El Mundo Madrid

SORRENTINO EN CANNES: UN RATO DE CAOS Y OTRO SUBLIME

Festival de Cannes. ‘Parténope’ es la película que lleva el cine del napolitano hasta el límite de sí mismo: narcisista, barroco y al final, milagroso. “Triste y bello”, como se dice de la ciudad que da sentido a toda su obra

- Por Luis Martínez (Cannes)

ASorrentin­o hay que quererlo. Aunque solo sea para matizar el inmenso amor que él siente por sí mismo. Llámese narcisismo, mal de artista o sorrentini­smo. Su última película, recién presentada en Cannes, Parténope, es, como su nombre indica, un rendido homenaje y una mirada antropológ­ica a su Nápoles y, en consecuenc­ia, a sí mismo. Recuérdese, Parténope es el nombre de la sirena que murió en la playa a los pies del Vesubio. Digamos que el director completa junto a la autobiogra­fía filmada Fue la mano de Dios un díptico de esa ciudad «triste y bella» (la más bella y la más triste del mundo) en la que la belleza camina al lado de la muerte.

La hipótesis de Sorrentino es que Nápoles es una ciudad empapada de muerte y, por ello, entregada a la vida. Desde las calaveras amontonada­s en el Cimiterio delle Fontanelle que asustaban a Ingrid Bergman en Te querré siempre a los callejones diminutos de los

Quartieri Spagnoli con olor a pis, todo en Nápoles se antoja un homenaje sagrado y profano a la vez a lo que, después de brillar en un instante sublime de belleza, se desvanece. En Nápoles los niños adoptan las calaveras perdidas de una pandemia remota y las cuidan, las limpian, las abrillanta­n y las colocan entre cojines de seda. Aunque esto es otra historia.

La película cuenta la vida de una mujer de nombre Parténope desde su nacimiento hasta casi el fin, desde los años 50 al último scudetto ganado por el equipo local. Aunque en realidad, lo único que verdaderam­ente narra la película es a sí misma. Toda ella vive pendiente de la mirada, el cuerpo y lo más íntimo del alma napolitana de su protagonis­ta a la que da vida la recién llegada Celeste Dalla Porta. Y ahí se queda a vivir. De verano en verano, de callejón en callejón, de tristeza en tristeza, por la pantalla desfila un rosario perfecto de hedonismo triste y de libertad, de barroco infectado de ruido y de sexo, y de silencio. Dios, nos cuenta uno de los personajes, puso atención al construir la infancia para que fuera feliz. Luego, trabajó sin prestar mucha atención a su obra.

Sorrentino se entrega a una bacanal de sí mismo sin el menor amago de pudor, sin freno, sin considerac­ión para nada más que un mundo tan cerrado en sí mismo que se diría perfecto. Todo resulta tan fútil e imprescind­ible como la propia ciudad de Nápoles; metáfora de casi todo y alegoría de un vacío que todo lo desestabil­iza, lo llena de vida y, finalmente, lo pudre. Cuesta navegar por la primera mitad de la película detenida en la biografía de un personaje que nunca queda claro sin es relevante de verdad o simple excusa. Por momentos, desazona. Y hasta cansa. E irrita.

Y así hasta que las piezas se desordenan, la vida de todos (que no solo del personaje principal) inunda la pantalla y la mirada, y el caos dentro del orden milimetrad­o de cada plano se apodera del argumento. Es entonces, cuando Parténope cobra altura. Es entonces, cuando el tiempo, así sin más, aparece tumbado al sol como el único tema posible. Y es entonces cuando se ve, se ve con corrección que la sangre de San Genaro se licua para que el Nápoles, por fin, se proclame campeón. A Sorrentino, decíamos, hay que quererlo.

El otro protagonis­ta del día en Cannes fue Sean Baker, autor de Tangerine y de Red Rocket, dos películas sobre el sexo y el mercado, de miradas frontales pero rigurosame­nte éticas. Baxter también hizo Florida Project, un filme que asumía el riesgo de poetizar la pobreza. Su nueva película, Anora, vuelve al sexo, pero desde la mirada de los ricos, de los escandalos­amente ricos.

Y el resultado roza el entusiasmo. Es comedia, pero duele. Es tragedia, pero está cerca de la piel de sus protagonis­tas, sin solemnidad­es. Deslumbra. La película retoma un cuento conocido: Cenicienta. Una prostituta conoce un día a un rico heredero ruso. Más que conocerlo, es su cliente. Una borrachera lleva a otra, una fiesta a la siguiente y así hasta una boda de desenfreno en Las Vegas. Y después, a desandar lo andado, como si Anora fuese la parte de atrás de un cuento de hadas.

La decepción del día corrió a cuenta de la original y muy esperada Marcello Mio, la película de Christophe Honoré que, en resumen, hace que Chiara Mastroiani interprete a su padre, el gran mito, mientras Catherine Denueve interpreta a Catherine Denueve. Marcello Mio es un raro artefacto en el que los espejos se miran unos a otros creando un bonito laberinto. Mientras dura la sorpresa, el asunto funciona y casi enamora. Después, coge una deriva autocondes­cendiente.

 ?? AP ?? El cineasta Paolo Sorrentino y la actriz Celeste Dalla Porta, en la presentaci­ón de ‘Parténope’ en el Festival de Cine de Cannes.
AP El cineasta Paolo Sorrentino y la actriz Celeste Dalla Porta, en la presentaci­ón de ‘Parténope’ en el Festival de Cine de Cannes.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain