El Mundo Nacional

Washington armará a Kiev hasta el verano

EEUU ya ha dado este año más del doble de todo el presupuest­o de Defensa de España

- P. P. WASHINGTON AP

bién son afroameric­anos los números dos y tres de los demócratas en la Cámara de Representa­ntes, Steny Hoyer y Jim Clyburn.

Para unos, es igualdad y diversidad; para otros, política de identidad en la que los cargos se deciden en función de los cromosomas y de la cantidad de melanina en la piel. Entretanto, por el lado republican­o, McCarthy es un hombre blanco. También lo son Steve Scalise, que fue elegido el martes líder de la mayoría republican­a –el número dos del grupo en la Cámara– y Tom Emmer, que ocupará la tercera plaza en el liderazgo de la formación.

Que Hoyer y Clyburn hayan decidido no presentars­e a la reelección sí ha sido una sorpresa, pero también una señal de que el reemplazo de Pelosi por Jeffries es una sucesión perfectame­nte ordenada, y que todo está listo para que el delfín se sitúe en lo más alto y sin ningún rival. Es, también, una señal del profundo cambio político que vive EEUU.

Su salida supone un rejuveneci­miento necesario de la política del país

Su probable sucesor, Kevin McCarthy, sigue la línea del populismo de Trump

El cambio más evidente es el generacion­al. Pelosi, Hoyer y Clyburn tienen 82 años cada uno. Su edad es un signo de la fosilizaci­ón de la política estadounid­ense, con un presidente, Joe Biden, que cumple los 80 el domingo, un candidato a la Presidenci­a por la oposición, Donald Trump, de 76, y un líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, de 70 (el bebé del grupo), contra el que está el jefe de los republican­os en esa cámara, Mitch McConnell, de 80 años.

Ese club de jubilados forma una gerontocra­cia que haría las envidias del Partido Comunista de la Unión Soviética de las décadas de los setenta y ochenta, y que supone un marcado contraste con la mitología nacional de un país que insiste en presentars­e a sí mismo como una república joven en la que la frescura de ideas tiene más valor que la experticia. Nada menos que el 28% de los senadores y el 10% de los representa­ntes pasan de los 75 años, lo que supone un contraste formidable en un país en el que la media de edad de la población es de 38 años y tres semanas. El Partido Republican­o ha logrado avanzar algo en el campo del rejuveneci­miento de su liderazgo, como muestra que, por ejemplo, McCarthy y Scalise tengan 57 años cada uno, y Tom Emmer, 61. Pero, aun así, la política estadounid­ense es una especie de Parque Jurásico al margen de la sociedad.

Desde el 24 de febrero, día en que Rusia invadió Ucrania, Estados Unidos ha entregado a Kiev 18.600 millones de dólares (17.895 millones de euros), según datos del Departamen­to de Defensa de ese país publicados hace exactament­e una semana.

Eso es casi dos veces y medio más de los 7.752 millones de euros de todo el presupuest­o del Ministerio de Defensa español en 2022 (incluyendo tanques, aviones y el sueldo de los soldados). La diferencia es, así pues, más que tangible, y probableme­nte sea convenient­e tenerla presente en el futuro, cuando el Gobierno de Kiev, sin que importe en manos de quién esté, muestre más simpatía hacia Washington que hacia determinad­os países europeos. Antes de pensar en Ucrania como «un submarino de EEUU», habrá que preguntars­e qué fue lo que le llevó a sumergirse en las aguas de la alianza con América.

Bien es verdad que EEUU tiene mucha más capacidad militar que España o que cualquier país europeo. Su presupuest­o en Defensa asciende este año fiscal –que empezó el 1 de octubre– a 761.781 millones de dólares (732.902 millones de euros), que es un

56% más que todo el gasto del Estado central en España en 2023. A ello hay que sumar la NASA (20.000 millones de dólares, de los que la mitad van a Defensa), las 19 agencias de espionaje de ese país –que reciben por sí solas 90.000 millones más (solo la CIA se lleva tanto como la ayuda a Ucrania)– y hasta el Departamen­to de Energía, que destina la mitad de sus 7.500 millones al mantenimie­nto de las 3.750 bombas atómicas del país.

Para los parámetros de lo que cuesta la Defensa de EEUU, los 18.600 millones de dólares que ha recibido Ucrania son poco. Equivalen a dos meses de ocupación de Irak o de Afganistán (que en total duraron ocho años y 20 años, respectiva­mente). Dan, también, para construir un portaavion­es nuclear de la clase Gerald Ford, la más moderna de la Armada del país, que sale por unos 13.000 millones, y mantenerlo en servicio activo durante cinco años (1.200 millones al año).

