El serio peligro de extinción de la familia imperial
El Parlamento de Japón debate cómo modificar la ley de la dinastía más antigua del mundo para garantizar su futuro. Escasean los varones mientras las mujeres tienen vedado el trono
¿Puede extinguirse la dinastía reinante más antigua del planeta? La pregunta no remite al argumento de una novela distópica sino a una preocupación tan seria como real hoy en Japón, la cuarta potencia económica del globo, con 125 millones de habitantes. Estamos ante una Monarquía cuyo trono ocupa la misma familia de modo ininterrumpido desde hace más de 2.000 años. Una cadena de hasta 126 emperadores en una línea sucesoria patrilineal.
Y ahí está la madre del cordero. Como si alguna maldición pesara sobre la dinastía japonesa, o tal vez la jugarreta del destino para que el país abrace de una vez la igualdad entre hombres y mujeres hasta sus últimas consecuencias, la familia real se está quedando sin varones. Y por ello las dos cámaras del Parlamento acaban de iniciar discusiones para modificar la Ley de la Casa Imperial, con el fin de asegurar el futuro de la Monarquía.
Las mujeres tienen vedado el acceso al trono. A pesar de que a lo largo de la Historia Japón ha contado con ocho emperatrices, a mediados del siglo XIX se adoptó la ley sálica, consagrada también por la actual Constitución del país, de 1947, que no sólo impide reinar a las féminas sino que las excluye de la transmisión de derechos sucesorios. Y, de los 17 miembros con los que cuenta en el presente la familia imperial, sólo hay cuatro hombres: el emperador Naruhito, su hermano –heredero del trono–, el príncipe Akishino, el hijo de éste, Hisahito (17 años), llamado a ser en su día el futuro emperador, y el príncipe Hitachi, tío del soberano y que a sus 88 años ni piensa en reinar ni tampoco ya en engendrar hijos.
Tan draconiana es la desigualdad por razón de género en las leyes que regulan el funcionamiento de la primera familia nipona que hasta está estipulado que las princesas de sangre real pierden su estatus en el momento en el que se casan. Ello, unido al envejecimiento de la dinastía, hace que si no se toman medidas urgentes en pocos años se acercará al temido peligro de extinción.
De este peliagudo asunto se empezó a hablar ya en la década de los 70. Pero el debate más profundo se produjo a principios de los 2000, cuando el Gobierno estuvo a punto de iniciar los trámites para reformar la ley sálica y permitir que Aiko –la única hija de los actuales emperadores– pudiera reinar algún día, ya que no había nacido ningún varón en la dinastía desde el mencionado Akishino, en 1965. Justo cuando la medida iba a abordarse en el Parlamento, la mujer de éste, la princesa Kiko, dio a luz a un niño, Hisahito, al que nadie esperaba ya. Y la llegada del reverenciado bebé sepultó cualquier discusión sobre el acceso de una mujer al trono.
Hoy, casi el 90% de los ciudadanos japoneses está a favor de que se elimine la discriminatoria ley sálica. Sin embargo, el conservador Partido Liberal Democrático (PLD), que lleva gobernando el país casi ininterrumpidamente desde el final de la Segunda Guerra Mundial, sigue sin contemplarlo. El actual mandatario, Fumio Kishida, dejó claro que las discusiones que han comenzado entre su formación y la oposición en modo alguno van a abordar la posibilidad de que Aiko pueda llegar a ser emperatriz.
Así las cosas, todo se circunscribe de momento a dos posibles reformas. Una, la de permitir que las princesas sigan siéndolo tras contraer matrimonio. Ello aseguraría que la propia Aiko o sus primas, hijas de Akishino, permanezcan el día de mañana en Palacio. Pero los parlamentarios del PLD son renuentes a que a sus esposos y a los descendientes que tuvieran se les reconozca estatus de miembros de la familia imperial. Y los expertos alertan del problema de cómo hacer compatible que esos ciudadanos comunes, libres de participar en actividades políticas y de trabajar en el sector privado, no interfieran en la neutralidad y dignidad de la Corona.
Y la otra medida que se está barajando es la de que los actuales miembros de la dinastía puedan adoptar a descendientes varones de antiguas ramas de la familia imperial que perdieron su estatus con la reforma de 1947. Aquí los problemas son múltiples. Para empezar, no se antoja sencillo que plebeyos sean capaces de pronto de adaptarse a las rígidas costumbres y limitaciones de una de las instituciones con un protocolo más estricto del planeta. Los especialistas que llevan años estudiando medidas sugieren que sólo los futuros hijos varones de estos hombres que de la noche a la mañana serían reconocidos como príncipes tengan derechos sucesorios y consideración absoluta de integrantes de la Casa.
Lo que no admite duda es que urge savia nueva en el Trono del Crisantemo y que en el moderno Japón sobran mentalidades arcaicas.