Invocación de Jaime Urrutia
SU PUNK AGRESIVO «DA VOZ A LAS DISIDENCIAS» HAN ENCONTRADO INSTRUMENTISTAS A TRAVÉS DE TIKTOK
Fuimos al concierto de Jaime Urrutia en el Teatro Barceló, antes Pachá. Para cada uno las canciones suyas y las que hizo con Gabinete Caligari significaban algo. Me pareció, por un momento, que éramos de los más jóvenes del lugar y ya tengo 48. Si estuve fue por el placer de provocarme un rato de nostalgia. Me temo que era la onda común. Tengo anotada una frase perfecta para lo que quiero decir: «El tiempo suele embellecer algunas cosas, igual que corroe otras». No recuerdo ahora de quién es. La noche del sábado hubo belleza y comodidad en los recuerdos. La misma música sonando y nosotros más viejos. La misma música de esos días en que admiré algunos ideales que las décadas han gastado. Incluso destruido. A ciertos lugares uno va a mirarse en el chaval que iba a la universidad con el pelo de otra manera, sueño en la cara, más puro, más ingenuo. Y ahí me cobijo un rato.
Es que fue así. Porque Jaime Urrutia abrió con Tócala, Uli; y después estuvimos cantando ¿Dónde estás?, Qué barbaridad, Al calor del amor en un bar, Camino Soria, Cuatro Rosas, Vestida para mí... Entonces pensábamos que el mundo podía cambiar, no por esas canciones sino porque nosotros empujábamos por el lado bueno. Y qué va. Qué lejos quedan algunas voluntades. Por el camino lo normal es ir ganando otras, y aunque la vida asesta dentelladas que son parte de la cosa de vivir, lo cierto es que aún resistimos con cierta alegría de andar.
Escuchando cantar a Jaime Urrutia, coreando nosotros sus letras, veía en él la estampa de un momento que, algunas veces, envidié: los años 80 en Madrid. Sólo querría haber estado un rato allí, por ver si fue para tanto. Acepto que estos deseos son, cómo no, generalmente anodinos. Lo que importa de algunos conciertos como el de Urrutia es recordar lo que tenías o descubriste mientras sonaban en la juventud esos mismos temas: amigos que quizá ya no están, poemas, poetas aún por llegar, miedos, sexo, las madrugadas fuera de casa, el largo interrail... Aquello mismo que nos llevaba de la mano, a los cuatro del sábado pasado, a un espacio feliz de la memoria. La memoria de mi primer Madrid.
Como todo es ahora ambientalmente peor disfruté repicando letras que no había vuelto a escuchar. Pero las sabía. Estaban ahí, intactas, en ese rincón de la cabeza que a veces adopta ecos de evocación. Tuve ganas de marcar algunos teléfonos fijos hoy extraviados, donde probablemente ya nadie contestaría. Por un rato no importó hacernos más viejos de repente. Algunas de las cosas que Urrutia cantaba las había experimentado yo. De otro modo. «Un espectáculo sin igual/ Que da a la vida toda su sal/ Se puede reír, se puede llorar». Y se hicieron las luces. Qué barbaridad. Y nos fuimos. Y ya.