El Mundo Madrid

Diplomacia de garrote

- RAÚL DEL POZO

Trump consiguió 88 millones de seguidores en las redes llamando a sus adversario­s tontos, deshonesto­s, malos, traidores. La política se está convirtien­do en un compendio de chismes e injurias, y la razón es del que no la tiene. El que más vocea es el capador. Nadie está libre de ser sometido a una campaña de injurias, y muchos políticos de derechas y de izquierdas usan el insulto como arma de persuasión, desafían a sus adversario­s y se meten con los familiares, como hemos comprobado estos días en la riña de Milei contra Sánchez. España ha retirado a su embajadora en Buenos Aires por los insultos que le dedicó el presidente de Argentina a la esposa del jefe del Gobierno español. En un serio conflicto, sobreactua­do por necesidade­s del relato de ambos políticos, se ha llegado a romper relaciones con un país hermano en el que viven muchos españoles y con el que España mantiene intensas relaciones económicas.

Milei contesta a la retirada de la embajadora que lo que está pasando es un disparate porque Sánchez no es el Estado, y menos su mujer, y añade que el Gobierno español empezó primero acusándolo de drogadicto. En el populismo de la vituperaci­ón hay poco talento, aunque este se utiliza con fines propagandí­sticos. En el caso español, para alardear de anti-ultra en las elecciones europeas y, en el caso argentino, porque insultar es su modo de acción política. Ya ha desafiado a otros presidente­s. Va así triunfando, hasta que se derrumbe. No llegan en ambos casos al ingenio y al sarcasmo del pasaje de Borges en que uno le dice a su contrincan­te: «Su esposa, caballero, con el pretexto de que trabaja en un lupanar, vende géneros de contraband­o».

Escriben en La Nación que Milei opta por el garrote, no por el florete, y se ha abierto paso a gritos. «Su Gobierno ha hecho, por lo menos, una manifestac­ión de sensatez al prohibir en la administra­ción pública el lenguaje inclusivo».

Hay que taparse los oídos, aunque no basta con cubrirlos con un poco de cera. En la era digital se cree que cada insulto contribuye a sacar más votos. La mentira y la verdad andan libremente por el ciberespac­io y nadie se libra de las injurias, y menos que nadie los políticos. Parece que la gente prefiere a los gobernante­s mal educados. Schopenhau­er se quedó corto en El arte de insultar al enumerar el último recurso para superar al adversario en una discusión con improperio­s, ofensas, escarnios y sentencias tajantes.

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