La primera rebelión de las monjas de Santa Clara
18 CLARISAS EN PONTEVEDRA SE REBELARON CONTRA LA «OPRESIÓN Y TIRANÍA» DE LOS FRANCISCANOS Tres siglos antes de que las clarisas de Belorado y Burgos abandonasen la Iglesia, monjas de su orden en Galicia rompieron su clausura y lograron que el Papa Clement
La rebelión de las clarisas de Belorado y Orduña, en Burgos, que anuncian el abandono de la Iglesia Conciliar entre acusaciones de «persecución» y bloqueo de Roma, no es la primera que sacude esta orden eclesiástica de monjas de clausura. Hace tres siglos, en 1710, 23 hermanas del convento de Santa Clara en Pontevedra protagonizaron un auténtico escándalo para la época al agitarse frente a la «opresión y tiranía» en la que vivían, un episodio que acabó implicando al Papa Clemente XI y que les permitió liberarse de sus opresores.
Las monjas rebeldes del siglo XVIII carecían de los avances actuales para difundir su revuelta a través de un comunicado virtual o vídeos en redes sociales como sus compañeras actuales, pero se hicieron escuchar supliendo tecnología por obstinación. 18 de las 23 hermanas que entonces estaban en el convento rompieron la clausura, peregrinaron hasta Santiago de Compostela y se presentaron en el Pazo Arzobispal para hablar directamente con el arzobispo, dispuestas a defender su causa hasta el final.
Esta causa ha llegado hasta nuestros días a través de estudios históricos y arqueológicos encargados por la Diputación de Pontevedra en 2022 después de que el ayuntamiento adquiriese el antiguo convento y se lo cediese como parte del Museo Provincial. Los documentos, que hoy vuelven a estar de actualidad ante el cisma burgalés, contextualizan esa rebelión en las circunstancias en las que vivían estas clarisas en los albores del siglo XVIII. Las monjas llevaban años sujetas a la jurisdicción y dominio de los franciscanos de la provincia de Santiago y, en 1707, su situación «empeoró», sufriendo una «opresión y tiranía» que las llevó a una auténtica rebelión feminista en enero de 1710, con el consiguiente escándalo ante tal subversión en una ciudad como Pontevedra.
Los documentos históricos no especifican el tipo de abusos que sufrían ni sus autores. En cuanto a los responsables, centran los problemas en la figura del vicario, Jerónimo Abuyn, pero también apuntan que, durante años, las autoridades eclesiásticas no procuraron una solución a las monjas de Santa Clara. Sobre la naturaleza de esos atropellos contra los que se revolvieron, los historiadores concluyen que todo apunta a que «residían en el control económico y espiritual».
Como ejemplo de abuso económico dice que, cuando se moría una religiosa, para los entierros, enviaban a seis frailes a la eucaristía, cargando el gasto sobre el convento, con un «abuso de la comida» y «violación de la clausura». Eso se traducía en el plano espiritual, pues los franciscanos se quedaban con las llaves de la sacristía y la iglesia, impidiendo a las monjas acceder al altar para sus oraciones particulares.
En definitiva, los ministros provinciales de la orden de San Francisco de Pontevedra controlaban la vida espiritual y económica de las clarisas. Eran sus visitadores comunes y escogían al vicario que las atendía en el convento en el capítulo provincial. El control no era nuevo, pero a raíz de las reformas introducidas por el cardenal Cisneros y luego por el concilio de Trento, la vida en clausura se había hecho «más problemática». Primero denunciaron ese control y, ante la falta de resultados, decidieron plantarse e ir a Santiago.
Allá se fueron sor Francisca de San Joseph, sor Antonia Sarmiento, sor Jazinta Mosquera, sor Clara de Castro, sor Francisca Antonia Mosquera, sor Benita Taresa Mariño, sor Catalina de San Ygnacio y Aldao, sor Micaela Baruto, sor Leonarda de Araujo, sor Marí Pérez, sor Benita Peres, sor Ana de Barros, sor María Parada, sor Antonia de la Conzecion, sor Antonia María Bermudes, sor Ana Antonia Mariñ, sor María Taresa Bugarin y sor Francisca Mariño. Su objetivo era el arzobispo, don Antonio Monrroy, pero su estado de salud dejó el caso en manos del vicario general, el doctor Joseph Antonio Jaspe Montenegro.
Las monjas le trasladaron que deseaban someterse a la jurisdicción arzobispal, rompiendo el yugo de los franciscanos, que tenían su convento a escasos metros en la misma ciudad, pero los monjes no cedían y el conflicto traspasó las fronteras, llegó al Vaticano y motivó la intervención del Papa Clemente XI. Casi dos años después, en diciembre de 1711,
Los documentos históricos no precisan los abusos que padecían
Ellas hablaban de «inquietudes discordias de alma y cuerpo»
lograron que sus demandas fuesen escuchadas. El Santo Pontífice obligó a los franciscanos a renunciar a su jurisdicción sobre Santa Clara y el convento pasó a estar bajo control de los arzobispos compostelanos, respondiendo a las demandas de las hermanas rebeldes.
