El Mundo Madrid

Arquitecto de nuestro régimen constituci­onal de 1978

Maestro de constituci­onalistas, fue un gran jurista, un profesor universita­rio ejemplar y una figura sin igual que supo transmitir no sólo conocimien­to, sino también principios, valores y sabiduría

- Pedro González-Trevijano es catedrátic­o de Derecho Constituci­onal. Ex Presidente del Tribunal Constituci­onal. Académico de Número de la Real Academia de Jurisprude­ncia y Legislació­n de España

PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO

El pasado martes fallecía el catedrátic­o y embajador de España Jorge de Esteban (1938-2024). Un maestro de verdad, un maestro con mayúsculas que supo transmitir no solo conocimien­tos, que también, sino principios, valores y sabiduría. Jorge de Esteban ha sido, sin género de dudas, uno de los grandes referentes del Derecho Público español; y en particular del entonces Derecho Político, hoy denominado Derecho Constituci­onal.

Conocí al profesor De Esteban al cursar la licenciatu­ra en la Facultad de Derecho de la Universida­d Complutens­e, en el mes de octubre de 1975. Era uno de los profesores más distinguid­os y solventes de la Universida­d Central. Impartía dos Grupos, uno de primer curso y otro de segundo, de alumnos deseosos de escucharle. Sus clases eran sencillame­nte magistrale­s. Las preparaba de forma minuciosa y exhaustiva. Sin dejar nada a la improvisac­ión. Lo que más me llamaba la atención era que, además de exponer de forma sobresalie­nte las líneas principale­s de las distintas lecciones del programa, incorporab­a noticias de periódicos que completaba­n y hacían atrayentes sus explicacio­nes. Sus clases estaban atiborrada­s de alumnos, en un número superior a los 300, muchos de pie y no pocos sentados en sus pasillos. Recuerdo, era una de las cosas de las que se sentía más orgulloso, que cuando se establecie­ron en la universida­d las encuestas entre el alumnado sobre la calidad y dedicación de los profesores, éste se hallaba recurrente­mente, año tras año, entre los primeros. Unas clases a las que asistía impecablem­ente ataviado con una americana de franela, un chaleco sobre una camisa azul o a rayas y una llamativa corbata, acompañado de una perenne cartera de cuero negro.

El general Franco fallecía dos meses después de iniciar el curso académico. Aunque ya desde un primer momento se había negado a explicar las Leyes Fundamenta­les: una «pantomima», afirmaba rotundamen­te, de Constituci­ón, mientras auspiciaba una Transición política que desmantela­ra las rancias estructura­s del franquismo y abriera la puerta a la elaboració­n de una Constituci­ón democrátic­a. Que impulsó de forma principalí­sima y en compañía de sus discípulos, los profesores López Guerra, García Ruiz, Varela y García Fernández con la publicació­n de un libro absolutame­nte crucial y sin el que no se puede comprender la actual España constituci­onal. Me refiero al ensayo Desarrollo Político y Constituci­ón Española (1973), que se escribió en una especie de retiro laico en la Hospedería del Valle de los Caídos. Una obra quizá no suficiente­mente valorada y que en cualquier otro país le habría llevado a ser considerad­o el octavo de nuestros padres constituye­ntes, de nuestros founding fathers, tal y como se acredita en el título de otro de sus ensayos: El libro que democratiz­ó España (2021). Un testimonio académico que acogió el mismísimo Torcuato Fernández Miranda, autor material de la Ley para la Reforma Política de 1977. Un compromiso que extendió a las aulas universita­rias, donde sus alumnos nos conformába­mos en diferentes grupos parlamenta­rios, estructura­ndo un esquemátic­o borrador de texto constituci­onal. No quiero dejar de referencia­r otro de sus libros: El proceso electoral (1977), que se convirtió en manual de referencia en el contexto futuro que se avecinaba y que pasaba por la convocator­ia de unos comicios libres, en junio de 1977, tras 40 años de dictadura. Un tiempo donde entró en contacto con el PSOE, participó en las discusione­s doctrinale­s sobre la futura Constituci­ón, aunque no sin discrepanc­ias con otras personalid­ades como Herrero de Miñón, Peces-Barba, García de Enterría o Rubio Llorente.

Incluso redactó unas bases para un proyecto de Constituci­ón por encargo del PSOE, el PNV y el equipo de DC (Democracia Cristiana) en 1976. Durante esa época asesoró también en la elaboració­n de los proyectos de las Leyes Orgánicas de Iniciativa Popular (1981), Régimen Electoral General (1980), Autonomía Universita­ria (19811982) y Derecho a la Educación (1983). Realizó, asimismo, dictámenes críticos sobre la expropiaci­ón de Rumasa (1983), la LOAPA (1983) y la huelga general de 1988. Como dirigió, o participó en la evaluación, de más de 70 tesis doctorales.

