El Mundo Madrid

Junqueras, el profeta que nunca ganó en las urnas

Esperaba el batacazo de Aragonès para recuperar el liderazgo único de ERC

- IÑAKI ELLAKURÍA BARCELONA

Oriol Junqueras coincide con su odiado Carles Puigdemont en que habla con la grandilocu­encia mesiánica de los hombres que pudieron reinar y la de los grandes jefes de Estado, pero sin haber ganado en su vida unas elecciones catalanas. Un binomio de perdedores nacionalis­tas en el que, sin embargo, el hasta ahora líder de ERC se diferencia del líder de Junts por la buena acogida que ha tenido siempre en el Madrid político y periodísti­co, donde se considera a Junqueras un pragmático y dialogante con el que se puede llegar a acuerdos, mientras que la imagen de Puigdemont es la de un frívolo, alocado, corto de luces y peligroso.

Incuestion­able habilidad del líder republican­o para el embauque que tiene una larga lista de víctimas e incautos. En el año previo al golpe de 2017, Junqueras sedujo políticame­nte a la vicepresid­enta, Soraya Sáenz de Santamaría, a quien el presidente, Mariano Rajoy, había designado como plenipoten­ciaria delegada en Cataluña de la catastrófi­ca «operación diálogo». Resultaba sonrojante escuchar a Santamaría elogiar «la seriedad» de Junqueras, dando por hecho que el 1-O no se iba a celebra porque éste le había dado su palabra, y criticar «al loco» de Puigdemont. Todo ello mientras eran Junqueras y su equipo los que estaban preparando la consulta ilegal.

Una capacidad de seducción de Junqueras que sigue intacta en Madrid,

ciudad que ahora frecuenta a menudo y en la que dedica grandes esfuerzos diplomátic­os y encuentros con periodista­s para alimentar su imagen de nacionalis­ta amable. Un Pujol moderno.

Junqueras despierta simpatías y ha construido complicida­des en círculos de la nueva izquierda, especialme­nte con Pablo Iglesias, como de la derecha más conservado­ra y católica. Tanto política, como judicial y mediática, merced a un supuesto catolicism­o practicant­e –que algunos presos de Lledoners ponen en duda porque no le vieron acudir nunca a misa– y su buena relación con el cardenal Antonio María Rouco Varela. Explica el notario Alfons López Tena que durante un tiempo Rouco le hizo a Junqueras de cicerone en la villa y corte. Esto le permitió cultivar simpatías de

Su catolicism­o le ayudó a ganar simpatía en la derecha de Madrid

sacristía con destacados representa­ntes del poder del Estado. Contactos que, tras octubre de 2017, le llevaron a pensar que se salvaría de una condena severa por una declaració­n unilateral de independen­cia de la que fue responsabl­e principal. En la reunión en el Palau de la Generalita­t antes de aprobar la DUI, el presidente Puigdemont sostuvo que la declaració­n de independen­cia no cristaliza­ría en un nuevo Estado catalán y defendió la convocator­ia de elecciones. Tras su exposición, Rovira le acusó de traición y Junqueras le avisó que debería asumir él solo las consecuenc­ias de no hacer la DUI. Esta doble cara de Junqueras, santurrón con ademanes de profeta y conciliado­r en público –uno de sus lemas fue «el junquerism­o es amor»–, implacable y sectario en privado, la conocen muy bien en el seno de ERC, donde empezó a tener galones en 2009 de la mano de Joan Puigcercós. Confió en él para ser candidato de las europeas, con resultados, por cierto, desastroso­s en las urnas.

Doctor en Historia del Pensamient­o Económico, hasta ese momento ejercía de pseudo historiado­r en los platós de TV3 y otros medios públicos catalanes y como profesor agregado de la Universida­d Autónoma de Barcelona. Además, intentó sin suerte que lo fichara La Vanguardia como articulist­a. Sí aprovechó en 2012 la enésima crisis en ERC, un partido termita, para ser elegido presidente de los republican­os, imponer un régimen personalis­ta y rodearse de una cohorte de fieles esbirros, entre los que destacaba su jefe de comunicaci­ón, el hoy tertuliano Sergi Sol –Aka: Batman–, Lluís Salvadó, que se hizo célebre en España por abogar como método de selección de personal público escoger siempre a la mujer «con las tetas más grandes», y Josep Maria Jové, el cerebro gris que anotaba en una libreta Moleskine el paso a paso del golpe de Estado y que, cuando la Guardia Civil la encontró en el registro de Economía, tan útil fue para la investigac­ión.

En los años del procés, uno de los inventos de Junqueras fue Gabriel Rufián, un arribista de extrarradi­o, pijo aparte millenial, sin oficio ni beneficio, pero con descarado y labia al que conoció la Nochebuena de 2016 en una fiesta que el líder de ERC organizó en su casa de Sant Vicens dels Horts en busca de nuevos talentos. Junqueras creyó ver en el charnego Rufián un apóstol de la independen­cia en los barrios castellano­parlantes. Confirmand­o esa mirada entre condescedi­ente, torva y racista que Junqueras, un nacionalis­ta identitari­o a pesar del maquillaje, tiene de aquellos catalanes que también se sienten españoles.

Indultado por Pedro Sánchez, a quien ató la suerte de ERC, Junqueras creía que su paso por la cárcel era un «sacrificio por Cataluña» que le legitimaba para recuperar el liderazgo de ERC. Motivo por el que se dedicó a hacerle la cama al presidente, Pere Aragonès. No obstante, el adelanto electoral le pilló con la inhabilita­ción vigente. Aun así, los malos sondeos de ERC hicieron creer a Junqueras que el 12-M le brindaría la oportunida­d, al fin, de sacarse de en medio a Aragonès, sin imaginar que la magnitud del batacazo sería tal que parte de la militancia pediría su cabeza para cerrar la etapa de aquellos dirigentes que les prometiero­n una «Cataluña libre» y les acabaron dando ruina y oprobio.

Se inventó a Rufián para atraer el voto castellano­parlante

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