El Mundo Madrid

Los amigos de Diego reclaman que su asesino siga en prisión

El caso se revisará y el acosador del niño coruñés de 12 años, condenado a la perpetua, podría lograr libertad vigilada. Sus allegados recogen firmas para impedirlo

- NATALIA PUGA

PONTEVEDRA En mayo del año 2000, Edward Alexander Crowley sesgó la vida a Diego Piñeiro Vilar. Tenía 12 años. Aunque natural de la localidad coruñesa de Pontedeume, vivía en Londres con su familia y, tras meses acosándole, su asesino le siguió hasta el distrito de Covent Garden y, en plena calle y ante múltiples testigos, lo apuñaló 30 veces con un cuchillo de cocina. El crimen conmocionó entonces a las sociedades española y británica y acabó en confesión y condena a cadena perpetua. Transcurri­dos 24 años, el entorno del joven no ha olvidado lo ocurrido y vive este funesto aniversari­o todavía con más rabia que los anteriores, pues ha tenido conocimien­to de que el caso se revisará y su asesino podría tener acceso a la libertad vigilada.

«Le apuñaló 30 veces. No ha cumplido ni un año por cada puñalada mortal que le dio», lamenta William Reed, un joven mallorquín amigo y compañero de Diego en aquellos años en el instituto español Vicente Cañada Blanch de Londres. La noticia de la posible revisión de la condena de Edward Crowley corrió como la pólvora por los grupos de WhatsApp de los amigos y ex alumnos de este centro educativo ubicado en Portobello Road, reviviendo los duros momentos de casi un cuarto de siglo atrás. Consternad­os, han decidido juntarse para intentar evitar que el asesino salga de prisión, al menos, hasta que cumpla 30 años de condena.

Esos amigos de la infancia que se criaron con Diego Piñeiro, todos ex alumnos del Vicente Cañada Blanch, han puesto en marcha una petición dirigida al Gobierno y al Parlamento británico demandando la «aplicación rigurosa» de la cadena perpetua para condenas por asesinato de niños, exigiendo para aquellos sentenciad­os por este tipo de delitos «un mínimo de 30 años o una orden de cadena perpetua sin opción de libertad condiciona­l anticipada».

La petición está presentada en la web oficial del Parlamento británico y busca la «inelegibil­idad para la libertad condiciona­l» tanto para sentencias nuevas como para las ya existentes. Uno de esos amigos de Diego, Francisco Amado Waters, en contacto con EL MUNDO, explica que lo que buscan es «intentar evitar que este monstruo pueda volver a hacerle daño a nadie». Si logran reunir 10.000 firmas de ciudadanos británicos, el Gobierno responderá a su petición y, si alcanzan las 100.000, será considerad­a para su debate en el Parlamento.

«Intentamos evitar que ese monstruo pueda volver a matar»

«No ha cumplido ni un año por cada puñalada, de las 30 que le dio»

Fuentes oficiales de la Junta de Libertad Condiciona­l británica han confirmado a este periódico que el caso ha sido remitido para una revisión y actualment­e se encuentra en etapa de valoración inicial, si bien todavía se desconoce si tendrá audiencia oral. Diversos medios británicos han publicado en las últimas semanas que Crowley ya lo intentó hace dos años, en agosto

de 2022, sin éxito. Este nuevo intento podría tener el mismo resultado y ser rechazado, pero los amigos de Diego temen que lo acepten y sea liberado.

William Reed Barrera nos atiende por teléfono, muy nervioso, y reconoce la «impotencia y rabia» que le genera esta situación, compartida por el resto de compañeros. «Nos cuesta un poco comprender el sistema. ¿Cómo es

posible que repitamos la misma historia?», se pregunta. Recuerda que, antes del asesinato, las autoridade­s ya habían investigad­o a Crowley por acosar a Diego, pero le dejaron libre bajo fianza y, cuando estaba pendiente de ser juzgado, atacó y mató al niño.

Sus amigos recuerdan aquellos meses de 1999 y 2000. Diego conoció a quien se convertirí­a en su verdugo porque

un día salió en su defensa cuando otros niños le lanzaban piedras. El hombre vivía en la calle y tenía diagnostic­ado un desequilib­rio de la personalid­ad y reconocida­s simpatías satanistas –se cambió su nombre real, Henry Alan Bibby, por el de Edward Alexander Crowley, como guiño a Aleister Crowley, ocultista, alquimista y fanático del satanismo–. A partir de ese momento, se obsesionó con su salvador y empezó a acosarle. «Esa etapa fue bastante dura para Diego», relata William, «el miedo que sintió durante meses fue impresiona­nte».

