La escuela de cine que cambia vidas
Dentro Cine, un proyecto único para jóvenes vulnerables, celebra cinco años con una muestra de sus creaciones: «Contamos mucha verdad»
Son jóvenes, cada cual con «su mierda, con sus problemas», como sintetiza Mohamed Adam Barry (Guinea Conakry, 23 años); jóvenes a quienes la sociedad sitúa en riesgo de exclusión, con vivencias que darían para una película y sin embargo... «Nosotros no maquillamos con‘este vino en patera y tal’, como se hace ahora, sino que decimos, crudamente: ‘Esto sucede’», defiende Génesis Angomás (República Dominicana, 26). «Exageran todo. Más en las películas que tienen que ver con adolescentes: que si tienen problemas mentales, drogas, fiestas, y no lo muestran real, los hacen ver como villanos, como raros o bobadas, llevándolo al lado sombrío y sádico», critica Loren Sons (Colombia, 20). «Hay buen cine, pero la industria trabaja con fórmulas, en vez de investigar que quizá A+D funcione igual y es más interesante», añade Víctor Cruz (Cuba, 24). Y remata Rodrigo Suárez (Colombia, 22): «Vine y me encariñé de la cámara».
Porque estos cineastas de la Escuela Dentro Cine, que conocen bien la dureza que afecta a tantas vidas, que cargan con precariedad, migraciones, paro, situación administrativa irregular, centros de menores, trastornos mentales, conflictos familiares o aislamiento, también portan una luz singular: «Verdad, contamos mucha verdad». Para agrandar ese séptimo arte que, como explicaban ayer mismo, reunidos por GRAN MADRID, adolece de tanto, de no representarles.
Y como prueba fidedigna, su apertura al público, desde hoy hasta este domingo, con la retrospectiva Memorias de la primavera. Re-cuerdos a tiempo real. Presentan, en la Cineteca de Matadero Madrid, los largometrajes y cortos que han armado en colectivo desde esta isla creativa, preciosa. E insólita: es gratuita, municipal y, además, es la evidencia de que existen otras maneras artísticas, pese a que vengan mal dadas.
Pues la Escuela Dentro Cine cumple cinco años de rodaje, con más de 200 alumnos, pero la celebración es doble: «Hemos sido capaces de crear un lugar donde todo el mundo pueda expresar esos talentos y todas esas realidades, los destellos que nos hacen únicos y únicas», reflexiona Violeta Pagán, coartífice junto a Pedro Sara de este proyecto sin par, que combina la formación cinematográfica con la intervención educativa y psicoterapéutica.
Psicóloga y cineasta ella, en producciones como Las Sinsombrero, y fotógrafo y también cineasta él, en el equipo técnico de Isaki Lacuesta o Tània Balló, sus méritos en este caso escapan de lo habitual. A partir de referencias formativas como Pedagogía del oprimido (Paulo Freire) y Teatro del oprimido (Agusto Boal), o de herramientas como el psicodrama, emulsionan una fórmula innovadotó
ra y un horizonte para estos jóvenes. Nació «de la vocación y de la pasión» en el centro de menores Casa Escuela Santiago Uno, en Salamanca, hace ya ocho años, y desde su propia asociación, 24 Posibilidades por Segundo, se ha consolidado en la capital, con la colaboración de la red de centros ASPA, dependiente del Ayuntamiento de Madrid; de la Fundación Balia y Opción 3, y con el apoyo de la Fundación Sabadell y de Netflix.
En sus vuelos, que llevan por títulos Las edades sensibles a la luz (2019); Qué planeta reinaría (2022) y La lengua rota del sueño (2023), ya han alcanzado
cotas como el Festival de Cine de Málaga, el Festival de Gijón, el Festival Internacional de Cine Nunes o el D’A Film Festival. Aunque la puesta de largo este año será la del estreno De cielo y arena, el último largometraje de esta escuela, donde todos rotan por los distintos roles de un play donde «el cine no es, el cine está siendo, dando oportunidades a esas diferencias», define Violeta Pagán. En «una mezcla transdisciplinar» para ampliar miradas y capacidades, como «que unas veces quien se encarga de comprar el desayuno para los demás, luego esté delante o detrás de una cámara», y en un aprendizaje improvisado: «El boceto, el pulso ensayístico es una forma de hacer cine diferente. No hay que crear un guión hace cinco años y luego conseguir pasta para rodarlo».
De hecho, la muestra la completan las operas primas del alumnado, como la del propio Mohamed Adam Barry, con el corto Ko Djoudhéma woni (Siempre en tus manos), quien, ya curtido en Dentro Cine, está contratado como residente artístico y sirve de puente entre novatos y veteranos. «Antes de poner una cámara a grabar, lo más importante es conocer a cada persona, saber su problema, para cuidar el entorno y la convivencia. No sólo venimos a aprender a hacer cine».
Cuentan ya con otra sabiduría, adquirida entre cámaras, focos y lenguaje cinematográfico, mientras se engarzan en familia artística y cotidiana. «Acá se crea un mundo más transparente. Aprendes a manejar tu vida y te topas con gente bonita, que en tu vida no conectas así con las personas», describe Loren Sons, fotógrafa, que aterrizó aquí desde ASPA, sin trabajo, sin documentación legal. «Lo cierto es que es relajante venir, dejas tus frustraciones o tus problemas y empatizas con personas que nunca pensarías», apoya Rodrigo Suárez en esta conversación, que, adelantamos, terminará en lección creativa y vital. Sigue su compañera: «Acá no juzgan, puedes ver la vida de los demás, aprender de ellas, y mostrar la tuya de una forma cinematográfica. Plasmar emociones, pensamiento o realidades que se ocultan por la misma sociedad».
Esas que ellos mismos ficcionan en proyectos propios. «La mayoría somos migrantes, tenemos mucho que contar. Siempre se encuentran cosas muy lindas, algunas no tanto, pero al final encontramos el modo de darles voz. Es maravilloso», constata Génesis Angomás, que se enganchó desde el programa piloto de tres meses de Dentro Cine y planea su debut autoral: «Será sobre el trastorno bipolar, que me han diagnosticado recientemente, y me gustaría mostrarlo no como se ha visto hasta ahora».
Como destaca Víctor Cruz, «lo que identifica a esta escuela es la libertad creativa acompañada de la libertad de relación. Puedes poner tu verdad sobre esa ficción, jugar a hacer arte y sentirte bien». No habla por hablar, desde este «espacio seguro», revela: «De cielo y arena es mi película favorita. Me ha devuelto las ganas de seguir, de creer que sí se puede, aunque esté lejos y la realidad sea una u otra». Y los demás rompen a aplaudir, como sucede en el cine mayúsculo.