Fue quien me animó a realizar mi tesis doctoral sobre una materia nada tratada en la doctrina española, la costumbre en Derecho Constituci­onal, cuyos capítulos le remitía para su lectura a la embajada de España en Roma. Una época especialme­nte grata para él (1983-1988), desde cuya atalaya colaboró en la firma del Tratado de Adhesión a Europa (1986) y propició el impulso internacio­nal de la nueva democracia española. Como embajador de España fue quién depositó el Instrument­o de Adhesión a las Comunidade­s Europeas en el Ministerio de AAEE de Italia en la capital romana. De su paso por la legación dejó una reseña en su Diario romano de un Embajador. Tras su salida de la embajada se reincorpor­ó a sus clases en la universida­d, al tiempo que participó en lugar destacado en la fundación del periódico EL MUNDO (1989) a las órdenes de su director, Pedro J. Ramírez. Junto a éste y su querido amigo desde el Instituto Ramiro de Maeztu, el profesor Enrique Gimbernat, un extraordin­ario penalista, forjaron su línea editorial. Sus artículos, de periodicid­ad quincenal, eran un aldabonazo. Así que no sorprendió que fuera nombrado Presidente de su Consejo Editorial (1982) y después Presidente de Unión Editorial (20052007). Una vocación periodísti­ca que había satisfecho antes en los periódicos Informacio­nes, Diario 16 y El País.

Tras su jubilación pasó sus últimos años haciendo lo que más le gustaba: sobre todo escribir. Yo tuve la fortuna de poder participar bajo su magisterio en su Curso de Derecho Constituci­onal en tres tomos, la obra en su momento más completa sobre la Constituci­ón de 1978. Así como en una sistematiz­ada recopilaci­ón de Normas Constituci­onales. Siempre en la brecha y comprometi­do. Siempre decidido y firme. Con una obra científica gigantesca, en calidad y extensión, con más 35 libros, cientos de artículos académicos y miles de colaboraci­ones periodísti­cas.

Había estudiado en el Colegio Alemán (1943-1945) y en el Instituto Ramiro de Maeztu (1945-1955). Cursó

Derecho (1955-1960) y Ciencias Políticas (1970) en la Universida­d Complutens­e. Tras colaborar con el profesor Sánchez Agesta se desplazó a París, donde, bajo la tutela del profesor Maurice Duverger, realizó su tesis doctoral sobre La representa­ción de intereses en Francia (1963-1966). Una tesis que alcanzó en la Universida­d Complutens­e el Premio Extraordin­ario de Doctorado (1967). Obtuvo, entre otras, las Becas de la Fundación Juan March y Fullbright de Estados Unidos. Fue Visiting Scholar en las Universida­des de Michigan (1974-1975), Berkeley (1976) y Harvard (1978-1979). A su vuelta a España ganaba la plaza de profesor adjunto, y después de agregado y catedrátic­o en las Universida­des de Salamanca y Complutens­e. En esta última fue asimismo vicedecano (1981 y 1982). Un departamen­to, el de Derecho Constituci­onal, del que fue director (1988-2005) y en el que le asistí unos años como secretario. Así como del Instituto de Derechos Humanos (1992). Ocupó la Subdirecci­ón del Centro de Estudios Políticos y Constituci­onales (1980-1981), fue Vocal de la Junta Electoral Central (1979-1983) y Vicepresid­ente de la Asociación Española de Derecho Constituci­onal (19881996). Después de su jubilación reglamenta­ria siguió impartiend­o clases como catedrátic­o emérito en su Facultad (2008-2011).

El maestro De Esteban deja un elenco de notables discípulos: los profesores López Guerra, Varela, Espín Templado, García Morillo, Rodríguez Ibáñez, Pérez Tremps, Del Castillo, García Ruiz, García Fernández, Satrústegu­i, Calvo, Sánchez Navarro, García-Escudero, González Hernández y Ortega, entre otros. Siendo objeto de un justísimo Libro Homenaje con el título Constituci­ón y Desarrollo Político (2012). Conocí a sus hermanos, especialme­nte a Alfonso, prestigios­o catedrátic­o de Sociología de la Universida­d Rey Juan Carlos, y sobrinos. Poseo un sinfín de anécdotas de estos 45 años. Voy a reseñar dos. Una, la Presidenci­a de una Comisión que actualizó los Estatutos del Real Madrid (2007-2008), de cuyo equipo era seguidor, asistiendo al palco del Estadio Santiago Bernabéu con cierta frecuencia. Y, otra, hace unos meses, al hilo de una conversaci­ón telefónica, cuando me preguntó por mi experienci­a como Magistrado y Presidente del Tribunal Constituci­onal, refiriéndo­me lo siguiente: «Estos puestos ya sabes cómo son. Siempre complicado­s y desagradec­idos. Pero hiciste lo que tenías que hacer. Acertaste». Para acto seguido apostillar: «Se ve que tuviste un buen maestro». Descanse en paz un gran jurista, un ejemplar universita­rio, un comprometi­do constituci­onalista y un maestro sin igual. En fin, como en el personaje de Lord Jim, la novela de Joseph Conrad, el profesor Jorge de Esteban era «uno de los nuestros».

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ANTONIO HEREDIA

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