El Mundo Nacional

Gato, salta del plato

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El presidente del Gobierno se ha entrevista­do con Xi Jinping y con los aliados europeos para evitar la tercera y última guerra mundial. Mientras, en España se vive una tensión creciente por la reforma del delito de sedición y por el próximo indulto, del que se beneficiar­án tanto los malversado­res del 1-O como los compañeros de partido condenados por corruptos.

De los poderes, el Gobierno de coalición parece que sólo teme a los ocultos y oscuros, a los mediáticos u oligárquic­os. A los poderes clásicos los enmienda sin temor. Se pasa con los decretos-ley, cuestiona las sentencias del Tribunal Supremo y cambia sedición por desorden.

Como ha escrito la valiente Inés Arrimadas, que se enfrentó con los separatist­as en su terreno, el golpe al Código Penal que está realizando el Gobierno junto a ERC para la eliminació­n del delito de sedición es muy difícil de calificar. Aun así, de consumarse, tendrá unos efectos irreparabl­es para la democracia española. Es una legislació­n a la carta con la que el Estado se pliega a las exigencias de los separatist­as.

Desde tiempos de Montesquie­u, para evitar que todo hombre que tenga poder abuse del mismo, las democracia­s han consagrado la separación de poderes; un principio que a este Gobierno le parece arcaico, a pesar de que la Comisión Europea le mande recados para que lo respete.

María Moliner define dicho como una frase que contiene una máxima, una observació­n o un consejo. El Gobierno tiene cada vez más tendencia a retorcer las leyes. Lo que se dice «dar gato por liebre».

Según escribe Juliana Panizo, lingüista, autora de obras sobre el refranero castellano, en las ventas de dudosa decencia los comensales decían ante el asado los siguientes versos: Si eres cabrito, / mantente frito; / si eres gato, salta del plato. El Ejecutivo incurre cada vez más en la manía de retorcer la Constituci­ón y las leyes para camuflar sus desmanes, sin que salte el gato.

Erasmo cuestionab­a así a los teólogos: «Está comúnmente aceptado el privilegio de los teólogos de retorcer los cielos, esto es, las Escrituras, como los curtidores hacen con el cuero». Este privilegio teológico se lo ha arrogado ahora el Gobierno, y lo utiliza cada vez con más descaro.

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