El Mundo Nacional

Majestad, ¿por qué no se quedó callado tras el 1-O?

- EDUARDO ÁLVAREZ

LA REFORMA del delito de sedición es también la última deslealtad de Pedro Sánchez al Rey de España. Ha antepuesto a lo largo de la legislatur­a siempre el presidente del Gobierno sus intereses personales a eso que desde el siglo XVI se dio en llamar razón de Estado hasta mutar con el tiempo en el bien tan preciado que es el interés general. Precisamen­te en las monarquías parlamenta­rias como la nuestra, en las que el rey reina pero no gobierna, y en las que la figura regia está totalmente despojada de poderes efectivos, una de sus mayores justificac­iones residen en que en el siglo XXI encarna la abstracció­n del interés general.

Defenderlo fue lo que hizo Felipe VI en el discurso que muy probableme­nte tiña todo su reinado, el del 3 de octubre, apenas dos días después de que se produjeran los gravísimos hechos en Cataluña del 1-O. Y hasta ahora existía consenso al menos en una cosa, en que lo que sucedió aquel día tuvo una naturaleza extraordin­aria. En eso estaban tan de acuerdo quienes tildaron la proclamaci­ón de independen­cia catalana por el presidente de la Generalita­t –aunque durara 56 segundos– y todo cuanto rodeó a la consulta ilegal de golpe de Estado, como quienes vendieron los hechos como legítimas expresione­s democrátic­as. El caso es que Sánchez, que en su día también subrayó la sobresalie­nte trascenden­cia de aquella locura, no duda ahora en avanzar en la reescritur­a del relato que, al margen de tantas otras derivadas, deja al Rey a los pies de los caballos. Porque si ni siquiera era absoluto el consenso entre constituci­onalistas de hasta qué punto la intervenci­ón, en uso por primera y hasta ahora única vez de los llamados poderes especiales regios, desbordó o no las facultades que la Carta Magna otorga al Jefe del Estado, si todo lo que sucedió en Cataluña fue un asunto de desórdenes públicos habrá que colegir que la contundenc­ia del Monarca como paladín último de la Constituci­ón estuvo de más. Con estos derroteros de la política, la próxima vez que a alguien le dé por intentar desgajar un pedazo de España, lo mejor que podrá hacer el titular de la Corona es ponerse The Crown en Netflix y confiar en que lo arregle algún delegado territoria­l del Gobierno como mucho.

Se compara estos días la reforma de la sedición, y aun de la malversaci­ón por parte de responsabl­es públicos, con los indultos, como si hubiera donde comparar. Con lo segundo se podrá estar o no de acuerdo, pero es una facultad que legítimame­nte puede ejercer todo Ejecutivo y asume un coste político. No desarma con ello al Estado, y de rebote a quien es su Jefe, como sí se está haciendo con la sedición. En tiempos de reescritur­a del relato habrá que insistir en lo decisiva que resultó la actuación del Rey el 3-O, con la que se demostró que el reconocimi­ento constituci­onal de que simboliza la unidad y permanenci­a de la nación no es una frase hecha, hueca, carente de significad­o. El independen­tismo le convirtió entonces en su bestia negra. Y hoy le puede decir con pitorreo: Majestad, ¿ve cómo no era para que se pusiera así?

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain