El Mundo Madrid

Eurovisión a la soviética

- POR FÁTIMA RUIZ

EN PLENO estallido de Eurovisión, Putin se rearma para la Guerra Fría cultural. Si Rusia no puede ir al festival –que le cerró el micrófono tras la invasión de Ucrania en 2022–, será el festival el que acuda a Rusia. En noviembre, el Kremlin volvió a la carga con un viejo plan para resucitar un zombi musical de la era comunista: Intervisió­n, con el que el Pacto de Varsovia quiso hacerse oír en Europa desde el otro lado del Muro de Berlín (1965-1980).

No es la primera vez que el presidente ruso intenta desenterra­r aquel festival que primero se celebró en la Checoslova­quia de la Primavera y luego se trasladó a Polonia, después de que los tanques de Brezhnev sofocaran en 1968 la disonante sinfonía del «socialismo con rostro humano». Putin ya intentó revivirlo en 2008, llamando al escenario en Sochi a 11 países de la antigua URSS. Georgia iba a ser el 12º, pero tuvo que retirarse por causas de fuerza mayor: los tanques rusos ocupaban Osetia del Sur. Ahora, Moscú promete darle al concurso una dimensión «multipolar» y «apolítica».

El mito de Intervisió­n engordó a fuerza de opacidad tras el Telón de Acero. Durante un tiempo se pensó que aquellos extraterre­stres de la órbita soviética veían el festival con la luz apagada y sólo la encendían

para votar: cuando el hit merecía tanto la pena como para hacérselo saber al Gran Hermano, que luego comprobaba los picos eléctricos en la URSS: la canción más luminosa ganaba la edición. La realidad era, sin embargo, más prosaica, y el premio lo daba un jurado.

El festival tuvo señas de identidad que lo diferencia­ban de su primo del oeste. La duración de las canciones, por ejemplo, que Eurovisión acota a tres minutos. Al contrario que los temas intervisiv­os, que, como los discursos de Fidel, no tenían fin y a veces se alargaban media hora. El evento tampoco fue nunca itinerante: una vez instalado en Polonia, no se movió de Sopot, donde fue fundado por el pianista Wladyslaw Szpilman. Que era también El Pianista, con mayúsculas: aquel supervivie­nte del Holocausto inmortaliz­ado por Roman Polanski al que la II Guerra Mundial le pilló en la radio tocando en directo los acordes de un Nocturno de Chopin. Serían los últimos de la Polonia libre. El festival que apadrinó duró hasta 1981, cuando la ley marcial lo suspendió en plena ofensiva para apuntalar un comunismo que amenazaba derrumbe por la embestida de Solidarida­d. En el intervalo, Intervisió­n coló una marcha liberal en el plomizo gris comunista. Sus defensores dicen que fue el primer festival paneuropeo (con cameos del capitalism­o musical), una mano tendida entre bloques que hasta entonces solo podía cruzar la neutral Finlandia.

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CONTACTO Logotipo de Intervisió­n, alternativ­a de Eurovisión en la órbita soviética.
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