La ‘Guardia Blanca’ del presidente Xi Jinping
LUCAS DE LA CAL
respirar aire fresco, pero sin salir de la urbanización. El tipo dio un paseo y se escondió al lado del parking, para fumarse un cigarrillo. Allí encontró el cuerpo reventado de Qiang. Llevaba puesto el traje blanco para materiales peligrosos. Ni siquiera se había quitado la visera y la capucha antes de saltar.
La pasada primavera, cuando comenzó un confinamiento severo en todo Shanghai que duró dos meses, Qiang, veterinario que rondaba la treintena, se ofreció voluntario para unirse al actual cuerpo de vigilancia y control más grande de China: la guardia blanca que lleva desde el primer brote de Wuhan luchando en primera línea contra un virus del que en el gigante asiático no se han olvidado.
Para suavizar su imagen, la prensa local les bautizó al principio como los dabai, apodo en mandarín de Baymax, el gentil robot inflable de la película de Disney Big Hero 6. Aunque en redes sociales, después de que salieran varios vídeos de estos voluntarios con el traje blanco apaleando a perros callejeros durante los cierres de ciudades, algunos usuarios con más mala leche prefirieron llamarlos la Guardia Blanca de Xi Jinping, un guiño a los fanáticos de la Guardia Roja durante la Revolución Cultural de Mao Zedong.
Los guardianes de ahora son policías, bomberos, sanitarios, vigilantes y voluntarios como Qiang, siempre engalanados con el traje de protección EPI, desplegados por todos los rincones del país. Son los que hacen las pruebas PCR en las cabinas a pie de calle; los que custodian las cuarentenas y bloquean barrios enteros; los que han cruzado a caballo bosques y montañas para llevar las vacunas a los pueblos más remotos.
En Shanghai, durante el confinamiento total, hubo 6,8 millones de voluntarios que, cargados con tanques con productos químicos, se dedicaron a fumigar cada esquina vacía de la capital financiera. Hubo vecinos que se quejaron de que los hombres de blanco los echaban de sus casas con la excusa de desinfectarlas, y que los metían en improvisados megacentros de cuarentena custodiados por más dabai, entre los que estaba Qiang.
El veterinario pasó encerrado los dos meses en uno de esos centros, vigilando, siempre con el asfixiante traje puesto, que solo se quitaba para dormir. El cierre completo de Shanghai terminó en verano, pero continuaron los bloqueos en barrios donde se reportaba algún positivo. A Qiang le mandaron en octubre vigilar la entrada de un edificio, subir a los vecinos la comida y desinfectar los rellanos después de entregar los pedidos, no fuera a ser que el virus se escapara.
A la semana, Qiang se tiró desde el descansillo de la sexta planta. Nadie sabe explicar por qué. La noticia no transcendió a la prensa y un par de periodistas locales que lo investigaron cuentan que fueron censurados para no desvelar la historia, con la excusa de que podría causar un efecto llamada y provocar una ola de suicidios entre la agotada guardia blanca.
El cuerpo reventado de Qiang fue hallado por un vecino; aún llevaba el traje EPI puesto
De profesión veterinario, Qiang se ofreció como voluntario para unirse al cuerpo de vigilancia