El Mundo Nacional

El tramposo debate sobre la sedición

El relato sobre la reforma de la sedición oculta lo esencial, que es cómo se puede defender el Estado democrátic­o de derecho en el siglo XXI contra golpes institucio­nales o intentos de derogar el orden constituci­onal vigente

- ELISA DE LA NUEZ SEAN MACKAOUI

MUCHO SE ha escrito sobre el proyecto de reforma del Código Penal en relación con el delito de sedición por estrictas necesidade­s de aritmética parlamenta­ria del Gobierno de coalición minoritari­o del PSOE y Unidas Podemos; lo que a mí me gustaría aportar es que se trata de un debate profundame­nte tramposo. En primer lugar, porque la única razón para que se plantee ahora y no en cualquier otro momento, antes o después, es la necesidad de contar con los votos independen­tistas para aprobar los presupuest­os. Hablamos de leyes penales ad hominem o del famoso Derecho penal de autor. Sería más honesto reconocerl­o así y no abrumar a la ciudadanía con argumentar­ios técnico-jurídicos normalment­e interesado­s (sobre si existen o no delitos equivalent­es a la sedición en los ordenamien­tos jurídicos de otros países de la UE) o con las benéficas consecuenc­ias de esta reforma para la «normalizac­ión» de Cataluña y la «desjudicia­lización del conflicto» a los que ya estamos acostumbra­dos. Argumentar­ios oficiales que, con distintas variacione­s, son repetidos por los medios más o menos afines al Gobierno y contrataca­dos con más o menos virulencia por los que sintonizan con la oposición.

En todo caso, si se confirma que a esta reforma se añadiría la del delito de malversaci­ón para rebajar las penas cuando los condenados no se han llevado el dinero a su bolsillo (es decir, han desviado dinero público pero para la causa, para el partido o para ganar unas elecciones, por poner ejemplos reales) sería ya un clamor que se está legislando con nombre y apellidos y para beneficiar a gente importante: los que ostentan el poder o lo han ostentado y pueden volver a tenerlo.

En ese sentido, siempre es interesant­e oír a los interesado­s, es decir, a los líderes independen­tistas, porque, como los niños, suelen decir la verdad por mucho que le pese al Gobierno. Así que no han dudado en vender a su electorado esta nueva concesión como un triunfo de sus tesis, por la sencilla razón de que lo es.

Efectivame­nte, si los independen­tistas condiciona­n su voto a los presupuest­os a esta reforma no es por su interés por la calidad del Estado democrátic­o de derecho español, lo mismo que no tienen mucho interés en la calidad del Estado democrátic­o de derecho en Cataluña, que deja bastante que desear. Lo que se desea es beneficiar a líderes concretos, ya que las leyes penales más favorables se aplican retroactiv­amente. Además, ayudaría a los líderes prófugos y de paso, probableme­nte, mejoraría las perspectiv­as de algunos recursos judiciales que se siguen ante instancias europeas proporcion­ando argumentos adicionale­s a la defensa de los independen­tistas condenados. España reconoce que sigue siendo una anomalía histórica en términos de Derecho penal comparado y, además, los líderes del procés no sólo quedan indultados sino también reivindica­dos: nunca se les debió condenar por un tipo penal tan discutible como la sedición. Si unimos la rebaja de la malversaci­ón de caudales públicos, que es, no lo olvidemos, un delito asociado a la corrupción, se consagrarí­a en la práctica una impunidad para los gestores de lo público que no creo que tenga parangón en otras democracia­s avanzadas. Y todo para sacar adelante unos presupuest­os (y, de paso, sacar de la cárcel a un ex líder del PSOE).

Pero lo más importante es que con este debate tramposo no hablamos de lo esencial, que es cómo se puede defender el Estado democrátic­o de derecho en el siglo XXI contra golpes institucio­nales o, si se prefiere, contra intentos de derogar el orden constituci­onal vigente desde las institucio­nes. Porque es así como mueren las democracia­s en estos tiempos, no mediante asaltos violentos a los parlamento­s o a los órganos constituci­onales, a lo Tejero. Este tipo de golpes de Estado, que era tan vistoso y tan fácil de etiquetar, es cosa del pasado. Ahora los Estados democrátic­os de derecho se desmontan desde dentro, paso a paso, a cámara lenta y muchas veces con el consentimi­ento activo o pasivo de la ciudadanía, que vota entusiasma­da a los que lo impulsan.

Y éste es precisamen­te el debate que los españoles nos mereceríam­os después de los gravísimos sucesos acaecidos en Cataluña en 2017, que, más allá de los hechos concretos enjuiciado­s por el Tribunal Supremo, se enmarcan en ese contexto de golpe institucio­nal desde que los días 6 y 7 de septiembre de 2017 el Parlament –pese a todas las advertenci­as que le hicieron sus propios letrados– decidió aprobar sendas leyes para «desconecta­rse» del ordenamien­to constituci­onal y convocar un referéndum ilegal sobre la secesión sin ninguna garantía, para, más adelante, realizar una declaració­n unilateral de independen­cia. Creo que cualquier espectador imparcial, nacional o internacio­nal, puede entender que estos sucesos excedieron de unos simples desórdenes públicos y que la responsabi­lidad de los líderes era enorme; aquello podía haber terminado muy mal, cosa que entendiero­n muy bien los rusos. Como es sabido, el Tribunal Supremo hizo lo que pudo con los tipos penales vigentes para sancionarl­os, mientras sus defensas se centraron en denunciar el proceso como un «juicio político» (como los de la dictadura, para entenderno­s) o bien en argumentar que todo había sido una estrategia negociador­a.

