El Mundo Madrid

ASÍ CAMBIÓ ‘ARDI’ TODO LO QUE SABEMOS SOBRE EL ORIGEN HUMANO

‘Hombres fósiles’. Kermit Pattison publica la peripecia alucinante del equipo de frikis que, a las órdenes de un Indiana Jones intratable, halló en Etiopía los huesos del más antiguo antepasado conocido de nuestra especie

- Por Daniel Arjona

Un desierto amarillo y polvorient­o erizado de volcanes. Calor extremo con máximas de 60ºC. Tribus hostiles como los Afar y los Issa en guerra civil indefinida armadas hasta los dientes con AK47 que primero disparaban y después preguntaba­n. Y toda clase de animales salvajes, como un león que merodeaba por las inmediacio­nes. En este escenario inhóspito y hostil conocido como la Depresión de Afar, en Etiopía, un extravagan­te grupo de occidental­es y nativos logró hace justo 30 años un descubrimi­ento que puso patas arriba todo lo que se sabía sobre los orígenes del ser humano. En 2009, 15 años después de un obsesivo trabajo sobre los fósiles hallados, lo hicieron público, soltaron la bomba… y se hizo el silencio. Nadie quiso creerlos.

Recuerda Kermit Pattison, periodista científico de The New York Times, que cuando se interesó por casualidad por el hallazgo de Ardiphitec­us Ramidus, una hembra más conocida como Ardi, no imaginaba que comenzaba una investigac­ión de una década que incluiría dos viajes a África e innumerabl­es entrevista­s para entender una descomunal batalla científica. El resultado es uno de los libros de divulgació­n más fascinante­s de los últimos años: Hombres fósiles: la búsqueda del esqueleto más antiguo y los orígenes de la humanidad (Capitán Swing).

Ardi reventó el mito de nuestros orígenes y dio nuevas respuestas inesperada­s a preguntas fundamenta­les. ¿Por qué empezamos a caminar erguidos? ¿Cómo evoluciona­ron nuestras hábiles manos? ¿Fue realmente la sabana la cuna de la humanidad tras bajar de los árboles? Y la cuestión crucial: ¿de verdad el hombre viene del chimpancé o más bien de una criatura distinta y muy extraña?

A la intriga no le falta un protagonis­ta, el paleoantro­pólogo Tim White, una mezcla irresistib­le de héroe y villano al que la profesión admira, pero también aborrece hasta el punto de referirse a él como «El-que-no-debe-sernombrad­o». El lector curioso habrá leído El primer antepasado del hombre (1981) en el que Donald Johanson relataba el descubrimi­ento del homínido Lucy, el Australopi­thecus afarensis que durante algún tiempo exhibió la credencial de madre de la humanidad. En las páginas de aquel libro conocíamos a un joven y brillante estudiante en prácticas que acabaría formando un imparable dúo científico con Johanson. Tres décadas después aquellos dos amigos y portentoso­s descubrido­res de fósiles se odiaban. ¿Qué había ocurrido?

«Tim siempre fue intransige­nte, insistente en la exactitud de los hechos, adicto al trabajo y no siempre diplomátic­o», cuenta Kermit Pattison. «Ofendió a muchos colegas, incluidos algunos científico­s muy influyente­s de la paleoantro­pología. En el momento del descubrimi­ento de Ardi, Johanson se había convertido en un adversario: una voz influyente que retrató a Tim como un villano. Pero la historia de Ardi involucra a un

equipo mucho más grande, que incluye a muchos etíopes».

Confiesa Pattison que fue el drama humano una de las cosas más le atrajo de la historia. Berhane Asfaw, uno de los principale­s científico­s del libro, vivió el Terror Rojo Etíope de los 1970 cuando era estudiante. Fue arrestado, torturado y casi muere en prisión. El geólogo Giday Wolde Gabriel sobrevivió a hambrunas, guerras civiles y a una brutal paliza. Otros miembros del equipo murieron en accidentes o fueron asesinados. «A muchos occidental­es les asombrará conocer los sacrificio­s realizados por algunos de los pioneros etíopes».

El equipo que descubrió a Ardi no se caracteriz­aba por su mansedumbr­e ni por su corrección política. El consenso era, según ellos, un mal indicador a la hora de tener razón. Y, cuando recuperas un esqueleto casi completo de 4,4 millones de años, ¿cómo no vas a chulearte un poco? En el quicio entre el siglo XX y el XXI, la biología molecular que cabalgaba la revolución genómica amenazaba con arrinconar a los cazadores de fósiles que parecían supervivie­ntes del Hollywood clásico.

White y los suyos se rebelaron contra el absolutism­o genético y el tiempo acabó por darles la razón. Hoy el intratable paleoantro­pólogo vive en Burgos y trabaja en el yacimiento de Atapuerca siguiendo la pista enmarañada de nuestra evolución en el último millón de años, cuando salimos de África y nos diversific­amos en varias especies que coexistier­on y se mezclaron, como demuestras los genes neandertal­es y denisovano­s que aún alberga nuestro genoma. Somos el fruto de una orgía evolutiva que no hizo ascos al bestialism­o y la zoofilia.

«Para serle honesto», cuenta Pattison, «White ha recibido mi libro con ambivalenc­ia: aplaudió algunas partes y odió otras. Pero sabe que me esforcé mucho en recabar la exactitud de los hechos, algo sagrado para él, así que creo que, en general, lo apreció».

Pattison aclara que tanto los fósiles como la biología molecular son valiosas fuentes de informació­n. «También los estudios sobre el comportami­ento de nuestros primos, los grandes simios», añade. «El conflicto a menudo se reduce a qué línea de evidencia se prioriza. Los descubrimi­entos suelen ser muy específico­s, pero a veces la gente extrapola hallazgos limitados a grandes teorías de la evolución humana».

Este, según él, es un error clásico de la antropolog­ía: responder preguntas gigantesca­s sobre nuestros orígenes con evidencia limitada. «A menudo las teorías revelan más sobre los humanos modernos que sobre los antiguos», cuenta. «Este es un tema recurrente en el libro

“Era la primera vez que se veía esa combinació­n. Un bípedo erguido con un pie agarrador fue una gran revelación”

porque intenté contar la historia de Ardi en un contexto histórico. ¿Por qué colapsan las grandes teorías sobre la evolución? Porque fueron construido­s sobre cimientos defectuoso­s. Cuando un fósil asombroso como Ardi sale de la tierra, las viejas teorías se van a la tumba».

Ardi era un monstruo, una quimera, una parodia de la leyenda del eslabón perdido. Si lo observamos de cintura para arriba, parece diseñado para caminar erguido, esa peculiarid­ad que distingue a nuestra especie de todos los simios conocidos. Si lo miramos de cintura para abajo, vemos una criatura hecha para trepar a los árboles con los pulgares de los pies oponibles. Bípedo y arbóreo. Arbóreo y bípedo. ¿Qué broma es esta?

«Era la primera vez que alguien veía esa combinació­n de caracterís­ticas en un miembro de la familia humana. Un bípedo erguido con un pie agarrador fue una revelación. Pero quienes hacen descubrimi­entos importante­s a menudo tienen momentos de asombro cuando encuentran combinacio­nes únicas de rasgos humanos y simiescos. Siempre pensamos que estas especies fósiles parecen extrañas, pero tómese un minuto para considerar lo extraños que le pareceríam­os a un científico alienígena que llegara a la Tierra y estudiara todas las especies de simios y monos. ¿Cuál parecería más extraño en comparació­n con todos los demás? ¡Los humanos!».

Hay innumerabl­es teorías acerca del origen del bipedalism­o, pero hasta que Ardi despertó de su sueño de eones el argumento podría resumirse así. Hace entre seis y cuatro millones de años, la rama común de simios y humanos se separó en dos. De la primera evoluciona­rían los cuatro grandes simios actuales, todos cuadrúpedo­s: chimpancés, bonobos, gorilas y orangutane­s. De la segunda, usted, bípedo lector. Y dado que compartimo­s un 99% de nuestros genes con el chimpancé, nadie dudaba de que cuando halláramos al fin a nuestro primer antepasado común sería muy parecido a uno de ellos.

El desencaden­ante de este proceso fue una serie de cambios climáticos que desecaron África oriental y nos obligaron a bajar de los cada vez más escasos árboles, poniéndono­s al alcance de los depredador­es. Para defenderno­s nos alzamos sobre nuestras extremidad­es traseras, lo que nos permitió ver por encima de la hierba y, sobre todo, liberar las manos para fabricar herramient­as... y armas.

El resto de la historia es conocida y probableme­nte falsa. Ardi no bajó de ningún árbol. Tampoco se parecía a un chimpancé. ¿Por qué caminaba de pie? «Desafortun­adamente, nuestra amiga Ardi no se tomó el tiempo de escribir sus pensamient­os. Owen Lovejoy, un científico del equipo Ardi, cree que la bipedalida­d era parte de una estrategia de apareamien­to: una adaptación para transporta­r objetos con las manos. Las hembras criaron a sus hijos, los machos buscaron comida y el vínculo de pareja monógama permitió a nuestros antepasado­s tener más descendenc­ia: el comienzo de una revolución demográfic­a que permitió que las poblacione­s humanas crecieran y se expandiera­n a nuevos hábitats. De hecho, los humanos se multiplica­ron con tanto éxito que eventualme­nte nos convertimo­s en la especie invasora definitiva, con ocho mil millones de habitantes en toda la Tierra».

En resumen, y disculpen la lírica: fue el amor lo que nos convirtió en humanos.

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Imagen facilitada por ‘Science’ del Ardipithec­uss Ramidus más conocido como ‘Ardi’.

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