Majestad, ¿por qué no se quedó callado tras el 1-O?
LA REFORMA del delito de sedición es también la última deslealtad de Pedro Sánchez al Rey de España. Ha antepuesto a lo largo de la legislatura siempre el presidente del Gobierno sus intereses personales a eso que desde el siglo XVI se dio en llamar razón de Estado hasta mutar con el tiempo en el bien tan preciado que es el interés general. Precisamente en las monarquías parlamentarias como la nuestra, en las que el rey reina pero no gobierna, y en las que la figura regia está totalmente despojada de poderes efectivos, una de sus mayores justificaciones residen en que en el siglo XXI encarna la abstracción del interés general.
Defenderlo fue lo que hizo Felipe VI en el discurso que muy probablemente tiña todo su reinado, el del 3 de octubre, apenas dos días después de que se produjeran los gravísimos hechos en Cataluña del 1-O. Y hasta ahora existía consenso al menos en una cosa, en que lo que sucedió aquel día tuvo una naturaleza extraordinaria. En eso estaban tan de acuerdo quienes tildaron la proclamación de independencia catalana por el presidente de la Generalitat –aunque durara 56 segundos– y todo cuanto rodeó a la consulta ilegal de golpe de Estado, como quienes vendieron los hechos como legítimas expresiones democráticas. El caso es que Sánchez, que en su día también subrayó la sobresaliente trascendencia de aquella locura, no duda ahora en avanzar en la reescritura del relato que, al margen de tantas otras derivadas, deja al Rey a los pies de los caballos. Porque si ni siquiera era absoluto el consenso entre constitucionalistas de hasta qué punto la intervención, en uso por primera y hasta ahora única vez de los llamados poderes especiales regios, desbordó o no las facultades que la Carta Magna otorga al Jefe del Estado, si todo lo que sucedió en Cataluña fue un asunto de desórdenes públicos habrá que colegir que la contundencia del Monarca como paladín último de la Constitución estuvo de más. Con estos derroteros de la política, la próxima vez que a alguien le dé por intentar desgajar un pedazo de España, lo mejor que podrá hacer el titular de la Corona es ponerse The Crown en Netflix y confiar en que lo arregle algún delegado territorial del Gobierno como mucho.
Se compara estos días la reforma de la sedición, y aun de la malversación por parte de responsables públicos, con los indultos, como si hubiera donde comparar. Con lo segundo se podrá estar o no de acuerdo, pero es una facultad que legítimamente puede ejercer todo Ejecutivo y asume un coste político. No desarma con ello al Estado, y de rebote a quien es su Jefe, como sí se está haciendo con la sedición. En tiempos de reescritura del relato habrá que insistir en lo decisiva que resultó la actuación del Rey el 3-O, con la que se demostró que el reconocimiento constitucional de que simboliza la unidad y permanencia de la nación no es una frase hecha, hueca, carente de significado. El independentismo le convirtió entonces en su bestia negra. Y hoy le puede decir con pitorreo: Majestad, ¿ve cómo no era para que se pusiera así?