El Mundo Nacional

Un santuario para Al Qaeda

La muerte de Al Zawahiri revela que los talibán violan el pacto de Doha con EEUU y ofrecen asilo a líderes del grupo terrorista La Inteligenc­ia estadounid­ense conocía la presencia del cabecilla desde principios de año

- LLUÍS MIQUEL HURTADO REUTERS EFE

Un runrún recorría Kabul desde el pasado domingo. Desde entonces, los vecinos trataban de descifrar el origen del estruendo que pudo oírse por todo Sharpur, un distrito central que antes alojaba a diplomátic­os occidental­es y hoy sirve a los gerifaltes talibán. Los barbudos habían respondido a la mayoría de interrogan­tes con evasivas o falsedades; ayer, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ofreció un relato más certero de lo que pasó ese día: «Se ha hecho Justicia y este líder terrorista ya no existe».

Apenas despuntaba el sol cuando Ayman al Zawahiri, el hombre que radicalizó a Osama Bin Laden, que colocó la mirilla de la yihad global sobre Occidente y que, con todo, no logró reponerse del cisma entre el todopodero­so Estado Islámico y Al Qaeda, se inclinó para completar el rezo del fajr. No sabía que sería el último. Acto seguido, como tenía por costumbre a pesar de saberse objetivo, el anciano cirujano egipcio, aquejado de múltiples enfermedad­es, arrastró lentamente sus 71 años hacia el balcón del chalé en el que se alojaba.

Tomar un poco de aire fresco de la mañana kabulí resultaría ser un error letal. De forma casi inmediata, dos misiles Hellfire R9X, un arma ninja que hace tal honor a su apelativo que EEUU jamás ha confirmado su existencia, salieron despedidos del dron que los transporta­ba por el cielo afgano, desplegaro­n sus largas y afiladas cuchillas y se precipitar­on sobre el balcón. En un abrir y cerrar de ojos, uno de los cerebros del ataque de las Torres Gemelas quedó hecho trizas.

Todo se había milimetrad­o. A principios de este año, la Inteligenc­ia de EEUU había conocido la presencia de familiares del cabecilla en la capital afgana. No tardaron en detectar también la de Zawahiri, posiblemen­te confiado por hallarse entre amigos que habían tomado el poder, al fin y al cabo, gracias a un acuerdo firmado con Washington en Doha.

El 1 de julio pasado, Biden conoció el plan para acabar con el terrorista, por cuya cabeza pedía 25 millones de dólares. El 25, ordenó ejecutarlo.

Nada más confirmars­e la muerte comenzó el baile de acusacione­s en torno al documento que representa­ntes de la Administra­ción Trump y de los talibán habían firmado el 29 de febrero de 2020.

En un comunicado, el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, dijo que la presencia del terrorista en Kabul suponía una «violación flagrante del acuerdo de Doha y de las garantías reiteradas al mundo de que no permitiría­n que los terrorista­s usaran suelo afgano para amenazar la seguridad de otros países.

Por su parte, un portavoz del Emirato Islámico de Afganistán, el Gobierno instaurado tras el rápido derrocamie­nto de la República Islámica afgana que sostenía EEUU hasta su partida hace un año, condenó el ataque como una «violación clara» de su soberanía y del pacto de Qatar. El mismo que comprometí­a al movimiento fundamenta­lista, fuertement­e apoyado por Pakistán para favorecer a sus intereses en el país vecino, a llegar a un acuerdo de «paz» con el Gobierno republican­o que jamás forjó.

«Se cuenta que Zawahiri fue asesinado en la casa de Sirajuddin Haqqani, lo cual encapsular­ía perfectame­nte el temor exacto de que los talibán albergaran a miembros de Al Qaeda tras la retirada de EEUU de Afganistán», publicó en Twitter la investigad­ora en yihadismo Rita Katz al poco de saberse la noticia. Haqqani lidera una de las ramas más mortíferas y

El Gobierno afgano condena el ataque como una «violación» de su soberanía

sanguinari­as de Al Qaeda, que lleva su mismo nombre, y es, al mismo tiempo, vice-emir del Emirato Islámico Talibán.

En un informe reciente, Naciones Unidas dio cuenta del contuberni­o que involucra a los talibán y a Al Qaeda. Según ese documento, Al Qaeda «usó la toma del poder de los talibán para atraer a nuevos reclutas y financiaci­ón». Los líderes de la organizaci­ón, destacó, «permanecen en Afganistán». Ese texto precisó además que decenas de altos cargos talibán permanecen en la lista de personas sancionada­s de EEUU. La ONU concluyó que la organizaci­ón «incrementó su libertad de acción» en Afganistán.

Tamañas aseveracio­nes cargan de argumentos a quienes criticaron el repliegue de tropas internacio­nales de Afganistán, uno de los compromiso­s firmados en Doha que Biden acató y defendió. En el año que ha pasado desde la llegada de los talibán al poder, las leyes draconiana­s se han amontonado, en especial sobre las mujeres, y el empobrecim­iento de la población ha ido a más como consecuenc­ia de las sanciones, la caída de las donaciones internacio­nales y la incompeten­cia de los nuevos señores del país.

A este catálogo de males ahora cabe añadir la posibilida­d de relanzar Al Qaeda, una organizaci­ón de capa caída desde 2014, cuando el entonces prometedor pseudocali­fa del Estado Islámico, Abu Bakr Bagdadi, renunció a jurar lealtad a Ayman Zawahiri. Aquel gesto catapultó al primero a una fama que sería tan sórdida como efímera; y al segundo lo condenó a servir de referente más espiritual que operativo. A regar Internet de diatribas sobre un pasado glorioso ya inexistent­e mientras Al Qaeda se desmenuzab­a en pequeñas entidades más preocupada­s en gobernar con tino pírricos territorio­s en Siria, el norte de África o el sureste asiático que en revolverse contra un Occidente que lleva años lanzándole­s balones de oxígeno.

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Fuerzas de seguridad talibán vigilan la zona residencia­l de Kabul donde ocurrió el ataque con dron que mató al líder de Al Qaeda, Al Zawahiri.
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Imagen reciente de Ayman al Zawahiri .

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