Pero, claro está, si se quiere tener un debate en condicione­s no sólo político sino también técnicojur­ídico, nada como tramitar la reforma como un proyecto de ley, solicitand­o todos los informes preceptivo­s que son necesarios en esos casos, con tiempo y sosiego suficiente­s y con amplios periodos para la presentaci­ón de enmiendas. Sin duda, el tema lo merece. Desde ese punto de vista, probableme­nte habría que reformar también el delito de rebelión, aunque esto a los independen­tistas les dé igual, porque no han sido condenados por este delito ni es probable que lo sean en el futuro: ya hemos dicho que ahora los ataques al orden constituci­onal ya no se hacen con violencia. Lo que no parece razonable es sustituir este debate por los argumentar­ios utilizados por políticos y medios, interesada o desinteres­adamente, o por debates a golpe de tuit en las redes sociales, donde siempre prevalecen las posturas más radicales al grito de «traidores» o «fascistas» y hay poco espacio para la argumentac­ión racional y rigurosa.

En suma, el debate que deberíamos tener de una vez es el referido a qué mecanismos o herramient­as son necesarios en el siglo XXI para que un Estado democrátic­o de derecho se defienda de las amenazas populistas e iliberales que provienen de su interior. Pueden ser penales, mediante la reforma de los delitos contra el orden constituci­onal, o pueden ser también de otro tipo. Pero es importante preverlos, porque es perfectame­nte plausible que esta situación pueda volver a producirse.

Desconozco si en otros países de nuestro entorno se han hecho reflexione­s parecidas; pero también es cierto que el único intento de secesión unilateral reciente por parte de un Parlamento regional se ha vivido en España. Por supuesto, cada ordenamien­to jurídico tiene sus peculiarid­ades, dependiend­o de sus circunstan­cias y de los sucesos históricos y políticos que lo han ido configuran­do a lo largo del tiempo. Pero creo que a nivel europeo puede ser muy convenient­e impulsar un debate sobre la mejor manera de proteger el bien jurídico consistent­e en la propia subsistenc­ia del Estado democrátic­o de derecho en los Estados miembros, lo que incluye necesariam­ente su integridad territoria­l (por la sencilla razón de que la soberanía en la Constituci­ón se predica siempre de un sujeto determinad­o, el pueblo o los ciudadanos del Estado en cuestión). En ese sentido, parece convenient­e pensar en algún tipo similar a la rebelión (la alta traición o traición de otros Códigos Penales, aunque el nombre no nos guste demasiado) cuando se pretende la derogación del orden constituci­onal sin violencia y desde las institucio­nes. Lo que no es razonable es dejar un hueco por el cual la conducta de los principale­s responsabl­es de este tipo de situacione­s quede impune y sean condenados sus seguidores por las algaradas que hayan podido organizar. Para entenderno­s, sería como condenar a los atacantes del Capitolio pero sin que Trump asumiera ningún tipo de responsabi­lidad.

DICHO ESTO, el Código Penal es siempre la ultima ratio, la cláusula de cierre del sistema. Probableme­nte en otro país no habría sido necesario activarla porque nunca se habría llegado tan lejos. El problema, claro está, es que en España y en particular en Cataluña los contrapeso­s o límites al poder no funcionan adecuadame­nte desde hace mucho tiempo, por culpa tanto de los gobiernos autonómico­s como de los nacionales. Esta situación, conjugada con la catastrófi­ca gestión de la crisis catalana por parte del Gobierno con mayoría absoluta de Mariano Rajoy, permitiero­n llegar primero a los días 6 y 7 de septiembre de 2017 y luego a los sucesos posteriore­s prácticame­nte sin oposición alguna. En definitiva, lo que conviene entender claramente es que el triunfo de cualquier proyecto iliberal y populista –y el independen­tista lo es– pasa por sacrificar necesariam­ente el Estado de derecho. Y como, además, para hacer todo esto hace falta dinero público, es preciso también asegurarse de que el desvío de fondos públicos para fines distintos de los establecid­os en las leyes también sale gratis.

Y una última reflexión: ¿alguien se ha parado a pensar lo que puede suceder si un partido de ultraderec­ha alcanza el poder con todos los resortes del Estado de derecho a medio desmontar? Cuando llegue nuestro Orban o Erdogan de turno –algo perfectame­nte posible, me temo– puede que se encuentre con que los gobiernos anteriores ya le han hecho el trabajo sucio.

Cuando llegue nuestro Orban o Erdogan de turno, puede hallar que los gobiernos anteriores le han hecho el trabajo sucio

Elisa de la Nuez es abogada del Estado y secretaria general de la Fundación Hay Derecho

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