luce frondoso, entre las glorietas de Mariano Salvador Maella
y Nueva Zelanda. Apuntan desde el corazón de esta empinada pradera que, si se valorase la opción, podría entrar en el Libro Guinness de los Récords, ya que supera en 657 m² al de la ciudad taiwanesa de Kaohsiung. Pero ese es otro asunto...
Para que ese jardín respire y lata con vigor, fueron necesarios seis meses de trabajo (entre enero y julio de 2023) y una inversión de 3,8 millones de euros, además de casi un año de milimétrica conservación. Una vigilancia apoyada en sensores y una escrupulosa monitorización. José Manuel Cendón, subdirector general de Infraestructuras de Movilidad del Ayuntamiento de Madrid, aporta a GRAN MADRID un puñado de claves para una actuación que fue galardonada hace menos de un mes por el Colegio de Ingenieros de Caminos. «Había reservas sobre el estado de los muros, ya que los colocó el Ministerio de Obras Públicas cuando la M30 era estatal (hace más de cuatro décadas). Los planos estaban en papel y se dudaba mucho de su estado, ya que son prefabricados. Había cierto miedo por esa excesiva humedad que generaría el jardín», recuerda. Las paredes se limpiaron y se les aplicó un producto inhibidor para evitar el paso del agua, además de instalarse medidores de humedad que controlan el grado de penetración y corrosión. Es más, los bastidores en los que se anclaron las plantas tienen una estructura abatible, para inspeccionar el muro de hormigón.
La empresa sevillana Terapia Urbana, encargada de la confección del jardín, utilizó un equipo de tan sólo nueve personas. Allí apuntan que uno de los grandes retos, además de trabajar en una vía de la intensidad de tráfico de la M-30, fue el del abastecimiento vegetal: tuvieron que conseguir más de 100.000 plantas de 23 variedades diferentes en menos de 12 semanas, que fue el tiempo que les llevó completar la instalación. Plantas que descansan en una suerte de bolsillos de un material denominado Fytotextil, patentado en la Universidad de Sevilla, y que permite una respuesta adecuada de la vegetación.
«Las especies se eligieron teniendo en cuenta muchos condicionantes, más allá de lo estético. Respondían a las características que imponían el particular entorno en el que tenían que vivir. Y eso incluía también mayor intensidad solar en un muro que en otro. Las reposiciones de ejemplares se han hecho según lo previsto, no ha habido una mayor mortandad», detalla Luis Benito, ingeniero del departamento de Estructuras de Madrid Calle 30, que subraya una de las claves para que el jardín luzca radiante y no sea otro experimento frustrado, como ocurrió en Valencia: «Nunca había habido una dotación presupuestaria adecuada». El coste anual del mantenimiento de su mantenimiento ronda los 340.000 euros.
Otro de los grandes secretos se encuentra en la monitorización continua del vergel. «Se sabe en cada momento qué le pasa al jardín: si hay fuga de agua, si tal zona necesita nutrientes... Es necesario conocer cómo viven las plantas día a día. Hay distintos sensores en varios puntos que aportan la información necesaria y de forma continua», sostiene Benito, a propósito de esos parámetros online que resultan básicos para mantener intactas las constantes vitales del entorno.
«Existen también tres sensores de contaminación, para ver si efectivamente la disminuía. Uno en cada muro y otro justo antes para observar el contraste. El ensayo en laboratorio dejó claro que absorbía un 30% de las partículas en suspensión (CO, CO2, NO, NO2 y PM), lo que facilita un aire más limpio», abunda José Manuel Cendón. En el informe que manejan de los 10 meses de vida, no se ha registrado apenas deterioro vegetal en ninguna especie, ni tampoco en los muros que sostienen los más de 3.000 metros cuadrados de vegetación. Una pequeña porción de los 100.000 metros cuadrados de hormigón de la vía de circunvalación que Calle 30 Natura tiene en sus planes cubrir, con una inversión de 30 millones.
El proyecto fue ideado y ejecutado desde el Área de Medio Ambiente y Movilidad –hoy Urbanismo, Medio Ambiente y Movilidad– que encabeza Borja Carabante, y es Madrid Calle 30, dependiente del Área de Obras y Equipamientos, con Paloma García Romero al frente, quien se encarga de ese mantenimiento clave para que pueda gozar de buena salud, con informes semestrales.
«Cambiamos la solución inicial, ya que es semi hidropónica y les dio mayor aguante a la vegetación. El resultado final del jardín ha mejorado la infografía, donde no quedaba tan tupido. Ahora nadie lo critica», completan desde el epicentro de este oasis en medio del asfalto. Por su orilla circulan a diario miles de vehículos. Y, por estadística, puede que uno de ellos sea el suyo. 400 metros para darse un pequeño respiro en la capital.