Basta de concordia, necesitamos enemigos
ENTRE nuestras gloriosas ficciones hay un relato que no caduca. El mundo está dominado por unas élites malvadas que manejan los resortes de la sociedad, la política, la fuerza, los negocios y la información. Estas élites nos tienen sometidos para satisfacer sus intereses y deseos, mayormente depravados e inhumanos. Contra su poder luchan héroes y heroínas y debemos luchar cada uno de nosotros.
Aunque ciertamente es una ficción basada en hechos reales, no siempre es verdad. Sin embargo, es fuente de inspiración masiva para la literatura, el cine, las series, el cómic o los videojuegos. Lo malo es que también da forma a la ideología o a las innumerables teorías de la conspiración que movilizan la rebeldía.
El mundo, como sabemos desde los primeros cuentos, está alineado en dos ejes, el mal y el bien. El eje del mal quiere dominarnos, si es que no lo hace ya. Y quienes formamos el eje del bien –usted y yo, señora– nos rebelamos y combatimos. Tenemos la razón, la ética y la justicia de nuestra parte. Venceremos.
¿Quién no se identifica con esta narrativa? Lo hicieron los seguidores de Mani, los maniqueos, cuya religión ha perdurado siglos. Lo hacemos casi todos, porque siempre es más confortable estar en bando de los rebeldes de La guerra de las galaxias que entre las fuerzas del
Imperio. Sin embargo, hay un relato más incómodo que quizá no sea del todo ficticio. Ustedes son más o menos dueños de sus actos. Con sus compras en Amazon, contribuyen al cierre de las tiendas del barrio. Con el dinero que se gastan en la entrada de fútbol y la suscripción al canal de deportes fabrican multimillonarios. Con el alquiler de sus casas en Airbnb contribuyen al aumento de precios y al turismo masivo. Con sus automóviles contaminan y con sus viajes homogeneizan las sociedades que visitan, lo que quizá no esté mal, pero entonces, ¿a qué lloriquear por la pérdida de identidades culturales? Sus votos eligen a los gobernantes. Sus decisiones de compra y consumo hacen emerger nuevas élites. Ustedes, con sus actos cotidianos, para bien o para mal, dan forma al mundo. Además, con sus acciones en su entorno cercano propagan el respeto, la tolerancia y la inteligencia o la obcecación, la irracionalidad y la violencia. En fin, que ustedes y yo
somos responsables de lo que ocurre en el mundo, tal y como una hormiga es responsable de lo que ocurre en el hormiguero. Es un relato mucho más incómodo, porque todos acabamos siendo, de una u otra manera, simultáneamente malos y buenos.
Malo para la política, porque hay que tener claro que estamos en el bando de los buenos. Sin un enemigo claro, nos desmovilizamos. Necesitamos enemigos.