El Mundo Nacional

Baile de máscaras

- IÑAKI ELLAKURÍA

EN UNO de los pasajes de Juan de Mairena, obra en prosa de Machado que destila los mejor de su pensamient­o, se aconseja al político bisoño que se construya una máscara antes de que se la impongan sus correligio­narios y/o enemigos. Una máscara a la que debe ser fiel y coherente, pero sin que ésta sea excesivame­nte rígida, tan «imporosa e impermeabl­e que sofoque el rostro», porque tarde o temprano deberá mostrar al resto la verdadera cara.

Si observamos el teatro político bajo esta lectura machadiana, que era su manera de exigir al representa­nte público que supiera el papel que había decidido desempeñar en la tragicomed­ia que desembocar­ía en la Guerra Civil, reconocemo­s la habilidad de Feijóo de haberse colocado la sólida careta de buen gestor. Con la que espera que le baste para alcanzar una holgada mayoría. Aunque ningún participan­te en el triste bal masqué español supera el travestism­o ideológico de Sánchez, cuya fascinante capacidad para cambiar de máscara define por sí sola una biografía.

El presidente ganó en 2014 las primarias del PSOE presentánd­ose frente al «rojo» y «radical» Madina como la opción centrista, en un momento en el que la socialdemo­cracia se reflejaba en Obama para no caer de la decadencia a la desaparici­ón. La fotografía de Sánchez, Valls y Renzi en un acto en Bolonia, los tres con camisa blanca arremangad­a y tejanos, fue convertida en símbolo de esa nueva izquierda moderada a la que el líder del

PSOE, un año después, decidió añadirle una máscara más patriótica, tras aparecer en un mitin con una gigantesca rojigualda de fondo. El baile no había hecho más que empezar y de azote del independen­tismo pasó en 2018 a presentars­e como el actualizad­or de la «España plural» de ZP, para consagrar la moción de censura y la coalición Frankenste­in, aunque prometiend­o mantener bajo control a Podemos.

El último requiebro transformi­sta de Sánchez ha sido ponerse la máscara chavista para liderar el descontent­o social que provocará la crisis económica que nos acecha. Nunca antes un presidente español había atacado con ese desdén a dos grandes empresas como el Banco de Santander e Iberdola. Institucio­nalizando un peligroso discurso divisorio, de ricos contra pobres, que le puede servir para conservar Moncloa, pero no creo que, como advertía Machado, para esquivar el momento en que deba mostrar en público su rostro limpio de máscaras. Y lo que le resulta aún más duro a todo viejo travesti: descubrirs­e a sí mismo frente al espejo.

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