Este hombre le perseguía, le vigilaba y Diego vivía atemorizad­o, hasta tal punto que sus padres denunciaro­n los hechos y Crowley fue detenido. Pasó seis meses en prisión y fue puesto en libertad condiciona­l con una orden de alejamient­o que le impedía acercarse a su víctima. El niño tenía un teléfono para llamar a la comisaría si se encontraba con su acosador y aquel domingo, 7 de mayo, tan solo unas semanas después de que su acosador saliera de la cárcel, el pequeño hizo una llamada de ayuda, pero no sirvió de nada. Su asesino le sorprendió cuando estaba con un amigo y le apuñaló hasta la muerte.

La familia denunció tras el crimen la negligenci­a de haberlo dejado en libertad pese a existir un informe psiquiátri­co que le considerab­a peligroso, pero al año siguiente, en 2001, las autoridade­s británicas publicaron una

investigac­ión sobre la actuación de las agencias e institucio­nes implicadas y, pese a reconocer descoordin­ación en las institucio­nes, concluyero­n que la muerte de Diego no pudo evitarse. Los amigos discrepan. Creen que entonces «el sistema falló en varios puntos» y, a la vista de esta posible revisión de la cadena perpetua, consideran que «no da la impresión de que se haya aprendido nada».

Así, sostienen que «hubo un problema de comunicaci­ón en su momento» y, de nuevo, se preguntan, «si ese hombre es un esquizofré­nico, ¿quién nos dice a nosotros que el día de mañana no habrá otra vez el mismo fallo? Ahora está bajo medicación, pero, si lo dejan suelto, va a pasar lo mismo que antes». Esa preocupaci­ón por la «repetición del mismo proceso» y la sensación de que no se ha hecho justicia con su amigo les lleva a impulsar esta recogida de firmas. También reconocen temor personal, pues muchos de estos amigos ahora llevan a sus hijos al mismo centro educativo de entonces y temen que «puede volver al colegio».

No pueden olvidar aquel temor de los últimos meses en el rostro de Diego. «Su actitud empezó a decaer. Los últimos cinco o seis meses era otra persona. Él era muy alegre, se reía todo el tiempo, jugaba siempre al fútbol, pero en esos meses ya no se le veía igual. Estaba más serio, más preocupado». A William se le quedó marcada la forma en la que Diego tenía asumido que «estaba al lado de la muerte». De hecho, «incluso llegó a decirnos que, si le pasaba algo, le gustaría que sus amigos vistiéramo­s de blanco». Con la perspectiv­a actual de

adulto, se da cuenta de que «era una conversaci­ón extraña para su edad», pero todos recordaban aquello cuando fue asesinado y, un tiempo después, cuando el colegio organizó una misa en su honor, se presentaro­n todos vestidos de un blanco impoluto.

A aquellos chicos les «marcó bastante» la tragedia y no solo quieren justicia para Diego, sino que su amigo no caiga en el olvido. Con el paso de los años, perdieron contacto con su familia, a pesar de que incluso William viajó a Galicia el año pasado y quiso visitar el cementerio de Pontedeume

donde sabe que está enterrado, pero no logró localizarl­es.

Quienes sí siguen en contacto son los amigos de entonces y, unidos tras estas últimas noticias, están ya planeando que el año próximo, cuando se cumplan 25 años de su asesinato, quieren plantar un árbol «en su memoria» en el claustro del antiguo colegio. EL MUNDO se ha puesto en contacto con el instituto, donde un portavoz dice que «desgraciad­amente» ya no queda nadie en el centro de esa época y se han enterado de las novedades del caso por internet.

«Le acosó durante meses, entró en prisión y, al salir, le mató»

Piden que, como mínimo, esté 30 años en la cárcel

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Diego Piñeiro, segundo por la izquierda, en una foto de la clase del instituto Vicente Cañada Blanch en Londres.
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WILLIAM REED Eloy Graña, William Reed y Michael Otero, compañeros de clase de Diego Piñeiro.

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