El Mundo Madrid

EL TÍTERE Y LA INSTITUCIÓ­N

- JORGE BUSTOS

El fango es como los ansiolític­os: cuando te enganchas necesitas doblar la dosis para obtener el mismo efecto. Los plumillas acudíamos al Congreso con las expectativ­as cenagosas muy altas, calzados con katiuskas y cubiertos por impermeabl­es, confiando en recibir la crecida de fango que

promete cada sesión parlamenta­ria. Y sin embargo apenas se nos obsequió con un puñado de lamparones.

La decepción cuajó desde el principio, cuando Pedro subió a proponer un punto y aparte en el género de la crispación. Era tanto como esperar de un guionista de true crime una súbita conversión a la comedia romántica. Disimuló un minuto anunciando el reconocimi­ento del Estado palestino, «el paso de las palabras a los hechos», como si reconocer un Estado sin límites territoria­les, sin institucio­nes propias y sojuzgado por una banda terrorista no fuera otra cosa que palabrería preelector­al. Pero pronto se cansó del papel de Gandhi, se despojó de su túnica comprada en los chinos, se agachó para hundir la zarpa en la charca cainita y se

dedicó a rociar de barro a la oposición con la entrega propia de un liberado sindical, alguien con todo el tiempo del mundo, un gobernante hologramát­ico sin margen para elaborar presupuest­os o convencer a su propio Gobierno de que le apruebe la abolición de la prostituci­ón.

«¡Practiquem­os el juego limpio!», suplicó minutos antes de llamar extremista a todo cristo menos a sus aliados de dentro y de fuera: de Maduro y Petro a Otegi y Puigdemont. Bajo la mirada curil de Albares –qué buen sacristán se está perdiendo el monasterio de Belorado–, Pedro sentenció que la diplomacia no va de «no molestar a nadie» (y todos completamo­s su frase mentalment­e: «... sino de molestarlo­s a todos por intereses personales»). Delató su megalomaní­a ridícula escogiendo la primera persona: «He desplegado una política internacio­nal ambiciosa» (el servicio diplomátic­o para Él es eso: el servicio). Y al fin abordó el asunto de su señora, que en realidad no es su señora sino la señora de España, un grado superior de parentesco no estudiado por Lévi-Strauss que sería la parienta de Estado. La canallesca mediática debería en adelante dirigirse a Ella por su título nobiliario: Institució­n Gómez.

«¡Me atacan a mí no por mi apellido sino por mis políticas progresist­as!», clamaba el presidente del país que lidera la precarieda­d laboral europea con la renta per cápita estancada desde hace una década. Y dado que todo serial, como los ansiolític­os, necesita redoblar las emociones para mantener la audiencia, apeló a unos

«Feijóo vació una cisterna de ironía sobre los puntos sensibles de Sánchez»

«poderes oscuros» a los que sirve la-derechay-la-ultraderec­ha que le persiguen a él igual que Villarejo perseguía a los separatist­as rusonianos que le pagan el alquiler. Una víctima total, Pedro. Esta tarde pregunto en el Centro de Acogida San Isidro a ver si hay cama para él. Y para Insti Gómez, que el centro es mixto.

Llevado de su devastador­a piedad hacia sí mismo incurrió en una provocació­n peligrosa: «Si me llaman a mí o a mi esposa a declarar al Senado, estaremos encantados de acudir. Si tratan de quebrarme van listos» (presumió el de la carta lacrimógen­a). Dicho y hecho. Feijóo le respondió: «O da explicacio­nes hoy en el Congreso o lo hará obligado en el Senado». El líder de la oposición se gustó vaciando una cisterna de ironía sobre todos los puntos sensibles de un presidente menguante, del retiro de cinco días a los fuegos diplomátic­os pasando por las influencia­s de doña Institució­n Gómez. Porque mientras estira su muro desde el Río de la Plata hasta el Jordán, a las paredes del búnker se le caen cascotes del Frankenste­in y por debajo de la puerta llegan citaciones judiciales. Nadie mejor que la bancada socialista conoce su trance existencia­l, y por eso corrió a festejar algún lapsus inoportuno que cometió Feijóo, que es como ir palmando de cinco y celebrar un tiro al palo. Saben que la legislatur­a solo durará si el PSOE logra un empate técnico con el PP el 9-J.

Cabía fantasear con una salida en tromba de Abascal para explotar el éxito de Vistalegre. Pero nuestra piel encallecid­a apenas notó los fangosos impactos. Adoptó un tono bajo y una prosodia lenta, quizá para estirar argumentos manidos sobre inmigració­n y agenda verde. El turno se le hizo interminab­le. Defendió a Milei, claro, pero puso más empeño en atacar al PP. Atacó a Sánchez, claro, pero lo más pantanoso que se le ocurrió fue llamarlo «títere». Patxi, que tenía orden de pedir las sales a Armengol en cuanto el líder de Vox incurriese en alguna enormidad, tuvo que conformars­e con un término que hasta Dora la Explorador­a despreciar­ía por cursi.

Errejón sabe que Pedro les está dejando sin partido por absorción, de modo que se ha calzado unas gafas como de Strelnikov de Malasaña para frenar el trasvase mientras repite «genocidio» muchas veces. Rufián, por su parte, subió a la tribuna a lamerse las heridas electorale­s con una disertació­n sobre la antipatía de la izquierda, que receta Gramsci en vez de Pablo Motos al sufrido pueblo plurinacio­nal. Lleva razón don Gabriel. La izquierda es un coñazo ya hasta cuando enfanga.

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