ROGER CORMAN, EL GENIO DE LOS APAÑOS QUE HIZO ALTA CULTURA DEL CINE DE SERIE B
Iba para ingeniero pero aceptó un empleo de mensajero en Hollywood porque su sueño era hacer películas. Hizo 400 de ellas, buenas, malas y regulares, e inventó así una manera de trabajar despreocupada y libre, que cambió la cultura de su tiempo
Jack Nicholson, Sandra Bullock, Coppola y Scorsese empezaron sus carreras como sus aprendices
De todas las lecturas relacionadas con el cine, ninguna hace sombra a Cómo hice cien películas en Hollywood y nunca perdí un centavo (Kaplan). Por divertida, ocurrente y, sobre todo, ilustrativa de cómo un hombre pertrechado únicamente de locura y talento puede cambiarlo todo. Roger Corman, que ha muerto a los 98 años, ofrece en su libro su vida para que de ella emerjan: a) el perfecto retrato de una época de cambio y revolución, b) la más alegre filosofía de vida entre hedonista, rigurosa y extremadamente gamberra, y c) una auténtica obra de arte. Y lo que cuenta es esto último. Más allá de todas sus películas, la verdadera obra maestra que nos deja el director alegremente descrito como el rey de la serie B es su vida.
Cuesta recordar una sola película de Corman porque todas se mezclan, se citan y hasta se repiten. Todas sus películas, independientemente del género, intención o nivel de producción son él de manera radical. Corman fue el inventor del sample, del autoplagio libre de pudor. No dudó en emplear escenas y decorados de una producción en otra: incendios, persecuciones, cargas de la caballería, lo que fuera. Lo hacía para ahorrar pero quién sabe si esa forma de trabajar fuese el arte de un auténtico virtuoso de la improvisación.
Como los músicos de jazz que reconvierten melodías en creaciones siempre libres y siempre diferentes, Corman entendía el cine como un permanente trabajo de reelaboración. Y eso, a su manera, cuestionaba todo: desde la forma de hacer de los estudios al papel del creador, del autor, del cineasta.
Con todo, su trabajo más recordado es La pequeña tienda de los horrores, de 1960. La película se completó en un fin de semana y eso no fue impedimento para que su historia se haya convertido en eso que el cansancio llama cinta de culto, con musical en Broadway y, al menos, un par de remakes.
Su éxito explica a la perfección quién y cómo era Corman. Su facilidad para mezclar sin pudor terror, humor, escatología y falta de escrúpulos hizo de ella un ejemplo de cine donde todo vale si capta la atención del respetable. Cuando Lucas y Spielberg irrumpieron con sus particulares y sofisticadas revisiones del ideario Corman, ya no habría remedio.
Corman nació el 5 de abril de 1926 en Detroit, y su primer impulsó fue seguir los pasos de su padre y convertirse en ingeniero. Su deseo le duró cuatro días, los que estuvo trabajando en Electrical Motors en Los Ángeles, la ciudad de sus ídolos: Ford, Hitchcock y Hawks. Se acercó a la 20th Century Fox dispuesto a lo que fuera y encontró un modesto empleo de mensajero. De ahí pasó a lector de guiones y de ahí, enfadado por el robo de una idea, a sí mismo, el más independiente de los cineastas sobre la Tierra. Llegó a producir nueve películas al año hasta los 400 títulos al final de su vida.
Entre muchas obras perfecta y cormanianamente olvidables, hay películas como El pozo y el péndulo, de 1961, de su larga serie de adaptaciones de Edgar Allan Poe; La carrera de la muerte del año 2000, dirigida por Paul Bartel en 1975; La Diosa Tiburón, firmada por él mismo en 1958; El ataque de los cangrejos gigantes, de 1957; Piraña, de 1978 y realizada por Joe Dante; y Mama sangrienta, de 1970, con Shelley Winters y un joven y perfecto Robert de Niro. Son solo una muestra de su capacidad para convertir material de derribo en oro.
Jack Nicholson, que apareció en La pequeña tienda de los horrores, así como en varias de las adaptaciones de Poe, quiso ser Corman. Y como él, Peter Fonda y Dennis Hopper, que aparecieron junto a Nicholson en The Trip, la oda a la contracultura y las drogas de 1967 a la que tanto debe la totémica (¿copia?) Easy Rider.Y como ellos, Sandra Bullock, Bruce Dern, Ellen Burstyn, William Shatner... Corman fue una especie de campo de pruebas en el que los aspirantes a artistas podían apostar a ser ellos mismos, sin ningún tipo de condicionante. Si acaso uno: no cobraba nadie.
Pero donde de verdad fue decisivo su magisterio e influencia fue en el surgimiento de todo lo que vendría después. El Nuevo Hollywood con Coppola y Scorsese a la cabeza, James Cameron, Jonathan Demme, Ron Howard, la saga entera de Fast and
Fourious,o Mad Max y M. Night Shyamalan serían incomprensibles sin él. El propio Coppola empezó con él. Lo hizo con la revisión, reescritura y adaptación de los diálogos al inglés de una película de ciencia ficción soviética. También llegó a rodar una escena de dos monstruos en un hipotético acto de amor que luego se insertó en algún otro lugar. Puro Corman, que también era distribuidor de películas de bajo coste, claro. O no tan bajo. Bergman, Fellini y Volker Schlondorff fueron introducidas en el mercado de EEUU por él. «Roger siempre fue un hombre directo. No te hacía concebir falsas esperanzas. Era muy conciso respecto a lo que había de hacerse y lo que se podía obtener a cambio. Entrañó una oportunidad fabulosa para alguien como yo: fue mejor que ganar dinero», declaró el propio Coppola sobre su colega.
Con Scorsese tuvo una labor de padrinazgo similar. No solo produjo la primeriza Boxcar Bertha. «Corman es, a pesar de sí mismo, un artista como hay pocos, porque, aunque él no se tome en serio, ha alimentado a otros talentos de un modo sino lleno de generosidad». Ninguna película de Corman está a la altura del propio Corman. Su mejor trabajo fue él.