A partir de ese momento, los superiores de la orden franciscana ya no atendían a las monjas ni temporal ni espiritualmente y los vicarios pasaban a ser del clero secular. Parecía que todo estaba solucionado, pero la propia forma en la que las clarisas plantearon sus protestas dificultó la vuelta a la normalidad. Y es que rompieron su clausura e incurrieron en «censuras» y, para volver al convento, debían ser «absueltas» de la infracción en la que habían incurrido y restaurar su «decencia».
De forma temporal, las monjas rebeldes tuvieron que permanecer en las denominadas Torres Arzobispales a la espera de ser admitidas de nuevo en la clausura. En este regreso, resultó clave el papel de la abadesa, sor Dameana de Castro, y de las otras tres religiosas que habían quedado en el convento, sor Magdalena de Salazar, sor María Teresa Parcero y sor Benita de Barcia, pues no se quedaron en el cenobio porque no estuviesen de acuerdo con las reivindicaciones de sus hermanas, sino «como estrategia», para tener un plan B para su regreso.
Y cuando el Papa puso fin a los abusos lo pusieron en marcha. Sus hermanas no rebeldes las recogieron y readmitieron, justificando su marcha por la «opresión» y «vejaciones» que sufrían por parte de los franciscanos. Así, las que se quedaron dejaron claro que también ellas opinaban lo mismo de la situación que vivían y que aquellas que se marcharon a Santiago para buscar una solución para todas estaban «despechadas» y sufrían «inquietudes discordias de alma y cuerpo» que perturbaban la paz que debía haber entre las religiosas. Y pudieron regresar, poniendo fin a una situación que, según ellas mismas reflejaron en documentos internos, las llevaba a su «ruina espiritual».
POR OTRA PARTE RAFAEL MOYANO
De Julio Camba a Martin Baron
ESCRIBIÓ Julio Camba que no hay oficio tan semejante al de periodista como el de peluquero: «Ambos profesionales están en contacto con las más eminentes cabezas contemporáneas, ambos necesitan dominar el arte de la interviú, ambos tratan íntimamente a grandes y a chicos y ambos le dan jabón a la gente». El histórico e irónico columnista gallego engrandeció como nadie una profesión a costa de reírse de ella, de restarle la solemnidad que otros le querían dar, compartiendo con su multitud de lectores su manera de entender el oficio como una obligación moral.
Hoy la profesión está a la espera de noticias, verdaderas o falsas, sobre cuáles son las medidas que va a adoptar el Gobierno para frenar la «máquina del fango». Fue una de las principales conclusiones que sacó en claro Pedro Sánchez tras las cinco jornadas de reflexión en Moncloa: para iniciar la regeneración democrática del país hay que acabar con los bulos y la desinformación que propagan los «pseudomedios» que controlan la derecha y la ultraderecha. Está en la misma línea su colega italiana, Giorgia Meloni, pero que se queja de lo contrario, de que la derecha y la ultraderecha que ella representa están marginadas en los medios de su país. La primera ministra trata de contrarrestarlo por otras vías y, de momento, tiene en huelga a los trabajadores de la radiotelevisión pública, la RAI, que denuncian los intentos de manipulación y presiones a los que están siendo sometidos por el gobierno que ella lidera.
Sánchez ya tiene a mano la primera medida para sacarnos del fango, la Ley de Libertad de Medios de Comunicación que entra en vigor este mes en toda la Unión Europea. La ley le permitirá saber quién está detrás de esos medios que le martirizan, si no es que no lo sabe ya. Esta primera norma le viene servida y consensuada por la UE, pero hay que temer las que puedan venir.
Y es que, algunas cabezas, por eminentes que sean, no entienden que uno de los mandamientos del periodismo es cuestionar al poder. Así, Frente al poder, se titula el libro de Martin Baron que pone hoy a la venta La Esfera de los Libros. El ex director de The Washington Post relata en él la dura batalla que Donald Trump mantuvo y mantiene contra la prensa en general, y contra este periódico en particular, antes, durante y después de su presidencia. Recuerda que el líder republicano comenzó su mandato proclamando que estaba «librando una guerra con los medios de comunicación», a lo que Baron le respondió con una frase que lo dice todo: «Nosotros no estamos en guerra. Estamos trabajando». Lo único que debe de hacer un periodista, que es la vía de transmisión entre los «grandes» y «chicos» a los que se refería Camba, es adherirse a los principios que rigen esta profesión. Y a los Sánchez, Meloni, Trump y a todos los políticos que buscan un periodismo que «les de jabón», que vayan a la peluquería.