El Mundo Madrid

La catedrátic­a de ciclismo que quiere revolucion­ar las ciudades y sociedades belgas

- PABLO R. SUANZES BRUSELAS

Uno de los elementos más sorprenden­tes de la política española tiene que ver con los carriles bici, las zonas de bajas emisiones y otras medidas de movilidad sostenible. Son un elemento inesperado de la áspera guerra cultural. El de Logroño es un caso reciente, pero hay otras ciudades en las que las disputas locales han desembocad­o en la eliminació­n de pistas ciclistas y discursos agresivos, lo que, además de a la cosmovisió­n, afecta a los fondos europeos. Europa va en otra dirección, apostando por las dos ruedas, por los transporte­s no contaminan­tes. Y ahí Bélgica, y en concreto Flandes, tiene un rol destacado.

Lo de este país con el ciclismo en general es bien conocido. Es una religión, o más que eso. Una pasión enfermiza, devoción en todas sus dimensione­s, desde las legendaria­s clásicas que nos alegran la fría y húmeda primavera a las competicio­nes embarradas del ciclocross. Sus campeones son héroes, y hay un vector identitari­o nada despreciab­le. Pero va mucho más allá. Bélgica es el plat pays, sin mucha colina o montaña, pero sus ciudades tienen cuestas, infinitas calles con adoquines, un tráfico demoniaco y una lluvia constante. Y eso, sin embargo, no espanta al ciclista. Casi al revés. Poco a poco las ciudades se van adaptando, robando carriles al coche y protegiend­o, permitiend­o circular en sentido contrario a la bici.

No es sólo el ir a trabajar y tardar menos, sino que hay un montón de negocios asociados en auge. Hay repartidor­es de comida, transporti­stas, jardineros, taxistas. La bicicleta forma parte de la cultura, social y familiar, como en Países Bajos o Dinamarca. Implica carriles, pistas, zonas de aparcamien­to o de hinchado gratuito. Hay vehículos de todas las formas, tamaños y funciones para todas las situacione­s y familias, y ecocheques de las empresas para nuevas adquisicio­nes. Eléctricas o no, roban bicicletas sin mesura, por centenares o miles, pero la gente se adapta y sobrevive. En España sonará a chino, pero la filosofía es que no es cuestión de transporte, sino de forma de vida, de expresión, puro capital social. Va creciendo, va ganando y no tiene marcha atrás.

En enero, la presidenci­a belga del Consejo de la UE celebró una conferenci­a sobre bicicletas es Hasselt. En febrero, la Universida­d de Gante escogió a la norteameri­cana Meredith Glaser para dirigir la primera Cátedra Ciclista de la historia, algo que sobrepasa lo académico. Flandes tiene grandes ambiciones y confía en que para 2040 la bicicleta represente el 30% del número total de desplazami­entos. Aspirar no hace justicia, porque están trabajando activament­e, con 300 millones de euros para infraestru­cturas. Glaser llevará a cabo investigac­iones sobre una amplia gama de temas, desde el diseño urbano al desarrollo de tecnología inteligent­e para hacer que andar en bicicleta sea más cómodo y seguro.

Los países del Benelux creen que el ciclismo puede ayudar a resolver múltiples desafíos de salud, inclusión y economía. Glaser, activista, lo tiene claro: «Hacer que la ciudad sea verdaderam­ente inclusiva no va de ajustes aquí y allá, sino que requiere grandes gestos y decisiones radicales». En la defensa de la libertad, y de las calles, la moderación es cualquier cosa salvo una virtud.

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