El Mundo Nacional

El exilio interior del Rey Emérito

- EDUARDO ÁLVAREZ

HACE hoy dos años el Rey Juan Carlos inició un viaje cada vez parece más claro que sin retorno. Dos años ya de guerra de relatos que, como los árboles, no nos permitían ver el bosque. Enfrascado­s en cuándo volvería, en que por qué no le dejan regresar, en que si tal o que si cual residencia en España sería la más idónea para quien más que una persona es alguien que simboliza una etapa histórica, desviamos el foco, que por desgracia sigue estando donde estaba: en la real gana. Si el Emérito sigue en Abu Dabi, y allí probableme­nte continúe, si su salud se lo permite, dentro de otros dos años más, es sencillame­nte porque así lo ha decidido él. Ni la malvada Letizia, ni el mal hijo, ni el Gobierno socialcomu­nista. A Don Juan Carlos, acostumbra­do toda su vida a su santa voluntad, no le da la real gana de regresar al país donde ha reinado durante casi cuatro décadas, con una hoja de servicios en lo político brillante –que eso hay que ser tan miope como sectario para negárselo–, porque no está dispuesto a atenerse a las normas que, del Rey abajo, rigen para todos y a regulariza­r situacione­s que siguen siendo quebradero­s de cabeza para la Corona. Los 55 grados a la sombra del Emirato son el precio a pagar, parece, para no pagar otros precios. Mal se entiende, por tanto, la constante irrupción de corifeos como Aznar haciéndose de cruces por que el

Rey padre siga fuera de España. Extraña forma de demostrar alguna o ninguna lealtad a la Monarquía, que quien la encarna hoy es el hijo. Y con acierto.

Claro que Don Juan Carlos está deseoso de regresar a España. Pero no para vivir, no para instalarse y fijar su domicilio fiscal en Usera o Sanxenxo, sino para seguir haciendo su real gana. Y cabe aplaudir que eso no se lo consientan ni la malvada Letizia ni el mal hijo, que parece estar ganando la única partida que no se podía permitir perder, la de la autoridad. Lo que la una y el otro, el otro y la una, vienen haciendo con enorme tesón a lo largo de estos dos complicado­s años es un ejercicio meritorio para redignific­ar la Corona y hacerla desencalla­r, para que hoy una clara mayoría de españoles sientan que la Jefatura del

Estado no solo no es un problema nacional, sino que vuelve a ser un actor decisivo de estabilida­d en medio de tanta convulsión.

Todos los que han sido reyes de España desde arrancado el siglo XIX han conocido en algún momento de sus vidas el sabor del exilio. Algo que, paradójica­mente, también habla de la fortaleza de la institució­n. Tal vez ya no quede sino tirar la toalla con Juan Carlos I. Y confiar en que su expatriaci­ón de hoy ayude precisamen­te a que no la tenga que conocer su nieta Leonor mañana.

Dos años después, Don Juan Carlos sigue en Abu Dabi por lo mismo que le ha guiado siempre, su real gana

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