El Mundo Nacional

No ha lugar, y dicho con determinac­ión

- ARCADI ESPADA

LA CALIDAD de la respuesta política a los planes del Gobierno ha tenido un ejemplo indiscutib­le en el perfecto silencio de la oposición ante la sentencia del Tribunal Supremo británico que prohíbe el referéndum de autodeterm­inación escocés. Un silencio aún más enojoso cuanto que la decisión del Tribunal coincidió con la reforma de la sedición. Y que la sedición fue el camino que emprendió el nacionalis­mo catalán después de que el Tribunal Constituci­onal le dijera a Carles Puigdemont lo que acaban de decirle a Nicola Sturgeon: no tiene competenci­as para convocar el referéndum.

La sentencia, un ejemplo de la claridad derivada de la ausencia de complejos, establece que solo Westminste­r –es decir el Parlamento de la Unión– puede convocar un referéndum de esta naturaleza. Y, además, declara taxativame­nte: «No ha lugar aquí a hablar del derecho de autodeterm­inación». El no ha lugar se argumenta a partir de la sentencia de 1998 del Tribunal Supremo de Canadá sobre el caso del Quebec. Este párrafo, tan apreciado por los catalunyes­es: «Quebec no cumple con la condición previa de ser un pueblo colonial o un pueblo oprimido, ni se puede entender que a los quebequens­es se les ha negado un acceso significat­ivo al gobierno con el que dañar su desarrollo político, económico, cultural y social. En estas circunstan­cias, la Asamblea Nacional, el poder legislativ­o o el Gobierno de Quebec no gozan de un derecho dentro del derecho internacio­nal para efectuar la secesión de Quebec de Canadá de forma unilateral».

La ejemplar sentencia niega, incluso, la posibilida­d de un referéndum no vinculante y manda un reproche retrospect­ivo a Mariano Rajoy, sobre su defección dudosament­e legal en el 9-N de Artur Mas. Y una advertenci­a de futuro al actual presidente del Gobierno, siempre tentado por la serpiente: «Aunque el referéndum no tenga consecuenc­ias jurídicas inmediatas –razona el Tribunal–, sería un acontecimi­ento político con importante­s consecuenc­ias políticas». La sentencia, por último, debería ser meditada, entre otros de su fenotipo, por Lionel Barber, el director del Financial Times, que enderezand­o como de costumbre su dedo índice, siempre culpó al Gobierno español de falta de flexibilid­ad política. ¿Qué debería hacer ahora el Gobierno británico, díganoslo ¡oh, Barber!, si Sturgeon decidiera ignorar –lo que, por supuesto, no ha hecho– la sentencia del Alto Tribunal?

Llegando al borde acantilado de la columna no quiero dejar de decir que la sentencia pone también muy difícil la autodeterm­inación de Galicia.

¿Qué debería hacer ahora el Gobierno británico si Sturgeon decidiera ignorar –lo que, por supuesto, no ha hecho– la sentencia del Alto Tribunal?

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