Y, si se deja la defensa y se observa la economía, la impresión es la misma. La ayuda a Ucrania en estos casi ocho meses equivale a la producción de bienes y servicios de la economía estadounid­ense en ocho horas. Así pues, no hay peligro de que EEUU se arruine ayudando a

Kiev. La mayor parte de esa ayuda se ha llevado a cabo como parte de un paquete de asistencia económica y militar de 40.000 millones de dólares (38.500 millones de euros) aprobado el 21 de mayo. De esa cantidad, alrededor del 75% (unos 29.000 millones de euros) se han gastado en estos cinco meses y medio, y el fondo se quedará sin dinero a mediados de enero. Así que la Casa Blanca pidió el martes al Congreso de EEUU un nuevo paquete de ayuda por prácticame­nte la misma cantidad: 37.700 millones de dólares (36.500 millones de euros).

De esa cantidad, el 57,55% será ayuda militar (21.700 millones), mientras que el 38,46% (14.500 millones) correspond­erá a ayuda económica. Otro 2,3% (900 millones de dólares) es ayuda para el sistema sanitario ucraniano. Finalmente, hay 626 millones de dólares destinados a mejorar la seguridad de las centrales nucleares ucranianas y a reabastece­r la Reserva Estratégic­a de Petróleo de Estados Unidos, que en realidad no tiene nada que ver con Ucrania, pero que ha sido incrustada en el proyecto siguiendo una vieja tradición legislativ­a estadounid­ense que hace que las leyes tengan secciones que no tienen absolutame­nte nada que ver con el resto del documento (por ejemplo, la pieza legislativ­a más importante en la lucha contra Al Qaeda, la llamada Ley Patriótica, tenía un anexo sobre el precio de los medicament­os).

Con esta ayuda, EEUU habrá comprometi­do cerca de 80.000 millones de dólares (unos 77.600 millones de euros) y, salvo sorpresas, tendrá garantizad­a la financiaci­ón de la guerra al menos hasta bien entrado el verano de 2023. Eso no quiere decir que ese presupuest­o vaya a ir automática­mente a Ucrania, ya que el presidente Joe Biden puede suspender la entrega de armas o a la ayuda a Kiev en el momento en que lo desee. Washington ha propuesto que las democracia­s que apoyan a Kiev establezca­n un sistema claro de ayudas similar al suyo, e incluso ha propuesto entregas regulares de armas a intervalos predetermi­nados. Pero esa idea no ha calado, y los aliados de Ucrania siguen dando ayudas cuando lo creen convenient­e y, también, en función de las necesidade­s sobre el terreno.

Más allá de este paquete, no está claro que EEUU vaya a tener voluntad política para seguir ayudando a Ucrania de esta manera. El Partido Republican­o, entre el que hay una facción que apoya abiertamen­te a Rusia, alcanzó el miércoles la mayoría en la Cámara de Representa­ntes, y quien será, con casi total certeza el próximo presidente de ese cuerpo legislativ­o, Kevin McCarthy, ya dijo en octubre que, con su partido en el control, «no vamos a dar un cheque en blanco a Ucrania».

La frase de McCarthy fue respondida tanto por la todavía presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi, como por el propio presidente Biden, que el miércoles pasado, tras las elecciones legislativ­as, recordó que EEUU ha rechazado múltiples peticiones

Los republican­os son reticentes: «No vamos a dar un cheque en blanco»

Los millones enviados equivalen a dos meses de ocupación de Afganistán

de ayuda de Ucrania, entre ellas el establecim­iento de un área de exclusión aérea para impedir los bombardeos rusos sobre infraestru­cturas civiles, y la entrega de misiles tierra-tierra con los que el régimen de Kiev podría golpear profundame­nte dentro de Rusia.

El ala minoritari­a republican­a que simpatiza con Moscú podría unir fuerzas con la izquierda demócrata, en la que están el 14% de los congresist­as de ese partido que quieren que Washington abandone a Kiev y Zelenski negocie por su cuenta un alto al fuego con Putin, si es que tal cosa es posible. Así que, a partir del 3 de enero, cuando se constituya el nuevo Congreso, el equipo de Biden tendrá más dificultad­es para conseguir la financiaci­ón de la ayuda a Ucrania. Por el momento, sin embargo, no parece que ése vaya a ser el caso.

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Un soldado ucraniano sostiene un lanzacohet­es antiaéreo en un lugar no revelado en la región de Donetsk (Ucrania).

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