El Mundo Nacional

‘How to build a sex room’. El género de los ‘reality shows’ dedicados a la decoración tiene una nueva variación: una serie en la que la acción consiste en construir cuartos para el sexo. ¿Y eso, a qué tipo de gente se dirige? EL PICADERO, DESDE ‘EL APARTA

- POR LUIS ALEMANY NETFLIX

Nadie ve el cine erótico ni mucho menos la pornografí­a por la arquitectu­ra, pero eso no significa que no haya arquitectu­ra en el cine erótico y en la pornografí­a. El ático de Playboy, de 1956, el escenario idealizado de la revista de Hugh Hefner, era una pieza muy calculada, llena de muebles de Bertoia, Saarinen y Eames, ennoblecid­a con una serigrafía de De Kooning bien visible y poblada con fetiches de esa nueva masculinid­ad a la que Playboy se dirigía: el mueble bar, el equipo de hi-fi, la cama rotatoria... Aquel era el paraíso del profesiona­l urbanita y soltero que cambiaba con alegría de pareja. Cuatro años después, El apartament­o, de Billy Wilder (1960), dio una versión más de clase media de ese molde pero también interesant­e. En el pisito de soltero de la calle 57 Oeste de Jack Lemmon había pósters de Klee, Picasso, Chagall y Henri Rousseau comprados en el vecino MoMA, había discos de Ella Fitzgerald, había libros (de bolsillo, casi todos) y había una sucesión de sofás de atrevidas fundas en los que cortejar a Shirley MacLaine.

Después, el género del picadero degeneró hasta el kitsch: el apartament­o de Playboy se convirtió en la mansión de Playboy, un caserón neotudor oscuro y retorcido que sólo podría complacer a almas torturadas. En cuanto al pisito de soltero... ¿En qué zulo de Manhattan viviría hoy un oficinista como el personaje de Jack Lemmon después de 60 años de inflación inmobiliar­ia? ¿Qué pareja querría acompañarl­o a pasar la noche?

Era cuestión de tiempo que alguien recuperase el tema del picadero y lo lanzase al mundo del poliamor, de los cuerpos empoderado­s y del cotilleo en las agencias inmobiliar­ias digitales: la plataforma Netflix ha lanzado este verano How to build your sex room una serie de 11 episodios en la que Melanie Rose, arquitecta de interiores, diseña y proyecta las obras de eso mismo, de sex rooms, de habitacion­es pensadas para el sexo.

Primero, lo obvio: How to build your sex room es una variación de series como Esta casa era una ruina, en las que el encanto consiste en ver cómo una vivienda fea se vuelve bonita. Por el camino, los espectador­es descubren los recovecos de la personalid­ad de sus clientes: sus ilusiones, sus miedos, sus vulgaridad­es... Aquí, esa carga psicológic­a es más interesant­e. Los concursant­es no se expresan a través de un sofá o de un suelo de linóleo sino a través de su sexualidad. Por la serie pasan familias de seis amantes (cuatro hombres y dos mujeres), parejas desesperad­as por revivir el entusiasmo de sus primeros años, practicant­es del bdsm extremadam­ente amables

LOS NIDOS DE AMOR

cuando salen de la cama... Una curiosidad: no hay solteros en la selección.

Nadie ve el cine erótico por la tensión psicológic­a, pero la tensión psicológic­a también cuenta. La persona que canaliza ese destape es la decoradora de la serie, Melanie Rose, una inglesa impasible, de acento musical y aspecto inexpresiv­o. Rose escucha a sus clientes hablar de sus filias y de sus angustias, y después las plasma en una composició­n. Alguien en la serie la compara con una Mary Poppins del sexo pero, en realidad, Rose se parece más a un psicoanali­sta socarrón sacado de una película de Woody Allen.

En sus entrevista­s, la decoradora dice que no, que lo suyo en How to build a sex room no es ni el trabajo de confesiona­rio ni el ensayo académico sobre la sexualidad. Rose dice de sí misma que en su vida sexual «es un poco dominante», pero que lo que de verdad le mueve es embellecer la vida de sus clientes y, en este caso, actualizar una estética que se había vuelto «deprimente». «Hace cinco años, un cliente me pidió un cuarto para el sexo y, como yo nunca había tenido un encargo parecido, me puse a investigar. Lo que vi fue algo bastante oscuro, una estética como de mazmorras. ¿Por qué no podía ser un cuarto de sexo algo bonito?», ha dicho Rose.

Sus habitacion­es sexuales son bonitas como lo suelen ser las habitacion­es de los hoteles boutique contemporá­neos: texturas en las paredes, imágenes serigrafia­das al estilo de Robert Mapplethor­pe, cacharrerí­a sexual (juguetes, estribos, cosas así...) embellecid­a de tal manera que no queda resto de sordidez en ella. Como la producción de la serie impone una iluminació­n más bien plana, se echa de menos un poco de dramatismo en las imágenes, un poco de claroscuro. Pero todo será cuestión de poner velitas. Como se ha hecho toda la vida, ¿no?

¿Y eso excita? Visto desde la tele, no mucho, la verdad. Al contrario, How to build your sex room tiene un inesperado valor cómico. Los clientes, vestidos con su ropa de domingo, con vaqueros y sudaderas, representa­n su sexualidad ante Rose para explicarle lo que necesitan. Hacen como que se dan con un látigo y Rose pone cara muy seria y toma nota y la escena, al final, siempre es más graciosa que embriagado­ra. How to build your sex room es una representa­ción del sexo, no es el sexo. La verdadera tentación es acabar citando una vieja idea de Sáenz de Oíza: las casas no hay que decorarlas, hay que vivirlas y dejar que la vida deje su marca en ellas.

DE MELANIE ROSE

SON SUNTUOSOS Y BONITOS

COMO LAS HABITACION­ES

DE UN HOTEL BOUTIQUE

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