El Mundo Madrid

Muerte de un profesor de alemán colérico

- GALLEGO & REY POR LUIS ALEMANY

DURANTE los hermosos años del castigo hubo un profesor de alemán llamado Bernhard que era colérico y temido. Algunos días, ante las lagunas de nuestro vocabulari­o, entraba en secuencias encadenada­s de furia, furia explosiva. Cada fuego propulsaba al siguiente. Otros días, caía en un estado de ensimismam­iento que se parecía bastante a la depresión. Un día excepciona­l, en una grieta de aquel personaje tan áspero, Bernhard hizo saber que había estudiado Bellas Artes en Alemania y que era, en realidad, pintor, no profesor. Que era, sobre todo, un hombre sensible y la prueba era que su principal amiga en el colegio era su colega de Expresión Plástica, una canaria que vestía como Frida Kahlo, que llevaba una melena casi afro y que era indiferent­e y amable a todo. Ahora me hago la teoría de que, quizá, aquel hombre viviera en una tensión permanente porque pensaba que merecía algo más que hacernos recitar las odiosas declinacio­nes del Akkusativ. Pero eso es indemostra­ble, claro.

Bernhard vestía todos los días igual: unos vaqueros rectos y azules, más claros que oscuros. Una camisa blanca de algún tejido grueso, probableme­nte dénim, siempre remangada por los codos. Unas botas negras que se parecían a las de los alpinistas antiguos y que eran su mayor delicadeza. Unas gafas de montura dorada que entonces parecían muy antiguas. Estábamos en Gran Canaria: con ropa así se podía aguantar desde octubre hasta junio casi todo el tiempo. Una extraña mañana

de frío, Bernhard llegó a clase con un jersey de patrones navideños y eso provocó el júbilo enloquecid­o de los alumnos. Todos pensábamos que su monomanía era falta de aseo.

Bernhard murió a mitad de mi Tercero de BUP, se mató una noche en un accidente de carretera. El día que se supo la noticia, un repetidor que había caído en mi curso, un alumno medio alemán, alto y guapo pero marcado por una necesidad casi histérica de hacer bromas, un chico tan de otro planeta que parecía sacado de las películas de Gus Van Sant de esa época, hizo aspaviento­s para festejar la muerte de su profesor. Hizo el gesto de imitar el trote de un caballo que, en los muy bien fijados códigos de la época, significab­a «estoy contento, puede que un poco colocado».

No lo escribo como un reproche, lo escribo porque recuerdo aquel momento como una imagen turbadora y sórdidamen­te artística, adecuada, por tanto, para honrar a aquel pintor sin paz.

Bernhard debía de ser, ahora caigo, un hombre sensible, sí, y abrumadora­mente moral, con la parte que eso incluye de soberbia. Se enfurecía en clase porque la desidia de sus alumnos le debía de parecer inconcebib­le. Se vestía siempre igual porque su uniforme era una forma de expresar una forma de rebeldía un poco ingenua pero muy propia de aquella época. Vestir igual era una manera de decir: despójate de los adornos, preséntate ante el mundo en lo que eres, come as you are, como en la canción, porque esa será tu manera de impugnar la hipocresía de los adultos. Sé que la clave estética y moral de 2024 es más o menos la contraria: disfrázate y sé un poco histriónic­o, sé performati­vo en la vida para decirle al mundo que no te gusta. En el fondo, son contrarios los medios, no los fines.

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 ?? GETTY IMAGES ?? El Kaiser Guillermo II, pasando revista a sus tropas.
GETTY IMAGES El Kaiser Guillermo II, pasando revista a sus tropas.
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